7

—Te he dicho muchas veces que no tengas tantas confianzas con ese Jackson, la Policía Militar lo está buscando, van a cogerle un día de estos —dijo Lilly apagando la televisión, en la que se veía a un hombre joven cantando.

—Bueno, vamos a acabar —había dicho Oscar; abrió las puertas de la terraza y entró un viento frío penetrante, glacial, del que aún me acuerdo.

Pero mientras todos estaban aún por ahí tumbados, en pelotas, la mujer de Bob, Tami, había entrado y se había enzarzado en una pelea con Kei, que había intentado impedir que pegara a Bob. El hermano de Tami era un temible gángster, y como ella podía ir a contárselo todo, pensé en llevarle a casa de Lilly a ver si la calmaba. Había oído que Lilly era amiga suya, lo había dicho en alguna ocasión.

Unos minutos antes, Tami estaba sentada aquí, en el sofá, gritando:

—¡Los mataré! —Las uñas de Kei le habían arañado los flancos.

—¿No te he dicho siempre que es mejor que no te enrolles con macarras que no conocen lo que es este barrio? ¿Qué hubieras hecho sin mí, eh? No te habrías librado fácilmente, Ryu; el hermano de Tami es un tipo realmente peligroso.

Bebió un trago de un vaso de coca-cola con una rodaja de limón flotando entre los hielos, luego me lo pasó a mí. Se cepilló el pelo y se puso un camisón negro. Parecía furiosa. Se cepilló los dientes y se chutó Philopon en la cocina con el cepillo todavía en la boca.

—Oh, olvídalo, Lilly, lo siento.

—Bueno, vale, sé que mañana vas a hacer lo mismo… pero escucha, el camarero de mi trabajo, sabes, un tío de Yokosuka, me ha preguntado si quiero comprar mescalina. ¿Qué te parece, Ryu? ¿Quieres probarla, no?

—¿Cuánto vale una dosis?

—No sé, él sólo dijo cinco dólares. ¿Quieres para ti?

Lilly se teñía el vello púbico del mismo color de sus cabellos.

—No venden productos para clarear el pelo aquí en Japón. Me lo hice traer de Dinamarca.

A través del pelo que me tapaba los ojos, podía ver la luz del techo.

—Oye, Ryu, he soñado contigo —dijo Lilly, pasándome la mano por el cuello.

—¿Aquel sueño en el que montaba en un caballo por el parque? Ya me lo has contado. —Pasé mi lengua por las cejas de Lilly, que estaban creciendo de nuevo.

—No, es otro, ocurre después. Los dos íbamos al mar, a una playa muy bonita. Era una playa muy grande, amplia y arenosa, y no había nadie allí más que tú y yo. Nadábamos y jugábamos en la arena, pero de repente al otro lado del mar se veía esta ciudad. Bueno, estaba tan lejos que no hubieran podido verse los detalles, sin embargo podíamos distinguir hasta las caras de la gente que allí vivía… Así son los sueños ¿no? Primero hacían una especie de gran fiesta, una especie de kermesse, como en Europa. Pero entonces, después de un rato, empezaba una guerra en la ciudad, con la artillería disparando bum, bum. Una guerra de verdad, y aunque ocurría tan lejos, podíamos ver los soldados y los tanques. Así que los dos, tú y yo, Ryu, lo contemplábamos desde la playa, como en un sueño y tú decías: «Eh, hostia, así que eso es la guerra», y yo decía: «Sí, así es».

—Tienes unos sueños de lo más raros, Lilly.

La cama estaba húmeda. Algunas plumas que asomaban por la almohada me pinchaban en el cuello. Arranqué una, pequeñita, y acaricié los muslos de Lilly con ella.