Cuando Hansen regresa a la oficina del FBI en el centro, el joven agente entra como un acólito llevando el cáliz a un obispo.
—Hemos identificado el cuerpo que apareció flotando —le informa—. ¿Cómo lo supo, señor Hansen?
—Llámame Dave —dice Dave—. Hoy ya me siento bastante mayor.
«Y no me acuerdo del nombre del chaval —piensa—. Los de la nueva tanda son todos iguales y este también: delgado, pero musculoso, de aspecto muy cuidado y pelo corto; llevan traje negro o azul, camisa blanca y corbata discreta de un sólo color».
Aquel es particularmente meticuloso con la ropa. Dave observa que lleva la camisa blanca de rigor, pero con puño doble y gemelos caros.
«Gemelos —piensa Dave—. ¿Adónde vamos a ir a parar? Troy, así se llama el chaval: Troy… Vaughan».
—Pero ¿cómo lo has sabido, Dave? —pregunta Troy.
Se refiere a comparar las huellas dactilares con los archivos del condado. De todos modos, son un montón de archivos y Dave está algo sorprendido de que ya lo hayan encontrado.
«Supongo que es gracias a los superordenadores —piensa—. Antiguamente, era cuestión de… Pero ¿qué importa? Ya no estamos en aquella época».
—No lo sabía —dice Dave—. Era una corazonada.
—¡Impresionante!
—Bueno, ¿me vas a dar la identificación? —pregunta Dave.
Troy se sonroja y le enseña la carpeta.
Vincent Paul Vena tiene mucho mejor aspecto en la foto de archivo que en las rocas de Point Loma. Tiene la típica sonrisa de «Me importa un carajo» que lucen todos los mafiosos; se la deben de enseñar en la academia de la mafia.
El expediente de Vena es bastante voluminoso: acometimiento, agresión con daños físicos graves, juegos de azar, extorsión, incendiarismo… Pasó un tiempito en Leavenworth por provocar aquel incendio. La bofia de Michigan le atribuía varios asesinatos cometidos en la década de 1990, pero no pudieron endosarle ninguno, y, según dicen, acababan de ascenderlo a miembro del consejo que dirige la Combinación.
Nada de todo esto tiene demasiada importancia para Dave. Lo que sí importa —importa mucho— es que Vena era el tío de Detroit al que Teddy Migliore pagaba a cambio de protección. Vena se ocupaba del negocio de los clubes de estriptis y de la prostitución en San Diego para la Combinación.
—¿Qué hace en California un mafioso de Detroit? —pregunta Troy.
—¿Venir de vacaciones? —sugiere Dave.
«Tal vez —piensa Dave—, aunque lo más probable es que no. Lo más probable es que anduviera por ahí controlando los perjuicios que han provocado las imputaciones de la Operación Aguijón G. Puede que intentara cargarse a alguien, aunque da la impresión de que alguien se resistió».
Dave acaba de leer la ficha de Vena, coge el coche y va a lo que solía ser el barrio italiano. Una vez más, Frank Machianno no se había presentado para la «hora de los caballeros» ni tampoco en la tienda de carnada, que seguía cerrada. Nadie ha informado de su desaparición, pero ha desaparecido, ¡me cago en la hostia!
Dave se dirige a pie a la sucursal de la biblioteca en el centro, donde Patty Machianno trabaja a tiempo parcial. Simplemente quiere charlar un rato con ella, no en calidad de agente del FBI, sino como un amigo preocupado.
Ella no está allí. Recorre todo el edificio, pero no la ve, de modo que se acerca a una mujer que está detrás del mostrador de recepción, que tiene más o menos la misma edad que ella.
—¿Ha venido Patty hoy?
La mujer lo mira y después echa un vistazo a su alianza.
—Soy amigo de Frank —dice, porque todos quieren a Frank, el vendedor de carnada—. Como estaba en la biblioteca, se me ha ocurrido pasar a saludarla.
—Patty avisó ayer que estaba enferma —le dice la mujer—. Dijo que no sabía cuándo vendría.
—Gracias.
Dave regresa a la oficina, coge un coche y conduce hasta la casa de Patty. Toca el timbre media docena de veces, después fisgonea alrededor de la casa y se asoma a las ventanas. El lugar está bien cerrado. Mira el buzón y está vacío. No hay correo ni periódicos. Sabe que Patty está suscrita al Union-Trib, porque Frank siempre refunfuña por ese motivo.
—Podría leerlo en la biblioteca —le decía Frank.
—A lo mejor le gusta leerlo mientras desayuna, Frank.
Patty es muy aficionada a Padres and Chargers y todas las mañanas lee la sección deportiva. Es realmente adicta a las columnas de Nick Canepa.
Dave llama por teléfono al servicio de atención al cliente.
—Hola, soy Frank Machianno —dice— y esta mañana no he recibido el periódico.
Da la dirección de Patty a la señorita que atiende el teléfono y unos segundos después ella vuelve a estar en línea y le dice:
—Señor, ustedes han solicitado la interrupción de la entrega durante dos semanas.
Dave cuelga, llama a la oficina y se pone Troy.
—Troy, consigue el número de matrícula de una tal Machianno, Patricia, y ponte a buscar el vehículo.
Le deletrea el apellido.
—Prueba en el aeropuerto —dice a Troy—. No en el aparcamiento principal, sino en uno de los baratos.
Una mujer casada con Frank Machianno durante tantos años no pagaría jamás el precio más elevado del aparcamiento principal. Seguro que habría ido a uno de los espacios comerciales más baratos, fuera de la autopista, y habría aprovechado el servicio de transporte gratuito al aeropuerto.
—¿En qué carpeta tengo que…? —pregunta Troy.
—No hagas nada más —dice Dave con brusquedad—. No abras ninguna carpeta; limítate a hacer lo que te digo.
—Sí, señor.
—Y no me digas «señor».
—Bueno.
A Dave no le gusta ser brusco con el chico y añade:
—Troy, estás haciendo un trabajo estupendo, ¿vale?
Dave se marcha de la casa de Patty y conduce hasta Solana Beach. Se siente algo culpable, porque Frank no sabe que Dave sabe lo de Donna. A Frank le gusta que su vida privada sea eso, privada, y es probable que no le guste que Dave se inmiscuya en su vida personal, pero hay un expediente del servicio de información sobre Frankie y Dave lo conoce al dedillo.
«Estoy preocupado por ti, Frank», piensa Dave mientras se dirige hacia el norte.
La tienda de Donna Bryant está cerrada. Dave se apea del coche, camina hacia la puerta y lee el cartel manuscrito: «Cerrado por vacaciones».
Donna Bryant no se toma vacaciones. Dave pasa por la tienda de vez en cuando y siempre está abierta: los siete días de la semana. Si Donna Bryant estuviese realmente de vacaciones, lo habría planificado de antemano y habría buscado a alguien que se hiciese cargo de la tienda o, como mínimo, habría dejado un cartel impreso, con una fecha de reapertura.
«Lo que pasa es que no sabe cuándo regresará —piensa Dave— y tampoco sabía que se marcharía. De modo que Frank está fugitivo, su ex esposa se ha marchado y su novia, que es tan adicta al trabajo como él o más, se ha ido de vacaciones de repente. Y todo esto después de que la corriente arrastre hasta las rocas a un tío importante de Detroit. Pues no, no me cuadra. Frank Machianno tiene problemas. Frank no huiría jamás sin antes asegurarse de que sus seres queridos estuvieran a salvo. Que Patty y Donna se hayan marchado es una buena señal de que Frank sigue vivo, que les dijo que se esfumaran y a continuación desapareció él también sin dejar huellas. ¿Dónde estará Jill?».
Delibera si llamarla o no. Por una parte, quiere asegurarse de que esté a salvo, pero, por la otra, no quiere darle un susto de muerte. Además, hay otra cosa: Jill Machianno no sabe que su padre es…
Y Frank acaba de recuperar las buenas relaciones con ella y eso significa mucho para él y lo último que Dave querría es fastidiarla.
«Tendría que localizarla —se dice a sí mismo—, someterla a una vigilancia discreta y nada más. Mientras tanto, no sería mala idea presionar un poco a Sherm Simon. A ver qué me puede decir el Cinco Centavos».