En el centro de la habitación de Oscar, un puñado de hashish ardía en un quemador de incienso, y quisieras o no, el humo que se desprendía entraba en tus pulmones al respirar. En menos de treinta segundos, yo estaba completamente pasado. Sentía como si mis entrañas quisieran salirse por cada poro, y el sudor y la respiración de los otros fueran entrándome dentro.
La mitad inferior de mi cuerpo, en especial, la sentía pesada y torpe, como sumergida en un espeso fango, y mi boca sentía deseos cosquilleantes de tener la polla de alguien metida en ella y chupar todo el esperma. Mientras comíamos la fruta apilada en fuentes y bebíamos vino, la habitación entera sucumbía violada por el calor. Tenía ganas de que me despojaran de mi piel, como una fruta. Quería empaparme de la carne aceitosa y brillante de los negros y clavarlos dentro de mí.
Pastel de queso con frambuesa, racimos de uvas sobre el fondo rosado de las negras manos. Patas cocidas de cangrejo aún humeantes rompiéndose con pinzas, vino dulce rosado americano, dátiles como dedos llenos de verrugas cortados de cadáveres, sandwiches de bacon como labios en torno a mi lengua de mujer, ensalada rezumante de mayonesa rosa.
La enorme polla de Bob estaba metida hasta la garganta en la boca de Kei.
—Voy a ver quién la tiene más grande…
Ella se arrastró por la alfombra como una culebra y fue chupándosela a todos.
Descubriendo que la más grande pertenecía a Saburo, un mestizo de indio y japonesa, cogió una orquídea de un florero y se la puso en la punta como un trofeo.
—Mira, Ryu, ésta es al menos el doble de la tuya.
Saburo levantó la cabeza y soltó un aullido indio, Kei volvió a coger la orquídea con los dientes, saltó sobre la mesa y meneó las caderas como una bailarina española. Luces azules estroboscópicas flasheaban en el techo. La música era un samba lujuriante por Luiz Bon Fa. Kei agitó su cuerpo con violencia, muy excitada después de ver la flor húmeda de semen.
—Que alguien me lo haga, rápido, que alguien me joda —gritó Kei en inglés, y no sé cuántos brazos negros aparecieron de súbito para lanzarla al sofá y arrancarle las bragas, los pedacitos de tela negra transparente volaron hasta el suelo, igual que mariposas, dijo Reiko, aferrando uno; después untó de mantequilla la verga de Durham. De pronto, Bob aullando metió la mano entre los muslos de Kei, la habitación se llenó de gritos y risas estridentes.
Observaba a mi alrededor, uniendo los cuerpos de las tres japonesas retorciéndose, bebí peppermint y comí galletas cubiertas de miel.
Los penes de los negros eran tan largos que parecían elásticos. Incluso totalmente erecto, el de Durham se iba hacia abajo mientras Reiko jugaba con él. Sus piernas temblaron y él de repente eyaculó en mitad de la cara de Reiko, y todo el mundo se rió al ver su esperma resbalando por la cara de Reiko. Reiko también se rió, pero mientras buscaba un poco de papel kleenex para limpiarse, Saburo la levantó sin esfuerzo. Le abrió las piernas, como si estuviese ayudando a una niñita a mear y la sentó sobre él. Con su manaza izquierda la sujetó por la cabeza y con la derecha le sujetó los tobillos, la sostuvo de manera que se empalase sobre su polla.
Reiko chilló «¡Me haces daño!», y trató de escapar, pero no podía agarrarse a nada. Su cara estaba muy pálida.
Saburo, moviéndose y plegando las piernas para conseguir más fricción sobre su polla, se apoyó en el sofá y empezó a doblar de un lado a otro el cuerpo de Reiko, usando su culo como pivote.
A la primera rotación, el cuerpo de ella se convulsionó mientras el pánico se reflejaba en su cara. Con sus ojos desorbitados y las manos en las orejas, empezó a aullar. Parecía una heroína de película de terror.
La risa de Saburo era como un grito de guerra africano, mientras Reiko movía la cabeza de un lado a otro y se clavaba las uñas en el pecho. «Muévete más», dijo él en japonés y aceleró la rotación.
Oscar, que había estado chupando las tetas de Moko, Durham, que se había colocado una toalla fría en su polla palpitante, Jackson, que todavía no se había desnudado, Bob, encima de Kei… todos contemplaban boquiabiertos a la convulsionada Reiko. «¡Dios! ¡Qué espectáculo!» exclamaron Bob y Durham, y fueron a ayudar a la rotación. Bob la cogió de los pies y Durham de la cabeza; los dos agarrándola bien del culo empezaron a girarla más velozmente. Riéndose, enseñando sus blancos dientes, Saburo puso entonces sus manos detrás de su cabeza y arqueó su cuerpo para introducir su verga aún más profundamente. Reiko estalló de repente en sollozos. Se mordió los dedos y se revolvió el pelo, a causa de los giros las lágrimas salían volando sin tocar las mejillas.
Nos reímos más que nunca. Kei agitaba una loncha de bacon y bebía vino, Moko hundió sus uñas rojas en el culo grande y peludo de Oscar. Los dedos de los pies de Reiko se doblaban hacia atrás temblando. Su coño, con el frote, se puso rojo, y la mucosa relucía. Saburo empezó a respirar con fuerza y los giros decrecieron en velocidad, moviéndose al ritmo de Luiz Bon Fa que ahora cantaba Orfeo Negro. Yo bajé el volumen y me puse a cantar. Riéndose todo el tiempo, Kei me lamió los dedos de los pies tumbada en la alfombra. Reiko siguió chillando con el semen de Durham secándosele en la cara. Con ensangrentadas marcas de dientes en los dedos, rugiendo a ratos como una tigresa en celo…
—¡Ohh, voy a reventar, quítame este coño! —dijo Saburo en japonés y echó a Reiko a un lado, gritando:
—¡Apártate, cerda!
Reiko agarró sus piernas y se cayó hacia delante mientras la corrida de él salía disparada y caía por sus nalgas y espalda. El vientre de Reiko se estremeció y empezó a orinarse. Kei, que había estado embadurnándose las tetas con miel, se apresuró a poner un periódico debajo de Reiko.
—¡Vaya guarrada! —dijo, dio una palmada en el culo de Reiko y se rió como una loca. Moviéndonos por la habitación, retorciéndonos, acogimos las lenguas y dedos y pollas de todo el que quisimos.
«¿Dónde estoy? ¿Pero dónde estoy?» pensaba yo continuamente. Me metí en la boca algunas de las uvas que había esparcidas por la mesa. Mientras las pelaba con mi lengua y escupía las semillas en un plato, sentí un coño bajo mi mano; cuando levanté la mirada, Kei estaba allí con las piernas abiertas, sonriéndome. Jackson se levantó con calma y se quitó el uniforme. Apagando el delgado cigarrillo mentolado que estaba fumando, se volvió hacia Moko, que estaba balanceándose como una loca encima de Oscar. Vaciando una pequeña botella marrón llena de un líquido de olor dulzón sobre el culo de Moko, Jackson dijo:
—Hey, Ryu, alcánzame ese tubo blanco que está en el bolsillo de mi camisa ¿vale?
Con sus manos sujetas por las de Oscar y su culo cubierto por la crema, Moko soltó un grito: «¡Está frí-ío!». Jackson gruñó y la agarró de las nalgas, puso su polla, cubierta también de crema, en posición, y empezó a acometer. Moko se arqueó y gimió.
Kei levantó la mirada y se fue hacia allí, diciendo:
—Esto parece divertido.
Moko gritaba. Kei la cogió del pelo y miró su cara.
—Luego te pondré un poco de pomada para que no te duela, Moko. —Ella se morreó con Oscar y se rió otra vez con ganas.
Con una cámara de bolsillo, tomé un primer plano de la cara distorsionada de Moko. Su nariz palpitaba, parecía un corredor de fondo buscando aire. Reiko abrió finalmente los ojos; quizá dándose cuenta de que estaba toda pringada, se fue hacia la ducha. Su boca estaba abierta, sus ojos vacíos, tropezó una y otra vez y se cayó. La tomé por las axilas para levantarla.
—Oh, Ryu, sálvame —dijo pegando su cara a la mía.
Un extraño olor salía de su cuerpo. La llevé hasta el baño y abrí el grifo. Mientras estaba sentada bajo la ducha, yo no podía distinguir hacia dónde miraban sus ojos enrojecidos.
—Reiko, so guarra, te vas a ahogar ahí dentro —Kei entró en la ducha, le puso a Reiko la mano en la entrepierna y luego soltó una carcajada al ver cómo Reiko daba un salto del susto.
—Ah, eres tú, Kei. Reiko la abrazó y la besó en la boca. Kei se volvió hacia mí, que estaba sentado en el retrete.
—Hey, Ryu, sienta bien refrescarse ¿verdad? Ésta tiene la piel muy fría pero debe estar muy caliente por dentro. ¡Eh, tienes una cosa muy linda!
Se metió mi polla en la boca mientras Reiko me echaba el pelo mojado hacia atrás, me buscó la lengua como un bebé busca el pezón y me la chupó con fuerza. Kei se levantó, apoyó las manos contra la pared y me puso su culo delante, luego me hizo enterrar en su agujero, limpio de mucosas por la ducha y seco en su interior. Bob, con sus manos cubiertas de sudor, entró en el baño.
—Hay pocas chicas, y tú Ryu, hijoputa, acaparando a dos.
Me agarró de la mejilla y nos llevó bruscamente hacia la sala, arrastrándonos, empapados, y tirándonos al suelo. Mi picha, todavía en la boca de Kei, se dobló al caer y yo di un grito. Reiko fue lanzada a la cama como una pelota de rugby y Bob saltó encima suyo. Ella se agitó febrilmente, pero Saburo la sujetó y un pedazo de pastel de queso le llenó la boca, enmudeciéndola.
La música del tocadiscos cambió a Osibisa. Moko se limpió el culo, con la cara descompuesta. Quedaron manchas de sangre en el papel. Se lo enseñó a Jackson y dijo:
—¡Eres un animal!
Kei, tumbada sobre la mesa preguntó:
—Eh, Reiko, ¿está bueno este pastel de queso?
—Se mueve por mi estómago como si me hubiera tragado un pez vivo —contestó Reiko.
Yo me levanté para sacarle una foto, pero Bob me enseñó los dientes y me apartó de un empujón. Rodando por el suelo, fui a chocar con Moko.
—Ryu, no aguanto a ese tío, ya he tenido bastante, es maricón ¿no?
Moko estaba encima de Oscar, que le pegaba sacudidas mientras ella mordía un pedazo de pollo. Empezó a llorar de nuevo.
—¿Moko, estás bien? ¿Te duele? —le pregunté.
—Oh, ya no lo sé, Ryu, ya no sé.
Era balanceada sobre Bob, al compás de Osibisa.
Kei se sentó en las rodillas de Jackson, bebiendo vino, hablando de no sé qué. Después de frotarle el cuerpo con un pedazo de bacon, Jackson la roció de crema de vainilla. Una voz ronca gritó:
—¡Oh, la hostia!
Un montón de cosas habían acabado tiradas en la alfombra. Ropa interior y cenizas de cigarrillo, migas de pan y trozos de lechuga y tomate, cabellos de unos y otros, papeles manchados de sangre, vasos y botellas, pieles de uvas, cerillas, cerezas, todo sucio.
Moko se levantó tambaleándose, con la mano en el culo, dijo:
—Estoy hambrienta —y se fue hacia la mesa. Jackson se acercó a ponerle una tirita y la besó.
Apoyándose sobre la mesa, respirando fuertemente, Moko atacó una pata de cangrejo, parecía una niña muerta de hambre. Entonces uno de los negros plantó su herramienta delante suyo y ella se la metió también en la boca. Manejándola con la lengua, se la puso en un lado de la boca y siguió con el cangrejo. La roja cáscara crujía entre sus dientes, sacaba la carne blanca con sus dedos, mojándola con la mayonesa rosa en un plato, se la llevaba a la boca, le caían gotas sobre el pecho. El olor del cangrejo llenó la habitación.
En la cama, Reiko continuaba gimiendo. Durham se la metió a Moko por detrás. Ella meneó el culo, pero siguió con el cangrejo, con la cara crispada. Trató de beber algo de vino pero con las sacudidas de su cuerpo se le fue por la nariz y se puso a toser, con lágrimas en los ojos. Al verlo, Kei se rió a carcajadas. James Brown comenzó a cantar. Reiko se arrastró hasta la mesa, vació un vaso de peppermint y dijo muy alto:
—Esto está muy rico.