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Danny Carver está a punto de ver una teta. ¡Por fin!

Es lo malo de salir con una chica mormona. Otras chavalas reparten mamadas como si fueran caramelos, pero Shelly no lo dejará salirse con la suya de ninguna manera. Danny lleva tres meses intentándolo —la ha llevado al cine, al centro comercial, a la bolera y a jugar al puto minigolf— y lo máximo que ha conseguido ha sido un beso rápido y sin lengua.

La habría mandado a paseo en, digamos, la segunda cita, si ella no estuviera tan buena: pelo rubio, grandes ojos azules y aquel par de tetas…

Tardó dos meses solo en convencerla para que fuera con él al aparcamiento, el aparcamiento que está junto a la carretera, donde, durante el día, los ecologistas dejan el coche para bajar a caminar por el cañón.

En cambio, por la noche el sitio es como la clase de salud. Te encuentras a manadas de adolescentes por allí estudiando educación sexual como si lo fueran a incluir en los exámenes de aptitud y aquella noche Shelly está a punto. Ni siquiera ha bajado la mano para frenar la suya, como si fuera el portal de un castillo, cuando él empieza a desabotonarle la blusa.

«La tengo —piensa Danny—. Gracias, Dios mío. Ya la tengo».

—¡Oh, Dios mío! —dice Shelly.

«Oh, sí. Ya está».

—¡Oh… Dios… mío!

Se pone rígida y mira por encima del hombro de él.

«Es su padre», piensa Danny.

Un mormón de casi dos metros que se gana la vida herrando caballos.

Él también se pone rígido y mira hacia atrás por encima de su hombro.

En la ventanilla está Big Foot. Es como una de aquellas historias que se contaban cuando uno iba de acampada, acerca de aquel tío que llevaba un garfio, solo que aquel tío, en lugar de un garfio, lleva una pistola y hace gestos a Danny para que abra la ventanilla.

Danny obedece.

—No os voy a hacer daño —dice el tío a Danny mientras lo saca del coche—. Solo necesito vuestro vehículo.

Lo único que Danny puede hacer es asentir, mientras el tío pasa a su lado y se sienta en el asiento del conductor.

Frank mira a la chica.

—Te puedes bajar —le dice—. Y abróchate la blusa, ¿eh?

Shelly hace las dos cosas.

Frank pone la marcha atrás y emprende el vuelo.