Jimmy el Niño alquila un automóvil en el aeropuerto y conduce hasta la casa de su tío en West Palm. Es agradable estar en Florida. Es agradable viajar en un descapotable y que a uno le dé un poco el sol. Jimmy se pasa la mano por el pelo teñido de rubio. Le gusta su nuevo aspecto: muy rubio, con un corte casi a la moda.
También le agrada lucir los tatuajes, cuando el clima le permite llevar mangas cortas. Se hizo tatuar algunos símbolos chinos: fuerza, valor, lealtad, y también una de esas bolas de demolición enormes en el antebrazo derecho, a punto de caer sobre algún cerdo en un viejo cadillac.
El «equipo de demolición». Qué agradable.
En el bungalow de Tony hace un calor sofocante. Es un día caluroso de por sí y Jimmy juraría que el viejo tiene puesta la puta calefacción. Echa un vistazo al termostato: marca treinta grados. Y el tío Tony lleva puesto un jersey.
«Es la circulación —piensa Jimmy—. La sangre no les circula bien y por eso los viejos tienen frío».
Jimmy abraza a su tío y lo besa en las dos mejillas. Su cutis le produce la sensación del pergamino en los labios. Tony Jacks se alegra de ver a su sobrino.
—Ven, siéntate.
Entran en el salón. Jimmy se sienta en el sofá y, con el calor, las piernas se le pegan a la funda de plástico.
—¿Quieres beber algo? —pregunta el tío Tony—. Llamo a la chica.
—Estoy bien.
Conversan unos minutos sobre temas triviales, como corresponde, hasta que Tony va al grano.
—¿Qué te trae por aquí, Jimmy?
—El follón que hay en San Diego.
Tony Jacks sacude la cabeza.
—Cuando me preguntaron a mí, les dije que Vince no era capaz de encargarse de aquel trabajo.
—Lo mismo dije yo.
—Conozco al tal Frankie desde que era niño —dice Tony Jacks—. Hizo algún trabajo para mí, en aquella época. Un hueso duro de roer.
—Quiero que me den la oportunidad, tío Tony.
Tony Jacks lo mira durante unos segundos y dice:
—Eso depende de Jack Tominello, sobrino. El capo es él.
—El capo deberías ser tú —dice Jimmy— o mi padre. Debería ser alguno de los Giacamone, no un Tominello. Calculo que, si resuelvo este asunto, me hago cargo de lo que Vince tuviera en marcha en San Diego.
—¿Qué sabes tú de eso?
—Algo relacionado con clubes de estriptis.
—Es mucho más que unas cuantas estríperes.
—¿A qué se debe tanta obsesión por Frankie Machine? —pregunta Jimmy—. ¿Por qué lo queremos mandar al otro barrio?
Tony Jacks se inclina hacia delante —da la impresión de que tiene que hacer un esfuerzo— y baja la voz hasta convertirla en un susurro ronco.
—Lo que te voy a decir, Jimmy, tu padre no lo sabe. Ni siquiera Jack lo sabe. Lo que te voy a decir no se lo puedes contar jamás a nadie mientras vivas.
—No lo haré.
—Júramelo.
—Te lo juro por Dios —dice Jimmy.
Tony Jacks le cuenta una historia; se remonta a mucho tiempo atrás y le lleva un buen rato.
Cuando Jimmy el Niño se marcha por fin de la casa de su tío, sale por piernas. Se las pira.