Si Sofía mirase por un agujero y te viera en este preciso instante, no se lo creería. Cualquiera que te conociera un poco pensaría que te has vuelto loca. La seria y responsable inspectora Oteiza, que nunca se aleja de sus rutinas, que nunca pierde el control, es incapaz de dejarse llevar así. Es imposible.
Sin embargo, aquí estás, con el albornoz del hotel, con las zapatillas de felpa de la habitación, corriendo por la acera del Paseo de La Concha, camino de las escaleras de la playa. Esquivas a una parejita, esquivas a una despedida de solteros que vocifera piropos a tu paso, y sigues a Édouard, al incorregible, que ha tenido la loca idea de bajar a bañarse en el mar en mitad de la noche.
Y a ti te ha parecido bien, porque esta noche te sientes liberada, por fin has detenido tu mente, has dejado de pensar, y sólo quieres dejarte llevar. Y ahora hundes tus pies en la arena, y sonríes, porque Édouard se ha quitado el albornoz y corre en calzoncillos hacia el agua, convertido en un Mitch Buchanan improvisado, y cuando empieza saltar sobre las pequeñas olas se da cuenta de que el agua está fría, está helada, y Édouard grita, y tropieza, y cae, y se empapa entero, y sigue gritando, y tú no puedes dejar de sonreír.
Y te quitas el albornoz, y te quedas en ropa interior, y te acercas al agua, y te internas en ella, y sientes en las piernas los miles de alfileres, y te detienes, y dudas, pero le miras a él, que ya está de pie, unos metros mar adentro, que levanta el brazo, que te ofrece la mano, que te dice un Ven que más que oír lees en sus labios, y entonces notas el tirón, la imperiosa necesidad, y comienzas a caminar, decidida, sin vuelta atrás.
Cuando llegas a su altura coges su mano, él sonríe, tú sonríes, y aún os internáis más, hasta que el agua os cubre, y nadáis, y reís, y tú lo archivas, archivas todo en tu memoria, hasta la última sensación, porque sabes, que la próxima vez que vuelvas y mires la playa, este será tu recuerdo. Tu nuevo feliz recuerdo.
Y hundes la cabeza en el agua, y aguantas la respiración, y ya no sientes el frío, sólo sientes calma. Y aguantas otro poco más. Y cuando sientes tus pulmones a punto de estallar, te das impulso, y emerges, y tomas una inspiración larga y profunda, y te sientes renacida.
Y buscas a Édouard, que flota junto a ti, atento, mirándote intensamente.
Y le dices un Gracias.
Y sus ojos brillan.
Y sonríe.
Tout le plaisir est pour moi.