El aire húmedo me golpeaba en la cara. Revoloteaban hojas de álamo y caía una débil lluvia. Había un olor frío de cemento y de hierba húmeda.
Las gotas de lluvia atravesaban la luz de las farolas como agujas plateadas.
Kei y Reiko se habían ido con los negros a un club de la base. La negra, una bailarina que se llamaba Ludiana, había intentado llevarme a su casa.
Las agujas plateadas se hicieron gradualmente más gruesas, los charcos que reflejaban las luces del jardín del hospital se ensancharon. El viento cubría los charcos de arrugas, y bandas de luces desteñidas trazaban complicados movimientos.
Un insecto de duro caparazón fue arrojado de la rama de un álamo por la lluvia y el viento; patas arriba en la corriente de agua, trató de nadar. Me pregunté si aquel escarabajo tendría un nido al que regresar.
Su negro cuerpo, reluciente bajo la luz, hubiera podido confundirse con un pedazo de cristal. Consiguió subirse sobre una piedra y decidió qué camino tomar. Quizás sintiéndose a salvo, bajó a un espacio de hierba no inundada, pero inmediatamente ésta fue cubierta por una oleada de agua que arrastró al insecto.
La lluvia producía diferentes sonidos en distintos lugares. Al ser absorbida entre la hierba, la gravilla o la tierra, sonaba como una orquesta de pequeños instrumentos musicales. Un soniquete como de piano de juguete, lo bastante pequeño para caber en la palma de la mano, resonaba en mis oídos, era la bajada de la heroína.
Una mujer corría por la calle. Chapoteaba descalza, sosteniendo sus zapatos. Quizás porque su falda mojada tendía a pegársele al cuerpo, la llevaba levantada y trataba de evitar las salpicaduras de los coches.
La iluminación pareció más intermitente, la lluvia arreció. Mi pulso era terriblemente lento, mi cuerpo estaba frío.
El pino seco de la terraza lo había comprado Lilly las pasadas navidades. La última estrella plateada había desaparecido de la punta. Kei dijo que la había utilizado para su baile. Le había doblado las puntas para que no pinchase los muslos y se la había pegado en el pubis para su número de strip-tease.
Sentía frío, sólo mis pies estaban calientes. A veces el calor subía con lentitud hasta mi cabeza. Parecía una bola de calor, como el hueso de un melocotón, y cuando subía, me arañaba el corazón y el estómago, los pulmones, la garganta, la lengua.
Afuera, el húmedo escenario parecía apacible. Sus inciertos contornos recogían gotas de lluvia, y las voces y los sonidos de los coches tenían sus filos como suavizados por las plateadas agujas de la lluvia. La oscuridad exterior parecía tragarme. Era opaca y húmeda como una mujer tumbada, sin fuerzas, después del amor.
Cuando tiré mi cigarrillo encendido, hizo un pequeño chasquido y se perdió en la noche antes de llegar al suelo.