Jimmy sube por las escaleras hasta el segundo piso del motel. Ahora no está haciendo nada de teatro, sino que se está chutando adrenalina y tiene el culo más apretado que un administrativo en las duchas el primer día que pasa en prisión.
Después de todo, quien lo espera en aquella habitación es el mismísimo Frankie Machine. Es posible que el tío sea viejo, pero por algo llegó a tener su edad. Jimmy se sabe todas las historias y, aunque solo la mitad de ellas sean verdad… A Jimmy le han contado que «la Máquina» entró en un bar de San Diego y se cargó a unos anglicones antes de que pudieran siquiera soltar sus tazas de té. No obstante, si quieres cortar el bacalao, tienes que cargarte al tío que corta el bacalao, conque Jimmy está mentalizado para la ocasión.
Además, Jimmy tiene un plan. Es probable que la Máquina tenga enganchada la cadena de la puerta, así que Carlo tiene uno de esos arietes que usa la Agencia Antidroga para destrozar puertas; entonces Jimmy entrará y le meterá unos cuantos tiros a Frankie Eme en la cabeza. Esperemos que el viejo cabrón esté dormido, vamos.
Jimmy el Niño hace una señal con la cabeza y Carlo empuña el ariete. La puerta no es exactamente la de una fortaleza y cede como los Yankees ante los Red Sox. Jimmy entra en la habitación, pero Frankie Eme no está en la cama. Tampoco está en ningún otro lugar de la habitación.
Jimmy el Niño corta el chorro de adrenalina y gira la pistola en un arco controlado, recorriendo la habitación en vectores precisos, de izquierda a derecha.
La Máquina no está.
Entonces oye el ruido del agua que corre. El viejo hijoputa está en la ducha; ni siquiera ha oído el ruido de la puerta al ceder. Jimmy ve entonces el vapor que sale por debajo de la puerta del cuarto de baño y sonríe: esto va a ser fácil… ¡y limpio!
Jimmy empuja con el pie la puerta del cuarto de baño para abrirla. Tiene las manos en la calibre 38 por delante de él, en la postura para disparar aprobada por el FBI, pero no ve a nadie en la ducha. No se ve la figura de ningún hombre a través de la cortina delgada.
Abre la cortina con la mano izquierda y encuentra una nota pegada con cinta adhesiva plateada en la pared de la ducha, junto con el monitor GPS. Jimmy coge la nota y lee: «¿Pensabas que estabas jugando con niños?».
Jimmy se arroja al suelo y, arrastrándose sobre la barriga, sale del cuarto de baño y regresa a la puerta principal.
Carlo ya está en el suelo, apoyado contra la pared, apretándose con la mano una herida que tiene en el hombro; la sangre se le escurre entre los dedos, mientras la otra mano sujeta sin fuerzas la pistola.
Paulie está tendido en el suelo del balcón, lloriqueando y agarrándose con firmeza la parte inferior de la pierna derecha; mirando a Jimmy como mira un soldado herido a un mal oficial, como diciéndole: «¿Dónde nos has metido y cómo nos vas a sacar de aquí?».
«¡Coño! Buena pregunta», piensa Jimmy, mientras se aplasta todo lo que puede contra el marco de la puerta y trata de escrutar entre las rejas del balcón. No ve de dónde han venido los disparos. Trata de captar un movimiento, un reflejo, cualquier cosa, pero no consigue ver nada que lo ayude. Lo único que sabe es que el tiro siguiente podría destrozarle la cabeza. Por otra parte, si Frankie Eme disparase a matar, tanto Carlo como Paulie ya estarían muertos.
¿Les habrá dado también a Jackie y a Tony? Jimmy mira hacia abajo, al coche que está en el aparcamiento, y apenas los distingue, caídos en el asiento delantero, con las manos en las pistolas, mirándolo. Jimmy les hace un gesto con la mano: «Quedaos agachados, quedaos allí».
—Necesito un médico —gime Paulie.
—Cállate —dice Jimmy entre dientes.
—¡Me estoy desangrando! —lloriquea Paulie.
«No es cierto —piensa Jimmy y le mira la pierna—. La bala no le ha afectado ninguna arteria; ha sido colocada con toda precisión para detener, pero no para matar. ¡El cabrón de Frankie Machine!».