James Giacamone, alias Jimmy el Niño, entra en el bar del Bloomfield Hills Country Club, a las afueras de Detroit, y busca a su padre. Alcanza a ver a Vito William Giacamone, alias Billy Jacks, sentado en un banco junto a la ventana, observando con tristeza el decimoctavo green cubierto de nieve.
Billy Jacks se vuelve y mira a su hijo. El chaval se presenta en el club de campo vestido con pantalones anchos y una sudadera vieja, con la capucha puesta, como un rapero. ¿Cómo se llama ese que es blanco y es de por aquí? Tiene nombre de golosina… ¿M&M?
Su hijo se cree que es M&M.
«Claro que —piensa Billy— el chaval acaba de superar una etapa difícil: cinco años por extorsión. Además, ha hecho otros trabajos que, gracias sean dadas a san Antonio, el FBI no le atribuyó a él. Aunque el chico tenga aspecto de payaso, trabaja bien. Y está otra vez conmigo, conque ya puede tener la pinta que le dé la gana. Con una vida como la nuestra, nunca se sabe cuánto tiempo vas a pasar con tus hijos, así que, ¿para qué hacerles la puñeta?».
Jimmy se sienta a su lado y hace señas al barman para que le ponga lo de siempre.
—No podremos salir —dice Billy— hasta dentro de varios meses.
A Jimmy no le importa. El golf es cosa de viejos.
Un camarero pone un vodka con tónica delante de Jimmy y se aleja.
—¿Sabes algo de Vince? —pregunta Billy.
Jimmy niega con la cabeza:
—La Compañía B no va a regresar.
«Eso es lo que pasa —piensa Jimmy— cuando uno manda a un tío como Vince a enfrentarse con una leyenda como Frankie Machine».
Billy acepta el veredicto. ¿Qué alternativa tiene? Si Vince estuviese vivo, ya habría llamado; que no lo haya hecho solo puede querer decir una cosa: que a Vince Vena más le valía estar al corriente con sus actos de contrición.
Sin embargo, lo de Vince es una lástima. Después de una vida de servicio, el tío finalmente llega al consejo que dirige la Combinación y pocas semanas después lo liquidan. Claro que eso significa que habrá una vacante en el consejo.
Sentado allí, Jimmy oye la cabeza de su padre haciendo horas extras. Ve al viejo pasar por las distintas fases del dolor. Primero, la aceptación: Vince ha muerto. Después, la ira: ¡Mierda! ¡Vince ha muerto! Y por último, la ambición: Vince ha muerto y alguien va a tener que ocupar su lugar en la mesa.
«Estos viejos son como las hienas —piensa Jimmy, que ha visto muchísimos documentales en Animal Planet cuando estaba en gayola—: corren juntos, cazan en manadas, comparten la presa, pero, cuando uno de ellos cae, los demás se comen sus huesos y le chupan la médula».
Los huesos de Vince tienen una médula bien jugosa.
«Solo hay dos capos en la calle —piensa Jimmy—: mi padre y el viejo Tony Corrado, conque uno de ellos va a prosperar y, si mi padre puede salvar este asunto de San Diego, será él quien prospere».
—Me tendrían que haber enviado a mí —dice Jimmy.
—Tú lo pediste —dice Billy.
Jimmy se encoge de hombros. Es cierto: trató de ganarse a Jack Tominello, pero el jefe del consejo, el verdadero capo, decidió que fuera Vince. Como después de todo San Diego iba a ser territorio de Vince, era preferible que él resolviera sus propios asuntos. Aunque no lo consiguió.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Billy.
Ha llegado a la edad en la que uno pide consejo a su propio hijo, pero hay que ayudar a los jóvenes y Jimmy el Niño llegará lejos: con tan solo veintisiete años, es el que más dinero gana para la Combinación y prácticamente tiene un asiento reservado en el consejo.
Cuando le toque, llegado el momento. El primer paso sería que yo ascendiera a formar parte del consejo y entonces Jimmy ocuparía mi puesto de capo de la calle.
—¿Que qué hacemos ahora? —pregunta Jimmy—. Sencillamente, que me cargo a Frankie Machine.
Billy Jacks sacude la cabeza.
—Papá —dice Jimmy—, no podemos permitir que este tío mate a un miembro del consejo y se largue sin más. Además, hemos prometido a ciertas personas…
—Ya sé lo que hemos prometido —dice Billy.
Vuelve a mirar la nieve y de nuevo se enfada por lo de Vince.
—Son un puñado de californianos de playa —dice Jimmy.
—Deja que te recuerde —dice Billy— que uno de esos «californianos de playa» mató a Vince Vena.
—¿Te parece que no puedo encargarme de este tío?
«Frank Machianno, el hijoputa de Frankie Machine —piensa Jimmy—. El tío tendrá más de sesenta tacos y será toda la leyenda que quieras, pero un puñado de viejas historias bélicas no hacen que sea a prueba de balas».
A Jimmy le gusta que Frankie Machine sea una leyenda, porque, si matas a una leyenda, tú mismo te conviertes en una. No te conviertes en el hombre hasta que derrotas al hombre que ha sido aquel hombre: eso es lo que le ha enseñado su tío.
Tony Jacks era un hombre. El tío Tony estaba hecho a la antigua usanza, había expulsado de Detroit a la rama judía y después fue un puto guerrero en la larga lucha entre el lado este y el oeste, que finalmente se resolvió con la Combinación. Fue Tony Jacks quien llevó a Hoffa al redil y fue Tony Jacks el que al final, a regañadientes, dio la orden de que se lo cargaran. Pero ahora el tío Tony está retirado, enfermo, y vive sus últimos días en la sala de espera de Dios en West Palm.
Eso es lo malo que tiene la cosa nostra en esta época: que no quedan suficientes hombres como el tío Tony. Jimmy quiere mucho a su padre, pero el viejo es como la mayoría de los viejos de ahora: está agotado, cansado, y le cuesta apretar el gatillo. Después de las generaciones que han hecho falta para construir la cosa nostra, ahora los viejos se la están regalando a los negratas, a los jamaicanos y a los rusos… o a los californianos de playa, en la costa oeste. Lo que pasa es que nos hemos ablandado.
En cambio, Jimmy el Niño es una vuelta al pasado. Es de la vieja escuela y no le da miedo apretar el gatillo. Piensa que ha llegado el momento de que la nueva generación empuñe las riendas y restaure la cosa nostra.
«La mejor manera de ascender y restaurarla es dar un paso adelante —piensa Jimmy—: eliminar a una leyenda como Frankie Machine y que se enteren de que en la ciudad hay un chaval nuevo».