17

Localizar a Mouse Junior es pan comido. Frank simplemente marca el teléfono de información, pide el número de Golden Productions y llama.

—Oye —dice a la recepcionista—, que soy del servicio de catering para el rodaje de hoy y no los localizo. ¿Me dices dónde…?

Evidentemente, están en el valle. El valle de San Fernando es la capital pornográfica del mundo. Es imposible hacer botar una pelota de tenis en el valle sin darle a algún culo al aire, esperando para entrar en el plató. Forma parte de Los Ángeles, pero hace algunos años intentó separarse, aparentemente, piensa Frank mientras accede a la 101 en dirección al valle, para convertirse en la «república del porno».

Por un lado está Hollywood y después, un poco más al norte, está «Hollywoody», el Hollywood erótico, donde tíos gay con erecciones alimentadas a base de Viagra se tiran a jóvenes drogadictas sobre colchones pelados dispuestos sobre la hierba en Encino.

«Es tan erótico —piensa Frank— como tener una bacteria en el intestino».

Sin embargo, bromas aparte, la verdad es que la «industria del entretenimiento para adultos» es más potente que Hollywood, el béisbol profesional, la liga de fútbol americano profesional y la liga de baloncesto profesional todos juntos. Es un negocio muy lucrativo y la mafia siempre va donde hay ganancias.

No le cuesta nada encontrar el lugar de rodaje: una casa grande en Chatsworth con un patio trasero vallado y la indefectible piscina. Sabe que ha acertado, porque en la calle está aparcado el hummer de Mouse Junior, lo que demuestra lo despreocupado que se ha puesto esto últimamente, si, después de tratar de cargarte a un tío y fallar, uno sigue usando su propio coche como si allí no hubiera pasado nada.

«A menos que se trate de una emboscada», piensa Frank.

Da una vuelta con el coche, buscando algún vehículo auxiliar, pero no reconoce ninguno, y tampoco ve ningún mafioso en la esquina. Si Mouse Junior tiene gorilas, están todos allí dentro, mirando lo que pasa.

«Qué tontería», piensa Frank mientras sigue subiendo por la carretera, para aprovechar el cambio de rasante para poder ver el patio trasero desde arriba.

Aparca, extrae unos binoculares y examina la escena.

«Si quisiera eliminar a Mouse Junior, podría hacerlo desde el coche y de un solo disparo y lo único que podrían hacer por él sus gorilas sería recoger su cadáver de la hierba húmeda».

Porque allí está el bobo del niñato, flanqueado por su compañero Travis, más bobo aún que él, de charla con el director y el equipo de rodaje, tratando de decidir dónde filmar, porque está lloviendo. Los actores y el equipo están apiñados en el patio cubierto y parece que el director trata de resolver cómo filmar allí dentro hasta que —¡cómo no!— un par de operarios salen a buscar una tumbona y la llevan al patio. Un asistente de producción va a buscar una toalla y la seca.

«¡Qué atentos! —piensa Frank—. Así al menos los actores trabajan encima de una tumbona seca».

Frank dirige los binoculares hacia Mouse Junior. Sería fácil liquidarlo, pero Frank no quiere la sangre de Mouse Junior: lo que quiere es información, conque se sienta a esperar una oportunidad.

Hay cinco cosas que hacen que un mafioso te la brinde: la despreocupación, el cansancio, los hábitos, el dinero y el sexo. Esa es la lista completa.

Mouse Junior ya ha dado muestras de despreocupación, lo cual sería suficiente para matarlo, pero Frank no lo quiere muerto, de modo que tendrá que esperar a que cometa algún otro de los cinco pecados mortales.

Frank apuesta por el sexo. No es una posibilidad demasiado remota, a juzgar por la manera en que Mouse Junior está pendiente de una jovencita que se está haciendo el amor a sí misma en aquel preciso instante. Es una rubia menuda con un pecho enorme. ¡Qué par de tetas! Lleva el tatuaje de rigor en la parte baja de la espalda: Mike Pella lo llama «la marca de la zorra».

Es un delfín retozando en una ola. Frank se ofende en nombre de los delfines. ¡Por Dios! Él ha surfeado con delfines. A veces se ponen a cabalgar las olas al lado de los surfistas, por diversión. Algunos de los mejores recuerdos de su vida tienen que ver con observar a los delfines jugando en la rompiente al atardecer. No le hace falta verlos en el trasero de una actriz porno.

A Frank no le agradan los tatuajes y no les encuentra ningún atractivo. No le parece que queden bien en un cuerpo joven y ¿qué ocurre cuando la gravedad hace sentir su fuerza inevitable y los dibujos empiezan a irse hacia abajo? Peor.

Mouse Junior no le quita ojo a la chica del delfín y ella no le quita ojo a él. El típico amor pornográfico adolescente. Sería dulce, si no fuera tan repugnante.

Ella se toca, gime y hace ojitos fuera de la cámara a Mouse Junior, que está ahí de pie, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra y sonriendo como corresponde a un idiota congénito.

Mientras tanto, otro joven le hace una mamada a la estrella porno masculina, que entonces se aparta y va hacia el plató, donde la chica del delfín toma el relevo en el trabajo oral. A continuación, la estrella porno masculina le devuelve el favor y pasan por una fastidiosa rotación de posturas —parecen gimnastas sexuales ejecutando sus ejercicios de rutina—, que culminan con la consabida corrida de él sobre la cara de ella, que la recibe con aparente entusiasmo, si no total y absoluta gratitud.

Después viene la hora de comer. Frank no sabe si los que se dedican al entretenimiento para adultos tienen un sindicato, pero enseguida se preparan para la pausa para comer y todo el mundo hace cola en el patio para acercarse a la mesa larga.

Mouse Junior espera mientras un asistente de producción entrega a la chica del delfín una toallita húmeda para secarse la cara y se adelanta y le envuelve los hombros con un albornoz, demostrando, supone Frank, que la caballerosidad en realidad no ha muerto. Él observa mientras ellos se apartan del grupo y comen junto a la parrilla techada.

Frank se pregunta de qué hablarán. ¿De la escena que ella acaba de hacer o de la que está a punto de hacer? ¿De su interpretación, de su técnica? ¿Habrá algunas sugerencias del «productor»? ¿Apuntes para su carrera o qué? ¿Qué más da?

Frank espera hasta que se acaba la pausa para comer, se acerca con el coche a la casa y encuentra un sitio donde aparcar en la calle.

La chica del delfín sale como dos horas después y se sube a un ford Taurus. Frank la sigue mientras ella conduce calle abajo hasta la rampa de acceso a la 101. Él se mantiene unos cuantos coches más atrás mientras ella se dirige hacia el sur y sale en Encino. Vive en uno de esos bloques de apartamentos de dos pisos de los que hay a millares en la zona de Los Ángeles. Frank la sigue hasta el aparcamiento, donde ella se detiene en la plaza que le corresponde. Él encuentra un lugar vacío y aparca; la ve subir por la escalera al segundo piso y meterse en su apartamento.

Entonces él se marcha con el coche, busca un Subway, se compra un bocadillo de pavo ahumado y una botella de té frío, va a la tiendecita del mismo centro comercial y se compra una revista Surfer y vuelve en coche hasta la acera de enfrente del bloque de apartamentos, a esperar.

El bocadillo está bueno; no es excelente, como los que se prepara él mismo en su casa, pero está bien. Eligió el pavo con pan integral, porque tanto Donna como Jill le están encima para que controle su consumo de hidratos de carbono, con toda la pasta que come.

«La manía de las dietas —piensa Frank—. Hace un tiempo, todo el mundo se atiborraba de hidratos de carbono y en los restaurantes nunca servían suficiente pasta; en cambio ahora los hidratos de carbono son el demonio y lo que hay que comer son proteínas».

Mouse Junior no llega hasta casi las ocho.

«Debió de haber problemas en el plató —piensa Frank—. Dificultades con el guión, fallos de la cámara, disfunciones eréctiles, escasez de lubricante…».

En todo caso, Mouse Junior viene en el hummer y viene solo.

«Despreocupación más sexo —piensa Frank—: un doblete mortal. La única cuestión es si me lo cargo ahora o espero a que se haya echado un casquete».

Es preferible hacerlo dentro del apartamento que en la calle, piensa Frank, pero la chica del delfín no tiene nada que ver, conque decide dejarla fuera y espera que Mouse Junior no se quede toda la noche.

«En resumen —piensa Frank—, esperas que sea como tú».

Programa la alarma en su reloj y se echa una siesta de media hora, sabiendo que Mouse Junior no va a ser tan rápido. Reclina el asiento hacia atrás y duerme profundamente hasta que lo despierta el zumbador; entonces se apea, abre el maletero, extrae una barra de metal y se acerca al hummer.

En los viejos tiempos, cuando el hijo de un capo hacía la corte, por así decirlo, había mafiosos en la calle esperándolo, cubriéndole las espaldas. Ahora, no.

Frank llega hasta el hummer y abre la portezuela. Se dispara la alarma, pero ya nadie presta atención a estas cosas. Él apenas tarda un par de segundos en meter la mano y desconectar aquella estupidez.

Sube al asiento trasero y se tumba en el suelo a esperar, confiando en que Mouse Junior sea un mal amante. Al final, resulta ser mediocre. Son casi las diez y media cuando Mouse Junior sale del bloque de pisos silbando.

«Es increíble —piensa Frank al escuchar los gorgoritos de Mouse Junior—: el chaval es un tópico ambulante».

Espera a que se abra la portezuela y Mouse Junior se siente al volante. Entonces apoya el cañón de la pistola en el respaldo del asiento del conductor para que sienta la presión en la espalda.

—Pon las manos contra el techo —dice Frank—, con fuerza.

Mouse Junior obedece. Frank se estira y busca la pistola que Mouse Junior lleva en la pistolera, le vacía el cargador y se la mete en la cinturilla.

—Ahora apoya las manos en el volante —dice Frank.

Mouse Junior vuelve a obedecer.

—Por favor, no me mate, señor Machianno.

—Si te quisiera ver muerto —dice Frank—, ya estarías muerto. Para que lo sepas: si me obligas a dispararte a través de este asiento, lo que te reventará los órganos vitales serán la bala más el cuero trabajado a mano más quién sabe qué más. Capisce?

—Entiendo —dice Mouse Junior con voz temblorosa.

—Bien —dice Frank—, ahora vamos a ver a papá.

El trayecto hasta Westlake Village se hace largo, sobre todo porque a Mouse Junior le da un ataque de diarrea verbal y no puede parar de decir tonterías: lo contento que está de que Frank esté vivo, lo mucho que lo impresionó lo ocurrido en el barco, que él y Travis salieron corriendo a llamar a su padre enseguida para ver si él podía hacer algo, que toda la familia de Los Ángeles ha estado…

—¿Por qué no te callas, Junior? —dice Frank—. Me das dolor de cabeza.

—Perdón.

—Limítate a conducir —dice Frank.

Lo hace ir al único lugar del mundo al que nadie esperaría que fuera Frank Machianno: el lugar de trabajo de Mouse Senior. La cafetería estará cerrada al público a aquellas horas, pero Frank sabe que allí estarán Mouse Senior y media familia de Los Ángeles. Y eso es precisamente lo que quiere: resolver aquella cuestión para poder volver a su vida de siempre.

Cuando llegan, Frank dice a Mouse Junior que se quede en el aparcamiento del fondo, que deje el motor en marcha y que llame a su padre con el teléfono móvil. La mano de Mouse Junior tiembla como la de un borracho cuando marca el número con el marcado rápido. Cuando Frank oye la voz de Mouse Senior, le arrebata el teléfono.

—Sal fuera —dice.

Mouse Senior le reconoce la voz.

—¿Frank? ¿Qué coño pasa?

—Tengo una pistola apoyada contra la espalda de tu hijo y, si no estás aquí en diez segundos, aprieto el gatillo.

—¿Qué te pasa? ¿Estás borracho? —pregunta Mouse Senior—. ¿Acaso es una broma de mal gusto?

—Uno…

—Frank, ¿qué coño te pasa?

—Dos…

—Frank, estoy mirando por la ventana y veo a Junior sentado en su coche él solo.

—Díselo tú —dice Frank a Mouse Junior.

—¿Papá? —dice Mouse Junior—. Está aquí. Está en el asiento trasero y tiene una pistola.

—Eso fue tres, cuatro y cinco —dice Frank.

—¿Es esto un secuestro? —pregunta Mouse Senior—. ¿Estás chiflado, Machianno? ¿Te has vuelto loco?

«¿Será posible —piensa Frank— que Mouse Senior no supiera nada de la trampa que le tendieron?».

—Seis —dice Frank.

—¡Ya voy! ¡Ya voy!

Sin separar la pistola de la espalda de Mouse Junior, Frank se yergue lo suficiente para mirar por la ventanilla. Mouse Senior sale por la puerta de atrás. Su hermano Carmen está con él, al igual que Rocco Meli y Joey Fiella. Frank sabe que los hermanos Martini no llevarán armas, pero seguro que Rocco y Joey llevan hierro. No importa, porque nadie le va a disparar mientras esté tan cerca del hijo del capo.

«Yo sí que podría hacerlo —piensa Frank—. Sería capaz de disparar sin derramar ni una gota de sangre del chaval, pero ese soy yo y ellos no son así. Y ellos lo saben. Y también saben que ya podría haberlo matado, si hubiese querido, y habría estado en mi derecho, por tenderme una trampa. El hecho de que lo haya traído aquí, donde apretar el gatillo equivaldría a un suicidio, les demuestra que quiero hacer las paces».

—Pete, sabes que tu hijo ya podría estar muerto —dice.

—Tranquilo, Frank.

Hace años que Frank no ve a Mouse Senior. El capo sigue teniendo la cara ancha y plana como una sartén, pero las arrugas que la surcan son mucho más profundas y tiene el cabello totalmente canoso.

—Estoy tranquilo —dice Frank—. Espero que tú también y que te limites a escuchar. Aparentemente ha habido algún tipo de malentendido grave entre nosotros, Pete, que te ha inducido a pensar que tenías que quitarme de en medio. Si crees que te voy a encartar por lo de Herbie Goldstein, estás equivocado. No me han arrestado ni acusado ni siquiera interrogado por eso y, aunque lo hubiesen hecho, yo no soy un chivato.

—Jamás pensé que lo fueras —dice Mouse Senior—. ¿De qué coño me estás hablando?

—¿Del pequeño encuentro con Vince Vena en el barco? —Frank capta algo que se mueve con el rabillo del ojo—. Dile a Joey que deje de tratar de dar la vuelta al coche por el otro lado.

—Joey, quédate quieto —ordena Mouse Senior—. Frank, ¿de qué coño hablas?

—¿No sabe nada? —pregunta Frank a Junior.

Mouse Junior sacude la cabeza.

—Díselo.

—¿Que me diga qué? —Mouse Senior fulmina a su hijo con la mirada—. ¿Qué me tienes que decir, Junior? ¿Qué es lo que has jodido ahora?

—Papá…

—¡Joder! ¡Dímelo de una puñetera vez!

—Travis y yo estuvimos rodando porno en San Diego —dice Mouse Junior—. Porno para Internet, chorradas con la cámara web, vídeo sin descarga…

—Maldito malnacido —dice Mouse Senior—. Si sabes que eso…

—¡Estaba tratando de conseguir algo de dinero, papá! —dice Mouse Junior—. ¡Estaba tratando de ganar!

—Sigue.

—Me estaba forrando, papá —dice Mouse Junior—, hasta que la familia de Detroit lo descubrió. Me presionaron, me dijeron que te lo dirían a ti, a menos que…

—¿Qué has hecho, Junior?

—Simplemente querían que preparara un encuentro —lloriquea Mouse Junior—, que consiguiera que Frank fuera a hablar con Vena. Eso es todo. Yo no sabía que iban a matarlo, te lo juro. No lo sabía. Solo me dijeron que le contara esta historia y lo llevara a la reunión y que así podría conservar mi negocio aquí.

—Frank, lo siento —dice Mouse Senior—, yo no sabía nada.

—No digas gilipolleces —dice Frank—. Detroit jamás se metería en tu territorio y se cargaría a uno de tus hombres sin tu consentimiento. Para eso eres el capo.

—¿El capo? —pregunta Mouse Senior, torciendo la boca con atribulado desdén—. ¿El capo de qué? ¡Soy el capo de una mierda!

Es la pura verdad. La mayoría de los hombres de Mouse están en chirona y lo que le queda es una mierda y se está viendo venir otra imputación. Efectivamente, es el capo de una mierda. Frank no se había dado cuenta de que él lo sabía.

—¿Y ahora qué vas a hacer, Frank? —pregunta Mouse Senior y se vuelve hacia su hijo—: Te darás cuenta de que tiene derecho a matarte.

—Papá…

—Calla, idiota —dice Mouse Senior y se vuelve hacia Frank—: Mira, Frank, tú tienes una hija, así que ya sabes lo que es esto. Si quieres que le dé una buena paliza, lo haré, pero déjalo ir, por favor. De padre a padre, te lo suplico. Me estoy humillando.

—¿Quién? —pregunta Frank a Mouse Junior—. Tienes una oportunidad de decirme la verdad… ¿Quién recurrió a ti?

—John Heaney —dice Mouse Junior.

«Conque John Heaney —piensa Frank—. No me extraña que pareciera tan acojonado cuando lo vi —¿es posible que solo fuera anoche?— en Freddie’s. John, mi viejo camarada de surf, mi amigo, el tío que consiguió media docena de trabajos gracias a mí… ¡En qué mundo vivimos!».

—Bájate del coche —dice Frank.

Mouse Junior prácticamente se cae al salir corriendo del hummer. Frank se sube al asiento del conductor, cierra la portezuela de golpe, pone la marcha atrás y sale con estruendo del aparcamiento hacia la calle. Por el retrovisor, puede ver a Joey disparándole, a Rocco tratando de llegar a un vehículo y a Mouse Senior pegándole a Mouse Junior en la cabeza, aunque se interrumpe el tiempo suficiente para gritar:

—¡Liquidad a ese hijoputa!