Mientras bebía vino en la barra, pude oír el sonido de alguien masticando una píldora de Nibrole en una esquina del bar.
Después de cerrar más pronto que de costumbre, Reiko había puesto sobre la mesa unas doscientas píldoras de Nibrole. Kazuo dijo que las había ligado en una droguería en Tachikawa.
—¡Esta noche es la fiesta antes de la gran fiesta! —anunció a todo el mundo.
Reiko se puso de pie encima de la barra, se quitó las medias mientras bailaba al ritmo de la música, se acercó hasta mí, se agachó y me metió la lengua, oliendo a píldoras, en la boca.
Yo acababa de tener un vómito oscuro y sanguinolento; me tumbé en el sofá, sin moverme.
Yoshiyama, —echando hacia atrás con la mano su largo pelo negro, gotas de agua cayéndole por la barba—, estaba hablando con Moko. Ésta me miró, sacándome la lengua y guiñándome un ojo:
—Eh Ryu, cuánto tiempo, ¿tienes algo para mí? ¿Algo de hash o cualquier otra cosa?
Yoshiyama, vuelto hacia mí escuchaba, riéndose. Acodado en la barra, dejaba colgar sus pies, con sandalias de goma. Me picaba la lengua de tanto fumar. El vino barato me irritaba la garganta.
—¿Eh, no tienes un vino más suave?
Kei le estaba contando a Kazuo cómo había ido a Akita para trabajar como modelo de desnudos, pero él parecía idiotizado por el Nibrole. Bebiendo whisky directamente de la botella, metiéndose cacahuetes uno por uno en la boca, ella decía:
—Así que allí estaba yo, desnuda y atada en el escenario, era espantoso, ¿eh, Kazuo?, atada con una soga de pies y manos. ¿No te parece horroroso?
Kazuo no le prestaba la menor atención. Estaba mirándome a mí por el visor de su Nikomat, de la que decía que «era más preciosa que la vida misma».
—Hey, escucha cuando la gente te habla.
Con un empujón en la espalda, Kei tiró a Kazuo del taburete al suelo.
—Eh, coño, no seas bestia —dijo él—, no tiene puta gracia. ¿Y si la hubieras roto?
Kei le hizo un gesto de desprecio, se quitó la blusa y empezó a bailar y a morrearse con todo el que se le ponía delante.
Quizás a causa de la heroína del día anterior, me sentía colgado y no quise ninguna pastilla de Nibrole. Moko se me acercó.
—Hey, Ryu, ¿te quieres venir al bote conmigo? Yoshiyama me ha calentado y estoy toda mojada.
Llevaba un vestido de terciopelo rojo y un sombrero, y el espeso maquillaje bajo sus ojos era también rojo.
—Di, Ryu, ¿no te acuerdas de cuando me la metiste en el lavabo de la discoteca?
Sus ojos estaban vidriosos y desenfocados. La punta de su lengua se asomó entre sus labios y su voz era como azúcar fundido.
—¿Eh, no te acuerdas? Me metiste una mentira, dijiste que habían venido los polis y que teníamos que escondernos. Y me metiste contigo en aquella especie de bote de la discoteca, «Soul-tat», ¿te has olvidado?
—¡Oh, guau, primera noticia, Ryu! ¿Ocurrió así? Eres todo un semental ¿no? Aunque tengas esta cara de travestí haces estas cosas ¿eh? Primera noticia.
La voz de Yoshiyama era muy aguda. Dejó caer la aguja en el disco.
—¿De qué estás hablando, Moko? Para de decir chorradas ¿vale? Se lo ha inventado ella, Yoshiyama —le dije.
De golpe, estrépito: Mick Jagger se enrolla. Era una canción muy vieja, Time is on My Side. Moko me colocó una pierna sobre las rodillas y dijo con voz de borracha:
—Odio mentir, Ryu, no mientas tú, aquella vez me corrí cuatro veces, cuatro veces ¿sabes? De qué me voy a olvidar.
Reiko se levantó, con la cara de un pálido verdoso, murmurando:
—¿Qué hora es? ¿Qué hora es?
Sin dirigirse a nadie en particular, ella se acercó a la barra, cogió el whisky de la mano de Kei, bebió un buen trago, volvió a toser violentamente.
—Eres idiota, Reiko, échate y sé una buena chica.
Kei le quitó el whisky sin contemplaciones, limpió la quijada de Reiko con la mano y tomó otro trago de la botella. Cuando Kei la empujó, Reiko se derrumbó en el sofá, luego se volvió hacia mí y dijo:
—Eh, no arméis tanta bulla, los tíos del piso de arriba me la quieren buscar. Son unos cabrones, llamarán a la policía. ¿No podéis bajarlo un poco?
Al inclinarme hacia los mandos para bajar el volumen, Moko dio un salto como un ratón, cayó sobre mí, me apretó el cuello con sus fríos muslos.
—Hey, Moko, ¿tantas ganas tienes de joder con Ryu? Más que conmigo, ¿no? Yo siempre a tu servicio —oí la voz de Yoshiyama detrás mío.
Pellizqué muy fuerte los muslos de Moko. Ella dio un grito y cayó al suelo.
—¡Idiota, gilipollas, Ryu, eres un gilipollas, ni siquiera se te levanta, estoy segura de que no puedes, ya me han dicho que esos negros te dan por el culo. Y estás relleno de droga!
Quizás porque le resultaba demasiado difícil levantarse, Moko se quedó tumbada donde había caído, riéndose, tratando de clavarme en las piernas sus tacones puntiagudos.
Reiko apretó la cara contra el sofá y dijo en voz baja:
—Oooh, me quiero morir, me duele el pecho, eh, me duele mucho el pecho, yo me quiero morir.
Kei miró por encima de la funda de los Stones que había estado leyendo y fijó sus ojos en Reiko.
—Bueno, ¿por qué no vas y te mueres entonces? Oye, Ryu, ¿no tengo razón? La gente que quiere morir sólo tiene que morirse sin dar el coñazo a los demás. Es una lata tener a esta tía todo el rato dando el coñazo.
Kazuo ajustó el flash de su Nikomat y sacó una foto de Kei. A la luz del flash, Moko, tumbada en el suelo, levantó la cabeza.
—Oye, Kazuo, para ya, deja de hacer fotos sin avisar. Yo soy una profesional y poso por pelas, tengo mi tarifa. Esta mierda de flash me pone histérica, odio los fotógrafos, así que corta ya. Es por culpa de eso que no te tragan.
Reiko gimió de dolor, se dio media vuelta y vomitó. Preocupada, Kei corrió hasta ella, extendió un periódico, le limpió la boca y le dio un masaje en la espalda. Había muchos granos de arroz en el vómito; pensé en el arroz frito que habíamos cenado juntos aquella noche. La luz roja del techo se reflejaba en la superficie del vómito parduzco, sobre el periódico. Reiko, con los ojos cerrados, seguía musitando:
—Quiero irme a casa, quiero volver a casa, quiero irme allí.
Yoshiyama arrastró a Moko por los pies y mientras desabrochaba los botones frontales de su vestido, intervino en el monólogo de Reiko:
—Sí, tienes razón, ahora es la mejor época del año para estar en Okinawa, sí.
Moko agarró la mano de Yoshiyama mientras él trataba de tocarle las tetas y luego le dijo a Kazuo con su voz almibarada:
—Hey, saca una foto. Salgo en esta revista de modas, An-An, en el número de este mes, como modelo. Y en color. Eh, Ryu, ¿la has visto?
Kei se secó el dedo, mojado de la saliva de Reiko, en sus vaqueros, y dejó caer la aguja en otro disco, It’s a Beatiful Day. Los gemidos de Reiko servían de música de fondo. Kazuo, con las piernas espatarradas en el sofá, se echó hacia atrás y apretó el disparador de la cámara. La luz estalló relampagueante, yo me llevé las manos a los ojos.
—Eh, Kazuo, para ya, vas a gastar la batería.
Yoshiyama trató de besar a Kei, pero ésta lo rechazó de un empujón.
—¿Qué pasa contigo? ¿No decías ayer que estabas caliente como una burra? Cuando le diste de comer a la gata, dijiste, «Blackie, tú y yo estamos necesitando que nos jodan de verdad», ¿no? Eso es lo que dijiste, ¿no? ¡Venga ya, dame un beso!
Kei siguió bebiendo whisky en silencio.
Moko estaba posando delante de Kazuo. Se levantó el pelo por encima de la cabeza y le sonreía con toda la dentadura:
—Eh, Moko, lo que quiero es una sonrisa de verdad, no un anuncio de dentífrico.
Kei se puso a gritar a Yoshiyama:
—Me estás cabreando, déjame en paz, me pongo mala sólo con verte la cara. Esa chuleta de cerdo que has comido en la cena, ¿sabes que la he pagado con el dinero que me dio un granjero de Akita por un polvo? Me dio cien yens con su negra manaza, ¿te enteras?
Moko me miró y me sacó la lengua:
—Te odio, Ryu, eres un maldito pervertido.
Sediento de agua muy fría, ataqué el bloque de hielo con una piqueta y me herí en un dedo. Kei, que había estado bailando sobre la barra, ignorando a Yoshiyama, se agachó y me chupó la sangre que salía de la herida:
—Ryu, ¿has dejado la música?
Reiko se levantó del sofá y dijo:
—¡Hey, por favor, bajad el sonido de una vez!
Nadie se acercó al amplificador.
Con la parte delantera del vestido abierta, Moko se me acercó mientras yo apretaba una servilleta de papel en la herida del dedo y me preguntó, riéndose:
—Ryu, ¿cuánto te pagan esos negros?
—¿Huh? ¿Quieres decir para organizarles una fiesta?
—No; si Kei o yo lo hacemos con los negros, ¿cuánto crees que les podemos pedir? No estoy diciendo que vaya de tarifa, pero…
Sentada en la barra, Kei dijo:
—Anda, corta el rollo, Moko, es una conversación de modistilla. Si quieres dinero yo te presentaré a un tío de los buenos. Una fiesta no es para sacar dinero, es para divertirse.
Moko cogió la cadena de oro que me colgaba del cuello con un dedo y se rió con sarcasmo:
—¿Te lo ha regalado alguno de esos negros?
—Gilipollas, esto me lo dio una chica de mi clase en la universidad, el día de su cumpleaños. Toqué para ella A Certain Smite, le llegó al alma y me regaló esto. Era una tía rica, su padre tenía una empresa maderera. Y escucha, Moko, tienes que dejar de repetir tanto la palabra «negros» o te matarán, pueden entender bastante nuestro idioma. Si no te gusta el paño, no tienes por qué venir, ¿de acuerdo? Hay muchas otras chicas que quieren venir a nuestras fiestas.
Kei asintió, con la boca llena de whisky; Moko dijo:
—Oggh, no te enfades, sólo estaba bromeando —me abrazó—. Iré, ¿no lo hemos decidido ya? Esos negros son cojonudos, y nos darán algo de hash ¿no? —me metió la lengua en la boca.
Kazuo acercó la Nikomat casi hasta mi nariz y justo en el momento en que yo le gritaba «¡Quieto!» apretó el disparador. Como si me hubiera pegado un trompazo en la cabeza, todo se puso blanco delante de mis ojos. Me cegó. Moko batió palmas y aulló de risa. Yo me deslicé por la barra, casi me caí pero Kei me atrapó y pasó algo de whisky de su boca a la mía. Sabía a pintura de labios, espesamente aceitosa y aromática. El whisky con sabor a pintura de labios me abrasó la garganta.
—¡Hijaputa! ¡Para ya! ¿Vas a parar? —gritó Yoshiyama, arrojando al suelo el cómic que estaba leyendo.
—Kei, has besado a Ryu ¿no? ¿Por qué a él?
Dio un paso hacia nosotros y se cayó, derribando la mesa; se oyó el sonido de cristales rotos. Espuma de cervezas, cáscaras de cacahuetes rodando por el suelo. Reiko se levantó, sacudiendo la cabeza y chilló:
—¡Todo el mundo fuera! ¡Marcharos!
Frotándome la cabeza, me puse algo de hielo en la boca y me acerqué a ella.
—No te preocupes, Reiko, yo lo limpiaré todo luego, quedará bien.
—Ésta es mi casa. ¡Dile a todo el mundo que se vaya! Oye, Ryu, Ryu, tú puedes quedarte, pero diles a los demás que se vayan de aquí.
Ella me apretó la mano.
Yoshiyama y Kei se miraban el uno al otro como si fueran a pegarse.
—¿Eh, así que besas a Ryu en vez de a mí, no?
Kazuo dijo tímidamente:
—Yoshiyama, yo tengo la culpa, no es como tú te crees, yo estaba con la cámara y el flash, cegué a Ryu y ha estado a punto de caerse, así que Kei le dio un poco de whisky, ya sabes, como medicina.
Yoshiyama dijo agriamente:
—Lárgate —empujando a Kazuo tan violentamente que casi se le cae la Nikomat.
—¿Eh, qué haces? —dijo Kazuo.
Entre los brazos de Kazuo, Moko murmuró:
—Joder, esto es una completa idiotez ¿no?
—¿Qué pasa? ¿Estás celoso? —Kei hizo sonar su zapatilla contra su pie.
Con los ojos hinchados de llorar, Reiko me tiró de la manga y dijo:
—Oye, consígueme un poco de hielo.
Envolví un poco en una servilleta de papel y se la puse en la frente. Kazuo se volvió hacia Yoshiyama, que seguía de pie con los ojos clavados en Kei, y apretó de nuevo el disparador. Yoshiyama casi le dio un puñetazo. Moko se rió con fuerza.
Kazuo y Moko dijeron que se iban a refrescar.
—Creo que nos vamos a ir un rato a la casa de baños —dijo Moko.
—Eh, Moko, mejor que te abroches el vestido o algún calentorro te meterá mano. Y acuérdate de estar mañana a la una en la estación de Koenji, así que no llegues tarde.
—Ya lo sé, pervertido, no me olvidaré de nada —respondió Moko riéndose—. Me voy a vestir como una reina.
Kazuo se arrodilló en el suelo y me tiró una vez más una foto. Un borracho que pasaba por allí se dio la vuelta gruñendo por la luz del flash.
Cuando volví, Reiko temblaba de pies a cabeza. La servilleta de papel había caído al suelo y el hielo estaba prácticamente derretido.
—¿Quieres que te diga cómo me siento? Pues bien, no me interesa para nada seguir con un tipo como tú, Yoshiyama. Y no tengo por qué acostarme contigo ¿vale? —Echando el humo del cigarrillo hacia arriba, Kei le hablaba lentamente a Yoshiyama—. Así que para de chulearme, simplemente para. A mí no me importa si rompemos, puede que a ti no te guste, pero yo me quedaré tan pancha. Bueno, anda, ¿quieres beber otra copa? Celebramos la fiesta de mañana ¿no es verdad, Ryu?
Me senté junto a Reiko. Cuando le puse la mano en la nuca, su cuerpo se estremeció ligeramente y algo de saliva le cayó por un extremo de la boca.
—Kei, deja de hablar como una puta. No me gusta que hables así, así que corta ¿vale? —dijo Yoshiyama—. De acuerdo, mañana empezaré a trabajar, eso estará bien ¿no? Sacaré pelas para los dos y todo arreglado ¿vale?
Kei estaba sentada en la barra.
—¿Ah, sí? —dijo—. Muy bien, ponte a trabajar, eso me ayudará a dejarte.
Balanceaba sus piernas atrás y adelante. Yoshiyama prosiguió:
—No me importa un carajo si vas coqueteando por ahí, es sólo esa manera de hablar como una puta lo que me pone negro. Parece que vayas caliente como una burra… Pero, bueno, todo irá bien porque voy a conseguir trabajo en los muelles de Yokohama ¿vale? —Yoshiyama agarró la pierna de Kei. Sus estrechos pantalones se le pegaban a los muslos, el vientre de Kei hace un ligero bulto encima del cinturón.
—¿De qué estás hablando? No digas chorradas, me pones a parir. Mira a Ryu, se está descojonando. Me importa un carajo lo que pienses, yo hago mi vida y eso es todo.
—¡Deja de hablar así! ¿Y dónde has aprendido a hablar así?
Kei echó su cigarrillo al fregadero. Se puso la blusa y dijo:
—Me enseñó mi mamá. ¿No sabes que mi mamá habla así? ¿Hey, no viniste una vez a mi casa? ¿Te acuerdas de la mujer con el gato, sentada junto al fuego, masticando galletas de arroz? Era mi mamá y habla como yo, ¿no te acuerdas?
Yoshiyama se inclinó y me pidió un cigarrillo, no alcanzó el Kool que le lancé. Lo recogió rápidamente, algo mojado de cerveza, se lo puso en la boca, y, encendiéndolo, dijo con calma:
—Vámonos a casa.
—Vete tú solo, yo estoy bien aquí.
Mientras limpiaba la boca de Reiko, le pregunté a Yoshiyama:
—¿No vienes mañana a la fiesta?
—Yo creo que lo mejor es que no venga ¿no? —dijo Kei—. Este tío dice que va a ir a trabajar, ¿no? Pues que vaya y que trabaje. No importa que esté o no esté, ¿no? Vuélvete a casa, si no te acuestas pronto, mañana no podrás levantarte temprano. Mañana a Yokohama ¿vale?
—Eh, Yoshiyama, ¿de verdad no piensas venir? —insistí.
Sin responder se fue a una esquina del bar y puso Left Alone en el plato.
Al sacar el disco de la funda, que tenía una fantasmal foto de Billie Holiday, Kei bajó de la barra y le dijo al oído:
—Pon a los Stones.
—Corta el rollo, Kei, no te quiero oír más.
Yoshiyama le miraba fijamente, con el cigarrillo apretado firmemente entre sus labios.
—Es tan estúpido, ese disco —siguió Kei—. ¿Quieres oír otra vez marcha fúnebre al piano, igual que un abuelito chocho? Para los negros estas canciones son igual de chorras que para nosotros el Naniwabushi. Eh, Ryu, dile algo, éste es el último de los Rolling Stones, no lo has oído, seguro. Se llama Sticky Fingers.
Ignorándola, Yoshiyama puso a Mal Worldlon en el plato.
—Kei, ya es muy tarde y Reiko nos dijo que bajáramos el volumen. Y a los Stones no se les puede oír con el volumen bajo ¿entiendes?
Abrochándose la blusa y arreglándose el pelo ante el espejo, Kei preguntó:
—¿Cómo quedamos mañana?
—A la una en punto en la estación de Koenji —dije. Kei asintió con la cabeza y se puso un poco de rouge.
—Yoshiyama, no voy a ir a casa esta noche, iré al «Siam», así que dale un poco de leche a la gata, no la leche del refrigerador, sino la de la despensa, no las confundas.
Yoshiyama no contestó.
Cuando Kei abrió la puerta, entró una ráfaga de aire fresco y húmedo.
—Eh, Kei, déjala abierta un rato.
Mientras escuchábamos Left Alone, Yoshiyama se llenó un vaso con ginebra. Recogí los pedazos de cristal esparcidos por el suelo y los coloqué en el periódico empapado con el vómito de Reiko.
—Qué coñazo ¿no? Pero ahora estamos siempre igual —musitó Yoshiyama mirando al techo—. Incluso antes de que empezara a ir a Akita a trabajar dormíamos separados, y aunque tampoco me importa tanto…
Bebí una Coca de la nevera. Yoshiyama movió la mano indicando que no quería y se bebió de un trago toda la ginebra.
—Ha estado diciendo que quiere ir a Hawai. Desde hace tiempo repite sin parar que su padre quizás esté en Hawai. Pienso ganar algo de dinero y la voy a mandar allí, bueno, no sé si el tipo de Hawai es realmente su padre, pero… Pienso que tengo que trabajar, ganar pasta, pero ahora todo es un lío y no tengo la menor idea de lo que ella piensa, es así continuamente, todos los días.
Yoshiyama se puso la mano en el pecho, se levantó y salió corriendo, le oí vomitar. Reiko estaba totalmente pirada. Respiraba por la boca. De un armarito tapado con una cortina saqué una sábana y la cubrí.
Él volvió sujetándose la tripa, limpiándose la boca con el puño de la camisa. Restos de vómito amarillo manchaban sus sandalias de goma, un olor agrio flotaba por su cuerpo. Pude oír la débil respiración de Reiko.
—Yoshiyama, ven mañana a la fiesta.
—Sí, bueno, es Kei, está muy embroncada con ello, dice que quiere hacerlo otra vez con esos negros, así que estoy en una situación… ya sabes. ¿Qué ha pasado hoy con Reiko? Estaba de lo más salvaje —Yoshiyama se sentó frente a mí y se bebió un trago de ginebra.
—Ayer, en mi casa, tuvo una pelea con Okinawa. No consiguió chutarse, ya sabes. Está demasiado gorda y no se le encuentran las venas, y supongo que Okinawa se puso impaciente y se lo chutó todo él, lo de ella también, todo.
—Son idiotas del culo. ¿Y tú estabas ahí mirando como un bobo?
—No, yo me chuté. Me quedé tirado en la cama, pensé que me iba a morir. Me metí demasiado, algo espantoso, me acojoné mucho.
Yoshiyama se tomó dos píldoras más de Nibrole, disueltas en ginebra.
Yo notaba el estómago vacío, pero no tenía ganas de comer. Pensando que tal vez podría ingerir algo de sopa, miré en el puchero que había sobre el panel del gas, pero la superficie de la sopa era una película gelatinosa y grisácea, y toda la sustancia estaba descompuesta, podrida.
Como Yoshiyama dijo que le apetecía algo de café, con mucha leche, aparté el puchero que olía a demonios y recalenté el café.
Yoshiyama echó leche en su taza, lo cogió firmemente con las dos manos y se la llevó a la boca. Gritó «¡Está ardiendo!» y de sus labios cuarteados salió una vomitera, como de una pistola de agua cayendo sobre la barra.
—Oh, mierda, a ver si me sereno con licor —dijo, y se tomó la ginebra que quedaba en el vaso. Cuando le dio un ligero ataque de tos y yo le di palmadas en la espalda, se dio la vuelta y dijo:
—Tú eres un tío cojonudo. De veras.
Sus labios estaban torcidos. Su espalda, rígida y fría, tenía un olor agrio.
—Estuve en Toyama —dijo—, supongo que te lo diría Reiko. Después de estar en tu casa, mi madre murió. ¿Lo sabías?
Asentí. El vaso de Yoshiyama estaba otra vez lleno de ginebra. El café demasiado dulce se quedaba pegado en mi lengua.
—La verdad es que es una sensación divertida cuando se muere alguien cercano a ti, ésta ha sido la primera vez para mí. ¿Tus padres están bien, Ryu?
—Están bien, pero se preocupan por mí, no paro de recibir cartas.
La última canción de Left Alone finalizó. El disco siguió girando entre chasquidos.
—Sí, bueno, llevé a Kei conmigo, dijo que quería venir a Toyama, no quería quedarse en casa sola. Se entiende ¿no? Estuvimos en un hotel que nos cobró 2.000 yens sin comidas, una estafa.
Apagué el estéreo. Los pies de Reiko asomaban por un extremo de la sábana, las plantas estaban negras de suciedad.
—Y entonces el día del entierro, sabes, Kei me telefoneó desde el hotel pidiéndome que volviera porque se sentía sola. Cuando le dije que no podía dijo que se iba a suicidar, y yo me asusté y fui. Estaba escuchando una vieja radio en aquella apestosa habitación. Dijo que no podía coger la emisora del ejército americano y yo le dije que era imposible en Toyama, luego me hizo toda clase de preguntas idiotas acerca de mi madre. Se reía por cualquier cosa, con una risa estúpida, una situación de mierda, créeme. Me preguntó qué aspecto tenía la cara de mi madre muerta, y si es cierto que maquillan a la gente antes de meterla en el ataúd y cosas así, sabes. Cuando le dije que la habían maquillado, ella preguntó: «¿Con qué marca? ¿Max Factor? ¿Revlon? ¿Kanebo?». ¿Cómo iba a saberlo yo? Y luego empezó a suspirar, diciendo que se sentía muy sola, y después se puso a dar gritos, bueno, ya sabes.
—Bueno, creo entender cómo se sentía —dije—, esperando allí sobre todo en un día como aquél, sí, debía sentirse muy sola.
El azúcar se había ido al fondo del café; lo tragué sin darme cuenta. De golpe, el interior de mi boca quedó enviscado de azúcar, me dio náuseas.
—Sí, lo comprendo, claro, pero escucha, mi madre estaba realmente muerta. Kei seguía quejándose y gritando y de repente se quitó la ropa, ¿te das cuenta? Acababa de decir adiós a mi madre muerta y allí estaba, abrazado por una putilla en pelotas. Fue una especie de… ya sabes, Ryu. Hubiera estado muy bien, supongo, si hubiéramos jodido, pero era como, ya sabes, como…
—No lo hicisteis ¿eh?
—¿Cómo podía hacerlo? Kei dando gritos y yo acojonado. ¿Sabes esas comedietas de televisión? De alguna manera me sentía como en una de estas comedietas absurdas, me preocupaba que nos pudieran oír en la habitación de al lado, estaba avergonzado. De todas formas me pregunto qué sería lo que Kei estaba pensando entonces, no nos ha ido bien desde aquel día.
El único sonido era el de la respiración de Reiko. La sucia sábana subía y bajaba a compás. De tanto en tanto, se asomaba algún borracho por la puerta abierta.
—Sí, desde entonces ha sido todo raro. Antes nos peleábamos bastante, pero ahora, de algún modo, sabes, es diferente. No es lo mismo. Y aunque habíamos hablado de Hawai y habíamos hecho muchos planes, ya has visto como ha sido esta noche. Sí, ni siquiera el sexo funciona, sería mejor que me fuera a un baño turco, un buen masaje.
—¿Estaba enferma tu madre?
—Creo que sí, era su cuerpo que ya no podía más. Sus ojos parecían muy fatigados y se había hecho mucho más pequeña de lo que era. Cuando murió. Sí, fue muy triste lo de mi madre, aunque sentía que no me concernía mucho, me dio mucha pena. ¿Sabes? Ella vendía la vieja medicina de Toyama. Cuando yo era pequeño solía ir mucho con ella. Iba todo el día con un gran cesto tan grande como una nevera a sus espaldas. Tenía mucha clientela por todo el país ¿sabes? Y llevaba también globos de papel, de los que hinchas y dejas que vuelen, ella los regalaba. Yo jugaba mucho rato con ellos… Es realmente divertido, cuando pienso ahora en ello. Era divertido, poder jugar todo el día así. Si ahora lo hiciese lo más seguro es que me aburriese… aunque también entonces me aburría, la verdad, no recuerdo haberme divertido realmente… Una vez estaba esperando a mi madre en una fonda, sabes, y se fue la luz eléctrica, vi que se había puesto el sol y que estaba oscureciendo. No pude decir nada a las camareras, ni siquiera había empezado a ir a la escuela, estaba asustado. Fui a un rincón donde entraba un poco de luz de la calle. No puedo olvidarlo, estaba asustado de veras, aquella calleja y la ciudad oliendo a pescado. Me pregunto dónde sería, toda la ciudad olía a pescado. ¿Dónde sería?
Se oyó pasar un coche. Reiko balbuceaba unas palabras de vez en cuando. Yoshiyama volvió a salir fuera. Yo lo seguí. Juntos, vomitamos en el cubo de basura. Apoyé mi mano contra la pared y me metí el dedo en la garganta; los músculos de mi estómago tuvieron un espasmo y surgió un fluido tibio. Mientras las oleadas pasaban a través de mi estómago y mi pecho, agrios pedazos me subían a la garganta y a la boca y, cuando los empujaba fuera con mi lengua, caían ¡plof! en el agua.
Al entrar de nuevo en el bar, Yoshiyama me dijo:
—Oye, Ryu, cuando vomito así, sabes, y tengo las tripas revueltas y apenas puedo sostenerme en pie y no puedo ni ver, sabes, es el único momento en que deseo de verdad una tía. Bueno, aunque hubiera alguna, no se me levantaría y me costaría demasiado abrirle las piernas, pero de cualquier manera deseo una tía. No trempo ni con la polla ni con la cabeza sino en todo mi cuerpo, es todo mi ser, la necesidad se convierte en angustia. ¿No te pasa a ti? ¿Entiendes qué quiero decir?
—Sí. En realidad, prefieres matarla que follártela, ¿no es eso?
—Sí, eso es, apretándole el cuello así, desgarrando sus vestidos, metiéndole un palo o lo que sea por el culo, a una nena con clase como las que ves paseando por el Ginza[1].
Reiko estaba saliendo del water; dijo:
—Hola, entrad —con voz somnolienta.
La parte delantera de sus pantalones estaba abierta. Pareció que iba a caerse; corrí hacia ella y la sostuve.
—Gracias, Ryu. Ahora todo está tranquilo ¿verdad? Oye, dame un poco de agua. Tengo la boca seca… —Su cabeza cayó sobre su pecho. Mientras yo machacaba algo de hielo, volvió a echarse en el sofá. Yoshiyama empezó a desnudarla.