Eso es lo que tiene que decir el Cinco Centavos cuando recibe la llamada de Frank. Una sola palabra: «Corre», y después cuelga el teléfono. No pases, vete, no recojas doscientos dólares. No vengas a mi oficina ni te acerques a ella. Tan solo corre.
—¿Corre? —pregunta Dave Hansen.
Está sentado al otro lado del escritorio de Sherm Simon.
—Es una película de Woody Allen —responde Simon—. Si no la ha visto, se la recomiendo.
—El nombre era Toma el dinero y corre.
—Bueno, Corre o Toma el dinero y corre, ¿qué diferencia hay?
—Hay mucha diferencia —dice Dave— si el que acaba de llamar era Frank Machianno.
—Frank ¿qué?
—No me vengas con jueguecitos.
—No vengo con jueguecitos —dice Sherm—. ¿Tiene usted una orden judicial, agente Hansen? Porque si no la tiene…
Con un gesto le indica la puerta.
—Es posible que Frank tenga problemas —dice Dave.
«No me jodas: conque es posible que Frank tenga problemas —piensa Sherm—. Yo también puedo tener problemas. Es posible que todos tengamos problemas. Hay problemas que uno ha tenido, problemas que uno tiene en este momento y problemas que uno tendrá. El mundo es así».
—Tú guardas el dinero que Frank reserva para gastos imprevistos —dice Dave.
No es una pregunta, sino una afirmación.
—No sé de qué me habla.
—Estoy tratando de ayudarlo —dice Dave.
—Lo dudo mucho.
Dave se pone de pie y se inclina sobre el escritorio.
—Pues no dudes mucho de lo que te voy a decir: la Ley Patriótica me da carta blanca en lo que respecta al blanqueo de dinero, señor Simon. Puedo hacerle un agujerito, como si fuese un envase de zumo para niños, y derramarlo por todas partes.
—¡Coño! Usted sabe perfectamente —dice Sherm— que Frank Machianno, y con esto no estoy insinuando que haya ninguna relación, no tiene nada que ver con el terrorismo. Eso es una ridiculez.
—Pues no es eso lo que le diré al juez.
—No, apuesto a que no.
—Si lo ves —dice Dave—, si se pone en contacto contigo, avísame enseguida.
Simon no le promete nada.