—¿Por qué? —pregunta Frank.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué me quieren ver muerto los federales?
La cabeza está a punto de estallarle.
«Lo que Mike me está diciendo es una locura: que el FBI le dijo que mandara a alguien a matarme. No tiene ningún sentido que los federales fueran a ver a Mike y que Mike recurriera a Detroit para que hicieran el trabajo. ¿Qué gana Detroit? ¿Qué le puede ofrecer Mike a Vince Vena?».
—¿Para qué preguntar el porqué? —dice Mike—. No me dijeron el porqué, Frank, solo me dijeron el qué. Tienes razón: me obligaron por lo de Herbie, me dijeron que, si les hacía un favor, me ofrecían inmunidad. El favor eras tú.
—¿Quién?
—¿Quién qué?
—¿Quién se puso en contacto contigo? —pregunta Frank—. ¿Quién lleva esto?
—Me matarían si te lo dijera, Frank —dice Mike.
Frank hace un gesto con el cañón de la pistola, como diciendo «y yo te mataré si no me lo dices», pero Mike sonríe y sacude la cabeza.
—Tú no eres así, Frankie. No lo llevas dentro y ese siempre ha sido tu problema, coño.
Mike se acaba la cerveza y se pone de pie.
—¡Qué situación de mierda!, ¿verdad? No le veo la salida. ¿Estás seguro de que no quieres una cerveza? A mí me vendría de coña otra.
Se dirige a la cocina.
—Oye, Frankie, ¿te acuerdas del verano de 1972?
—Sí.
—Fue un buen verano —dice Mike mientras abre la puerta de la nevera. Sonríe y empieza a cantar.
«Hay gente que nace para hacer ondear la bandera
—oh, son rojas, blancas y azules—
y, cuando la banda toca “Saluda al jefe”,
oh, te apuntan con el cañón, Señor…».
Mete la mano en la nevera, se vuelve y apunta a Frank con la calibre 38.
Frank le dispara dos veces al corazón.