—¿Oye, Okinawa, dónde estuviste la otra noche? Estaba preocupado por ti.
—El tío se fue a un hotel, completamente solo en un mueble —me respondió Reiko—. Y, bueno, iba con esta pinta y la gente sospechó de él, ya sabes, y sólo se le ocurrió largarse por la ventana. ¡Y ya había pagado!… Por supuesto con mi dinero. No me importa, pero bueno…
Aquella tarde, Reiko había llegado con Okinawa. Estaba otra vez borracho y realmente apestaba, así que le dije:
—Venga, a ver si te despejas —y le empujé a la bañera.
Reiko me susurró al oído:
—No le cuentes a Okinawa la historia con Saburo y los otros, porque me mataría ¿vale?
Me eché a reír y asentí, ella se quitó la ropa y se metió también en el baño.
Yoshiyama estaba histérico porque Kei no había regresado la noche anterior. Ni siquiera mostró el menor interés cuando Okinawa le enseñó el disco nuevo de los Doors que había comprado.
Pudimos oír los gemidos de Reiko desde el baño. Con cara de disgusto, Moko dijo:
—Ryu, pon algo de música, estoy harta de sólo follar. Creo que debe haber algo más, quiero decir: otras formas de divertirse.
Mientras bajaba la aguja sobre el disco de los Doors, apareció Kazuo, cojeando, con Kei sosteniéndole del hombro.
—Venimos a recoger algún recuerdo de la fiesta. ¿Tenéis alguno?
Venían los dos ya colocados con Nibrole y se besaron con la lengua delante mismo de Yoshiyama. Incluso pegados ambos por los labios le miraban por el rabillo del ojo, como si a duras penas pudieran contener la risa.
Yoshiyama cogió de repente a Moko, que estaba tumbada en la cama leyendo una revista, y trató de besarla:
—¡Qué estás haciendo, corta el rollo! ¡A pleno día! ¡Eso es todo lo que sabes hacer! —chilló Moko, y lo apartó de un empujón.
Yoshiyama miró torvamente a Kei, que estaba tronchándose con la escena.
Tirando la revista sobre la alfombra, Moko dijo:
—Ryu, me voy a casa, estoy harta de todo esto.
Se puso el vestido de terciopelo que se había quitado al llegar.
—¿Kei, dónde has estado esta noche? —preguntó Yoshiyama, levantándose de la cama.
—En casa de Kazuo.
—¿Estaba Reiko contigo?
—Reiko se fue a buscar a Okinawa a un hotel, un sitio que se llamaba «Palacio del Placer y del Amor», en Shin Okubo. En todos los techos había espejos.
—¿Jodiste con Kazuo?
Moko sacudió la cabeza oyéndoles hablar. Se puso rápidamente algo de maquillaje, se arregló el pelo y me dio unos golpes en el hombro:
—Dame un poco de hash, Ryu.
—¿No te da vergüenza preguntarnos una cosa así, con todo el mundo aquí delante? —continuó Kei, dirigiéndose a Yoshiyama.
—Sí, tiene razón, Yoshiyama —dijo Kazuo riéndose, burlón—. Ella vino conmigo porque estaba herido. No digas tonterías delante de todo el mundo.
Luego me preguntó:
—¿No ha aparecido ese flash?
Cuando negué con la cabeza, él se inclinó para ajustarse el vendaje alrededor del tobillo y murmuró:
—Me costó 20.000 yens y acababa de comprarlo.
—Oye, Ryu, acompáñame hasta la estación —dijo Moko, poniéndose los zapatos junto a la puerta, y mirándose en el espejo para ajustarse el sombrero.
—Eh, Moko, ¿te vas? —preguntó Reiko, envuelta en una toalla, mientras bebía una coca-cola que había sacado de la nevera.