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No cabe duda de que eso es lo mismo que piensa Jimmy el Niño: que Frankie Eme lo tiene muy chungo.

Jimmy está sentado en un coche al otro lado de la calle. Ocupa el asiento del acompañante y tiene un rifle en el regazo, esperando para dar el tiro de gracia.

—¿Estás seguro de que ha entrado? —pregunta Jimmy.

—Lo he visto entrar —dice Carlo.

Carlo se había colocado en la heladería que hay en la acera de enfrente. Ha visto pasar a Frankie Machine con el coche, después ir a comer y después entrar en el banco. Podría haberlo rematado él mismo, pero tenía órdenes estrictas de Jimmy, que le había dicho: «Si lo ves, me llamas», así que Carlo lo llamó y pidió otro helado, de caramelo esta vez.

Jimmy está sentado en el coche y tamborilea con el pie como el bombo en un grupo de heavy metal.

—¿Están Paulie, Jackie y Joey en la parte de atrás?

—Sí.

—¿Estás seguro?

—Llámalos, si quieres.

Jimmy se lo piensa y después cambia de idea. Paulie sería capaz de ponerse a hablar por teléfono a gritos y así poner sobre aviso a Frankie Eme. No, Jimmy quiere que Frankie se sienta seguro y confiado y que salga caminando por aquella puerta con el dinero en la mano y pensamientos positivos en la cabeza. Entonces ¡pam!

«Solo tienes un disparo, no pierdas la oportunidad de matar».

—¿Por qué coño tarda tanto? —pregunta Jimmy. Carlo no tiene tiempo de responder, porque, en aquel preciso instante, empiezan a gemir las sirenas. Son las sirenas de la policía y vienen hacia aquí. Carlo no espera a que Jimmy le diga que ponga la primera y se marche a toda leche. Es obvio.