21

John Heaney sale a fumarse un cigarrillo junto al contenedor, en la parte de atrás del Hunnybear’s.

Ha sido una noche de muchísimo trabajo. El local está atestado, porque, a la pandilla habitual de lugareños, hay que sumarle un enjambre de turistas de una convención que han venido de Omaha. En todo caso, las chicas están haciendo su agosto y la caja registradora del bar suena como un camión de bomberos.

John se saca el paquete de Marlboro del bolsillo de la camisa y el mechero del bolsillo del pantalón, enciende un cigarrillo y se apoya en el contenedor. De pronto, un brazo le aprieta la garganta hasta ahogarlo y siente que ya no se apoya en sus pies. Serán dos centímetros, pero lo suficiente para no poder respirar ni para apoyarse y tratar de zafarse.

—Pensaba que éramos amigos, John —le dice Frank Machianno.

Frankie Machine está de pie dentro del contenedor; la basura le llega a la pantorrilla y con su fuerte antebrazo izquierdo aprieta el cuello de Heaney.

—¡Coño! —dice John.

—Mouse Junior te ha delatado —dice Frank—. ¿Qué ha pasado, John? ¿Te he vendido una partida de atún en mal estado o qué?

—¡Coño! —repite John.

—Tendrás que esmerarte un poco más —dice Frank.

Se abre la puerta trasera del club e inunda la zona una cuña de luz amarilla. John siente que lo izan bruscamente, como un pescado a una barca, y enseguida está tumbado en la basura con el cuerpo pesado de Frank encima y el cañón de una pistola apretado contra su sien izquierda.

—Vamos, grita —susurra Frank.

John niega con la cabeza.

—Una decisión prudente —dice Frank—. Que sean dos: dime quién te dijo que fueras a ver a Mouse Junior.

—Nadie —susurra John.

—John, eres un cocinero mediocre y por la noche trabajas en un club de alterne —dice Frank—, así que no es lo tuyo mandar matar a nadie. Y, como me vuelvas a mentir, te juro que te dejo seco y abandono tu cuerpo aquí, con la basura, que es donde debe estar.

—Yo no quería, Frank —lloriquea John—. Me dijeron que me podían ayudar.

—¿Quiénes, Johnny? ¿Quién vino a verte?

—Teddy Migliore.

«Teddy Migliore —piensa Frank—, el dueño del Callahan’s y vástago de la Combinación. Las noticias no son buenas».

—¿Ayudarte en qué?

—Me han imputado.

—¿Imputado?

—Por esta mierda del Aguijón G —dice John—. Yo era el repartidor. Le llevé dinero a un poli y resultó que era agente secreto.

John le suelta el resto de la historia. Lo estaban presionando de los dos lados: los federales, ofreciéndole un trato para que cantase, y la familia, amenazándolo con quitarlo de en medio para que no hablara.

—Estaba jodido del todo, Frank.

Entonces Teddy Migliore le ofreció una salida: que fuera a ver a Mouse Junior e hiciera un trato con él. Entonces la mafia no lo borraría del mapa y haría que le retiraran la imputación o, como mínimo, le conseguirían un indulto.

—¿Y tú te has creído esa chorrada? —le pregunta Frank, sabiendo que es una pregunta inútil, porque un condenado se cree cualquier cosa que le proporcione aunque sea una mínima esperanza.

Amartilla la pistola y siente que John se estremece debajo de él.

—Por favor, Frank, no lo hagas —dice John—; lo siento.

Frank afloja otra vez el percusor y los sollozos sacuden el cuerpo de John.

—Yo me voy, Johnny —susurra Frank—. Tú espera aquí cinco minutos antes de salir. Si te sientes culpable por lo que me has hecho, espera una hora antes de llamar a Teddy; de lo contrario, en fin, no hay nada que yo pueda hacer.

Frank sale del contenedor y se sacude la basura. Le gustaría conseguir un sitio donde poder darse una ducha y cambiarse de ropa, pero en aquel momento tiene otra cosa que hacer. Se dirige a su coche y abre el maletero.