Öland, septiembre de 1972

Gunnar está delante de Nils y alza lentamente el pesado pico de hierro. Mira alrededor el lapiaz envuelto en niebla, como si quisiera asegurarse de que nadie observa lo que ocurre. O lo que está a punto de suceder.

—No puedes ir a casa, Nils —dice—. Estás muerto. Estás enterrado en Marnäs.

Nils niega con la cabeza.

—Suelta el pico —le advierte.

De pronto, el silencio se abate sobre el lapiaz, como si el aire entre el cielo y la tierra hubiera desaparecido.

—Suelta la pala primero, Nils.

Nils vuelve a negar con la cabeza. Lanza una rápida mirada a Martin, el otro buscador de tesoros, que respira con dificultad tendido en el suelo, a sólo unos metros de distancia, con la mano en la frente. Ahora no entraña ningún peligro.

Pero Gunnar sí que es peligroso. Está de pie con las piernas separadas, escuchando, y de pronto parece oír algo a lo lejos.

—De acuerdo —dice finalmente—. Voy a soltar el pico.

Y lo hace. Cae con un ruido sordo junto al mojón.

—Bien. —Entonces Nils también suelta la pala, pero no se tranquiliza—. Y ahora quiero ir…

De pronto él también oye un ruido. Cada vez más fuerte. Un rumor procedente del camino vecinal crece hasta convertirse en un sordo gruñido.

El motor de un coche.

—Me parece que tenemos compañía —anuncia Gunnar.

No parece sorprendido.

Pasan algunos segundos. Luego una ancha silueta toma forma en la niebla detrás de ellos. Una sombra que se desliza por la hierba sobre cuatro ruedas.

Se trata de un Volvo marrón; surge tras la cortina de niebla. Gira, se detiene junto al coche de Gunnar, y el motor se apaga.

La puerta del conductor se abre.

Nils no reconoce el coche ni al hombre que se apea. Pero observa que es mucho más joven que él y viste un uniforme negro de policía bien planchado. Lleva una pistola en la cartuchera. Cierra la puerta del coche, se arregla la chaqueta del uniforme y se acerca en silencio.

El hombre se detiene a unos metros frente a Nils. Tiene la mirada clavada en él, y abre la boca.

—Nunca nos habíamos visto —dice el policía—. Pero he pensado mucho en ti.

Nils lo mira fijamente con la boca abierta.

—Tú asesinaste a mi padre —anuncia el policía.

Durante unos segundos Nils no entiende nada.

—Nils, éste es Lennart —señala Gunnar unos metros más allá—. Lennart Henriksson. Su padre era policía provincial. Seguro que lo recuerdas, hace muchos años, cuando eras joven… Os encontrasteis en el tren de Borgholm.

El hijo del policía provincial.

Entonces, por fin, Nils comprende. Comprende lo que va a suceder y reacciona. Nils ve que Henriksson tantea la cartuchera con la mano. Retrocede hacia la niebla y echa a correr.

—¡Detente!

Por supuesto Nils no se detiene, huye. La trampa que le han preparado está a punto de cerrarse, pero escapa.

Ya no es joven y se mueve lentamente por la hierba, pero está en el lapiaz, su territorio. Huye a través de la niebla con la cabeza agachada, se dirige hacia el arbusto más cercano y espera oír un disparo a su espalda, pero se agacha y consigue protegerse detrás de los enebros antes de que llegue.

Nils oye gritos en la niebla detrás de él, a lo lejos. No se detiene. Continúa en línea recta a grandes zancadas.

¿Es éste el camino que va a la aldea?

Nils cree que sí. Se dirige a casa; por fin llegará a la casa de su madre y nada lo detendrá.

De pronto, Nils ve una figura entre la niebla, se detiene y toma aliento.

Cuando está a punto de echar a correr otra vez, se da cuenta de que no es uno de sus perseguidores. Es un niño pequeño; no tendrá más de cinco o seis años. Sale de la niebla gris y se detiene a una docena de pasos.

El niño es pequeño y delgado, viste pantalones cortos y un fino jersey rojo, y calza un par de pequeñas sandalias. Guarda silencio, mira a Nils con curiosidad y duda, como si no tuviera miedo pero supiera que debería tenerlo.

Pero Nils no es peligroso, al menos con los niños. Siempre ha actuado en defensa propia, y ese día de verano realmente intentó salvar a su hermano de morir ahogado, pero reaccionó demasiado tarde. En su vida le ha hecho daño a un niño. Nunca.

—Hola —dice Nils, y resopla.

Intenta controlar su respiración entrecortada para no asustarle.

El niño no responde.

Nils echa una rápida mirada alrededor, pero no ve a ninguno de sus perseguidores. La niebla le protege. No puede quedarse aquí mucho tiempo, pero sí tomarse un respiro.

Mira al niño de nuevo sin sonreír y pregunta en voz baja:

—¿Estás solo?

El niño asiente en silencio.

—¿Te has perdido?

—Creo que sí —dice el niño en voz baja.

—No te preocupes… Yo conozco el lapiaz. —Nils se acerca a él—. ¿Cómo te llamas?

—Jens —responde el niño.

—¿Y qué más?

—Jens Davidsson.

—Bien. Yo me llamo…

Titubea: ¿cuál de sus nombres utilizará?

—Me llamo Nils —dice al fin.

—¿Y qué más? —replica Jens. Es como un juego.

Nils ríe, lacónico.

—Me llamo Nils Kant —responde, y da un paso más.

El niño sigue inmóvil en un mundo que sólo consiste en hierba y piedras y algunos enebros. Hierba, piedras y enebros es todo lo que se puede ver en la niebla. Nils intenta sonreír para mostrar que todo va bien.

La niebla los envuelve, no se oye nada. Ni siquiera el canto de los pájaros.

—No te preocupes —dice Nils.

Decide acompañar al niño a la aldea y buscar su casa, antes de ir a ver a su madre.

A esas alturas están muy cerca el uno del otro: Nils y Jens.

A continuación les llega el eco de un motor. Nils quiere dar media vuelta y salir corriendo, pero apenas tiene tiempo de avanzar un paso.

El rugido va en aumento y se diría que proviene de todos lados.

El Volvo marrón aparece de pronto entre las piedras y los enebros, patinando en la hierba antes de enderezarse y enfilar hacia él. Va directo a Nils. Sin reducir la velocidad.

¿A la derecha o a la izquierda?

El coche se hace más grande, es anchísimo… Nils sólo tiene unos segundos para decidirse, un segundo, y luego ya es demasiado tarde. Lo único que puede hacer es mirar, y cubrir con el brazo al niño. No hay manera de protegerse.

En un instante el mundo desaparece.

Todo queda en silencio. Fría oscuridad.

El sonido regresa como un sordo eco. La niebla, el frío y el motor del coche en punto muerto.

—¿Lo has atropellado? —pregunta una voz.

—Sí… lo estoy viendo.

Nils yace boca arriba, tendido sobre la hierba. La pierna derecha forma un extraño ángulo bajo su cuerpo, pero no le duele nada.

El coche está en punto muerto a sólo unos metros. La puerta del conductor se abre. El policía se baja lentamente con la pistola en la mano.

La puerta del copiloto también se abre. Gunnar se apea, pero se queda junto al coche y mira el lapiaz.

El policía se acerca a Nils y se detiene.

No dice nada, sólo clava la vista en él.

De pronto, Nils recuerda al niño que ha encontrado en la niebla, Jens: ¿dónde está?

Se ha esfumado.

Nils confía en que Jens Davidsson haya desaparecido, que haya escapado en la niebla y haya corrido con sus pequeñas sandalias a Stenvik. Una huida exitosa. Nils quiere seguirlo, regresar a su hogar, pero no puede moverse. Debe de tener la pierna rota.

—Se acabó —murmura.

Se acabó, madre. Podría arrastrarse hasta Stenvik, pero no le quedan fuerzas.

Los muertos se congregan a su alrededor, sombras grises le rodean en silencio.

Su padre y Axel, su hermano pequeño. Los dos soldados alemanes. El policía provincial del tren y el marinero sueco de Nybro.

Todos muertos.

El joven policía asiente con la cabeza.

—Sí, ya acabó todo.

Se detiene a sólo dos pasos de Nils.

El policía le quita el seguro a la pistola antes de alzarla, apunta a Nils a la cabeza y dispara.