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Dejas las botas en el hall y subes a tu habitación. Es la primera vez que te ha ocurrido fuera de Madrid. Es la primera vez que sufres esa alucinación frente a otra estatua que no sea la del Cristo Nazareno. Te tumbas en la cama y cierras los ojos.

¿Qué te está pasando? ¿Estás bajando la guardia? ¿Por qué ahora? ¿Te estás volviendo vulnerable? Demasiadas emociones en los últimos días; tiene que ser eso. Llevas años luchando contra ello; el maldito trastorno de estrés post-traumático. Controlado durante años con pastillas. Tratado con innumerables sesiones de terapia. Ataques de ansiedad que se inician con cualquier cosa imprevista: una imagen, un estallido, una noticia en la televisión, un recuerdo.

La rutina siempre es una buena técnica de lucha. Metida dentro del mundo policial, manteniéndote activa y centrada en tu trabajo puedes evitarlo durante meses. Nadie del departamento lo ha detectado nunca. Has pasado satisfactoriamente todos los test psicológicos. Pero ahí siguen, latentes; tu claustrofobia, tu sociopatía, tu fobia a estar rodeada de gente. Tu sempiterna necesidad de inhibirte, de olvidar; tus altibajos de humor, tus malas rachas, tu carácter desconfiado. Tu búsqueda de soledad, tu terror al compromiso, tu miedo a enamorarte, tu pánico a volver a amar a alguien porque después puedes perderlo.

Abres el portátil y comienzas a redactar el informe operativo. Debes centrarte. Encuentras un email de Bertrand en el buzón. Ha investigado al personaje misterioso. Está detrás de su pista. Encaja con la ficha de un antiguo conocido por robos de arte. Te enviará más información en cuanto la tenga. Tras firmar el correo, añade una enigmática postdata: Ten mucho cuidado con DeauVille.