Comentario final

Me gustaría dejar a la opinión de los lectores el decidir qué versión les gusta más…, pero si me prometen no dejarse influir por ellos, he aquí algunos de mis propios pensamientos sobre la cuestión.

Durante estos últimos treinta años, he pensado en estos dos finales como «mi final», y «el final de Campbell», y, a mi modo bastante subjetivo, siempre he preferido «mi final», es decir, el que escribí primero, en la versión no publicada. Sin embargo, una vez dicho eso, debo añadir que ahora, por primera vez en treinta años, he leído las dos versiones del relato, una inmediatamente después de la otra, y he llegado a la conclusión de que ambas son mis finales y que están bien escritas… Aunque siga gustándome más la primera que escribí.

Aunque parezca extraño, el segundo final, el que fue publicado y considerado por mí como «el final de Campbell», es el que me parece más típicamente mío. En un relato tras otro he hecho que mi héroe ganara gracias a su inteligencia superior, a su racionalidad superior, a su cerebro superior. En resumen, Roger Toomey hace exactamente lo que un héroe típico de Asimov haría. ¿Por qué, entonces, me siento insatisfecho?

Porque Roger Toomey no es un héroe típico de Asimov.

El relato, tal y como lo concebí después de que Campbell expresara su deseo de que escribiera un relato sobre una persona que podía levitar pero que no podía conseguir que nadie la creyera, requería un héroe no asimoviano. Mi tesis (no directamente expresada en muchas palabras, pero implícita una y otra vez) era la siguiente: «Para creer en la existencia, sólo la verdad es suficiente».

Mi punto de vista sobre la vida, habitualmente alegre, es que no acepto esa tesis. Sigo escribiendo libros sobre ciencia e historia —y también sobre ciencia ficción—, en los que trato de explicar el mundo de una forma natural y racionalista, con la confiada certidumbre de que eso es suficiente para conseguir que la gente abandone sus tontas supersticiones.

Y, sin embargo, ocasionalmente también tengo mis momentos oscuros y cínicos, cuando soy consciente de la existencia de millones de personas —incluso personas educadas y presumiblemente inteligentes— que aceptan un amplio espectro de sinsentidos que van desde la astrología hasta el creacionismo, enfrentándose así a todas las pruebas reunidas paciente y dolorosamente por los seres humanos racionales a través del curso de la historia de la civilización… Y entonces me siento como Roger Toomey.

La levitación es algo ideal para demostrar este cínico punto de vista, puesto que se trata de algo considerado por toda persona racional, consciente del moderno pensamiento científico, como imposible y opuesto a la ley natural. Ni siquiera las personas sin educación y supersticiosas creerían que la levitación es posible, a no ser mediante la intervención divina (o demoniaca).

Quienes se enfrentan al hecho de la levitación deben buscar, por lo tanto, una explicación que implique algún tipo de brujería, o bien refugiarse en el terror ante lo que debe parecerles algo que implica la presencia de lo divino o de lo demoniaco.

Si usted acude a mí, por ejemplo, y me demuestra que puede levitar, y si yo no consigo encontrar los hilos que lo sujetan, probablemente terminaría por no creer en lo que ven mis ojos. Lo siento.

Así que, cuando Roger Toomey no puede encontrar a nadie que le crea, cuando no halla creencia (y ése es el título del relato), su vida debe seguir necesariamente un curso continuo de hundimiento para demostrar así, con la mayor fuerza posible, la tesis central del relato.

En la segunda versión, sin embargo, «el final de Campbell», hago que Toomey se enfrente racionalmente y paso a paso con la situación, de modo que, aun cuando no es un héroe asimoviano típico, se convierte finalmente en uno. De todos modos, creo que no debería haber aceptado hacerlo.