Édouard había asistido a eventos y fiestas en multitud de lugares. Castillos, lujosos hoteles, casinos… pero nunca dentro de una iglesia. Así que cuando atravesaron el claustro y se internaron por el arco de entrada, quedó maravillado. Se detuvo para observar la magnificencia de aquellos gruesos pilares que ascendían hasta los contrafuertes, la grandiosidad de aquella enorme bóveda, los frescos de los muros, y sobre todo, el inmenso y precioso lienzo situado al fondo del ábside. Miró a Oteiza, que ya estaba en modo policial, porque en vez de compartir con él su pequeño Síndrome de Stendhal, ya estaba escrutando uno a uno a todos los invitados del evento.
DeauVille vio algunos rostros conocidos, e intercambió varios saludos a medida que recorrían la nave central. Los invitados se arremolinaban en pequeños grupos bajo la elegante y estudiada iluminación que dibujaba, sobre los muros y el suelo, los patrones florales de las botellas de Perrier Jouet. Las notas de una suave música chillout viajaban por la perfecta acústica de la iglesia. En el lugar donde debería haber estado el altar mayor, tomaba el protagonismo un expositor con el logotipo de la bodega. Y dentro de ese expositor, rodeados de una mística luz, como si de una reliquia eclesiástica se tratase, estaban los tres Champagne del Nido del Águila. Las flores blancas que ascendían por el cristal parecían algo desgastadas, pero las botellas aún brillaban, y el color dorado del papel, que enfundaba el cuello y el tapón, refulgía bajo la intensa luz. Édouard se acercó lentamente, con los ojos brillantes, con una mano extendida, como si quisiera tocarlas. Oteiza le miró divertida.
Pareces Indiana Jones acercándose al Arca de la Alianza.
Y antes de que pudieran comentar nada sobre las botellas, apareció en escena una espectacular rubia enfundada en un provocativo vestido rojo, guantes largos Rita Hayworth incluidos. Se aproximó por detrás a Édouard, pronunció su nombre, y en cuanto él se dio la vuelta, se colgó de su cuello estrechándole en un apretado abrazo. Y mientras acariciaba la nuca del francés con sus enguantados dedos, le susurró algo al oído. Algo que Oteiza no llegó a escuchar. DeauVille sonrió, y pareció ligeramente inquieto al girar la vista y percatarse de la interrogante mirada de la inspectora.
—Christine, quiero presentarte a la señorita Oteiza. —La rubia miró sorprendida hacia ella, como si no la hubiera visto al acercarse a Édouard. Le estrechó la mano lánguidamente, sin interés ninguno—. Christine es la enóloga que trabaja con nosotros en el Château, y quizás la recuerdes del otro día en la subasta del Ritz. Me acompañó para ayudarme a elegir las piezas interesantes.
Claro que la recuerdo. A ella y a sus susurros al oído.
—La señorita Oteiza es inspectora de la Brigada de Patrimonio. La Policía ha pedido mi ayuda como asesor en el tema de las botellas de vino. Por eso te pregunté sobre el origen de las Perrier Jouet.
—Seguro que puedes asesorarla muy bien —exclamó la rubia mientras miraba de arriba a abajo a la inspectora—. ¿En serio pensáis que alguien quiere robar estas botellas?
—No serían las primeras, Christine, ya ha habido más robos en… —El murmullo generalizado interrumpió las palabras de DeauVille. Por el arco central acababa de entrar un nuevo grupo de invitados, y los flashes de las cámaras empezaron a saltar al unísono.
—Es el actor alemán Michael Schneider —informó la enóloga—. Está invitado al evento; va a ser el encargado de abrir la primera botella de la serie Belle Epoque. Dentro de un par de horas presenta su nueva película en el Teatro Victoria Eugenia. Édouard, luego tenemos que hablar. Ayer antes de venir a San Sebastián, estuve observando las viñas junto a tu hermana. La maduración de las uvas está en su punto. Hemos de empezar la cosecha esta misma semana; el lunes llega el equipo de vendimiadores. Y ahora si me disculpáis, tengo que recibir a tan ilustre invitado.
DeauVille observó sonriente cómo se alejaba contoneando las caderas bajo el satén rojo.
—¿Qué? —preguntó al observar el ceño fruncido de Oteiza.
—Te agradecería, que en posteriores ocasiones, no compartas tan alegremente información sobre la investigación.
—Oh, venga. Christine es de entera confianza. La conozco desde que éramos pequeños. Su familia posee un Château cerca del nuestro, y crecimos juntos. Es una enóloga excepcional; trabaja para las mejores bodegas por toda Europa. Sabe tanto de vinos que casas como Perrier Jouet la invitan como relaciones públicas de la marca. Pero luego sabe remangarse y trabajar duro. En nuestro viñedo llevamos años esforzándonos para mejorar juntos el terroir y las técnicas de proceso de la elaboración del vino.
¿Mejorar juntos el terroir? ¿Así lo llamáis vosotros?
—¿Qué es el terroir? —preguntó Oteiza.
—El terroir es el diálogo de la vid, la tierra y la naturaleza con el hombre. Es el que genera la diversidad de los vinos y les da su razón de ser. Es el diálogo del viticultor con el medio natural que le rodea.
—Y hablando en cristiano, ¿es?… —DeauVille sonrió.
—Es como definimos a las características de la tierra, de sus minerales; el efecto del clima y cómo afecta a la vid; la orientación del viñedo, la intervención del viticultor… todos estos factores y cómo se gestionen acaban dando al vino su propia personalidad. Cada vez se tiende a hacer vinos muy parecidos, y nosotros queremos que el nuestro sea especial, diferente a cualquier otro. ¿Ahora me has entendido mejor?
—Mucho mejor.
Dónde va a parar.
La música chillout fue sustituida por la voz de Christine que, micrófono en mano y subida a un pequeño escenario de madera, dio la bienvenida a los presentes e hizo una breve introducción sobre el Champagne que se presentaba esa noche. Dejó paso al actor alemán, que subió a la tarima y descorchó la primera botella. El público empezó a aplaudir. Oteiza no lo hizo.
¿Le aplaudís por descorchar una botella?
Llenaron las primeras copas, la música volvió a sonar, y de las puertas de los laterales de la nave surgió un pequeño ejército de camareras. Vestidas con un moderno y elegante uniforme gris, comenzaron a ofrecer copas de Champagne a todos los invitados. DeauVille cogió dos copas y ofreció una a Oteiza.
—Este Champagne, aunque pertenezca a esta nueva edición llamada Belle Epoque y por fuera las botellas sean similares a las del Nido del Águila, es de una añada reciente —explicó Édouard. Oteiza miró a una de las camareras que rellenaba las copas en un grupo cercano a ellos, y comprobó que eran idénticas a las famosas botellas mostradas en el expositor.
—Es de variedades Chardonnay, Pinot Meunier y Pinot Noir. Es muy delicado, con aromas de limón, algo de naranja y frutas exóticas. —La inspectora intentó captar esos aromas, pero no lo consiguió; a su sentido del olfato le quedaba aún mucho que aprender. Suspiró y subió la vista hacia el impresionante lienzo del fondo del ábside.
—¿Sabes que la obra de José María Sert también fue codiciada por los nazis? —dijo señalándolo. Édouard la miró con rostro de sorpresa y se giró para observar el lienzo—. Se llama El Altar de la Raza; el protagonista que ves en la parte central agarrado a un árbol, es San Telmo, el patrón de los hombres de mar; en esta escena está salvando a una barca a punto de naufragar entre las tumultuosas aguas. —DeauVille seguía observando el lienzo atentamente—. Himmler quedó maravillado por su belleza durante la visita que realizó aquí en 1940. Encontró que la obra de Sert era muy adecuada a la concepción nacional-socialista del arte. De hecho en 1942 planearon llevar varias de sus obras a Berlín para una exposición, pero fue imposible realizarla en mitad del conflicto.
Varios invitados les interrumpieron al acercarse para saludar a DeauVille. Ante todos ellos la presentó como la señorita Oteiza, y ante todos ellos ejecutó el mismo ritual: posar con delicadeza la mano en su espalda, dejarla allí unos segundos, y deslizar suavemente los dedos por su piel desnuda antes de retirarla. Apenas un par de centímetros, apenas medio segundo, pero Oteiza, tuvo que disimular, ante todos aquellos rostros desconocidos, la exquisita e inesperada descarga eléctrica que recorría su espalda cada vez que él la tocaba.
Oteiza, ¿qué haces? Estate atenta. No bajes la guardia.
Mientras charlaba con el director comercial de Perrier Jouet, DeauVille vio un rostro conocido entre el séquito que acompañaba al actor alemán. Oteiza observó cómo su rostro cambiaba. Se disculpó, cogió a la inspectora por el codo y la llevó rápidamente detrás de uno de los pilares.
—¿Ves el grupo que está con Schneider? —preguntó mientras se asomaba disimuladamente tras el pilar. Ella le imitó y observó al grupo—. ¿Ves al tipo de traje oscuro que está justo detrás de él?
—¿El armario de metro noventa?
—Ese mismo. Le conozco. Y creo que no va a ser casualidad que esté aquí esta noche —añadió con tono nervioso.
—¿Qué quieres decir?
—Es un tipo misterioso que se mueve por las subastas de vino de lujo. Suele representar a compradores que no quieren que se sepa su identidad. Y puedo asegurarte que también es experto en conseguirte el vino que desees si tienes la cantidad de dinero suficiente. Legalmente, o ilegalmente si es necesario.
—¿De qué le conoces? —preguntó Oteiza, algo contagiada por su repentino nerviosismo.
—¿No te parece algo sospechoso? ¿Que esté aquí en San Sebastián, esta noche? —DeauVille evitó contestar la pregunta de la inspectora.
—¿Estás sugiriendo que podría haber venido para conseguir las botellas de Champagne?
—No me extrañaría.
—Pues parece ser la sombra de Schneider —añadió Oteiza mientras observaba cómo seguía al actor alemán en su peregrinaje de saludos y apretones de mano—. Si ha venido a por las botellas, lo único que podemos hacer es tenerlo vigilado. Seguir sus pasos. Dime, DeauVille… —esperó unos segundos antes de seguir hablando— ¿Crees que tu amiga Christine podrá conseguirnos unas invitaciones para el estreno de la película? —El francés sonrió.
—Dame un momento. —Se acercó a la rubia sin dejar de observar al alemán y a su séquito. Caminó sin salir de detrás de los pilares, ocultándose. Oteiza tuvo la impresión, de que fuera por lo que fuese, DeauVille no quería ser reconocido por el personaje misterioso. Y esa sospecha le provocó una turbadora inquietud.
Oteiza, Oteiza. Estáte atenta. No bajes la guardia.