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—¿Cómo estás, Lennart? —preguntó Gerlof postrado en la cama del hospital.

Lennart se encogió de hombros.

—Podría estar mucho peor. Debería haber prestado más atención —dijo, y suspiró—. Tendría que haber captado sus intenciones.

—No pienses más en ello, Lennart —dijo Julia desde el otro lado de la cama de Gerlof.

—Me engañó. Al sentarse creí que se había calmado…, pero fue entonces cuando se lanzó sobre mí y me empujó contra la mesa y tiró de la cartuchera. No estaba preparado. —Suspiró y se tocó la venda en la frente—. Soy demasiado mayor, reaccioné con lentitud. Debería…

—No le des más vueltas, Lennart —repitió Julia—. Fue Ljunger quien te hirió y no al revés.

Lennart asintió, no demasiado convencido.

El primer disparo de Gunnar Ljunger había dado en la pared de la comisaría, y Lennart se había golpeado la cabeza al intentar arrebatarle el arma. Se había hecho un profundo corte en la frente y le habían dado unos puntos de sutura en el dispensario de Marnäs antes de vendarle la cabeza.

Lennart y Julia se encontraban en una habitación del hospital de Borgholm, sentados a sendos lados de la cama de Gerlof. Atardecía y por la ventana se veía el sol otoñal ocultarse tras la ciudad.

Gerlof esperaba que la visita no fuera muy larga, en realidad deseaba quedarse solo y dormir. Aún no tenía fuerzas para levantarse de la cama.

Por lo menos, había aclarado sus ideas, aunque no recordaba los detalles de los últimos días. De no ser por el rápido transporte aéreo hasta el hospital de Kalmar, seguramente habría muerto. Su estado de salud había pasado de gravísimo a grave en sólo dos días. Después había mejorado y se había estabilizado, y al cuarto día lo habían trasladado en ambulancia al hospital de Borgholm.

Allí tenía más privacidad que en Kalmar, y le dieron una habitación individual con vistas al Slottskogen y a las mansiones de Borgholm. Julia y Lennart fueron a visitarlo cinco días después de que Ljunger intentara matarlo en la playa a las afueras de Marnäs.

—Papá, es la tercera vez en dos días que vengo —comentó Julia—. Pero es la primera que te encuentro despierto.

Gerlof asintió cansado.

Tenía el brazo izquierdo entablillado y vendado a causa de la caída en la playa. Un pie escayolado. Una sonda, que procedía de una bolsa de suero, acoplada a una cánula en el brazo; otra sonda estaba conectada a un catéter, y yacía arropado bajo dos mantas, pero se sentía más animado que el día anterior. Poco a poco, la fiebre había ido remitiendo.

Gerlof intentó incorporarse para poder ver mejor a Julia y a Lennart, y su hija se levantó rápidamente para ayudarle, y le colocó una almohada más detrás de la espalda.

—Gracias.

Tenía la voz muy débil, pero podía hablar.

—¿Cómo te encuentras hoy, papá?

Gerlof levantó lentamente el pulgar derecho hacia el techo de la habitación. Tosió y respiró con dificultad.

—Al principio creyeron… que tenía neumonía —susurró despacio. Tomó aliento de nuevo y prosiguió—: Pero hoy por la mañana me han dicho que no es más que una bronquitis. —Tosió de nuevo—. Y están seguros de que… conservaré los dos pies. —Hizo una nueva pausa y añadió—: Eso espero.

—Eres duro de pelar, Gerlof —dijo Lennart.

Gerlof asintió.

—Gunnar Ljunger… dijo lo mismo.

De pronto se oyó el pitido del buscador personal de Lennart, que llevaba sujeto al cinturón.

—Otra vez…

El policía suspiró. Contempló la pantalla.

—Al parecer el jefe desea hablar de nuevo conmigo, las preguntas no acaban nunca… Tengo que llamar por teléfono, ahora vuelvo.

Lennart sonrió a Julia; ésta le devolvió la sonrisa y señaló la cama con la cabeza.

—No te escapes de ahí, Gerlof.

Gerlof asintió lentamente, y Lennart cerró la puerta tras sí.

Se hizo el silencio en la habitación, pero no era un silencio forzado. En realidad, no les hacía falta decirse nada. Julia puso una mano sobre la manta de Gerlof y se inclinó hacia delante.

—La familia y los amigos te mandan saludos —comunicó—. Lena llamó desde Gotemburgo ayer por la noche, vendrá dentro de nada. Y Astrid también te manda saludos. John y Gösta pasaron ayer por aquí, pero me dijeron que estabas dormido. Todos piensan en ti.

—Gracias. —Gerlof tosió de nuevo—. Y tú… ¿cómo te encuentras? —susurró.

—Bien —dijo Julia enseguida—. He pasado bastante tiempo con Lennart estos días, en su bonita casa en el pinar. Aunque él ha estado la mayor parte del tiempo escribiendo informes, o en Borgholm… así que no he podido hacer mucho por él. El resto del tiempo he estado en la habitación contigua preocupándome por ti.

—Yo… estoy bien —susurró Gerlof.

—Sí, ahora lo sé —repuso Julia—. Y yo también me encuentro perfectamente.

Su padre tosió de nuevo y prosiguió:

—Entonces, ¿te sientes fuerte?

—Claro. —Julia sonrió, como si no comprendiera del todo a qué se refería—. Soy mucho más fuerte.

Gerlof siguió susurrando:

—He estado pensando… —dijo—. No estoy seguro… pero creo que ahora sé lo que pasó.

Miró a Julia.

—¿Todo?

—Todo —murmuró Gerlof—. ¿Quieres saber… qué le ocurrió a Jens?

Julia se puso seria. Contuvo la respiración.

—¿Lo sabes, papá? —preguntó ella—. ¿Te contó Ljunger qué pasó exactamente?

—Dijo… una serie de cosas —repuso—. Pero no todo. Así que hay cosas que he tenido que adivinar. Pero la historia no tiene… un final feliz, Julia. El final es como es. ¿Lo quieres saber?

Julia apretó los labios y asintió.

—Cuéntamelo.

—¿Te acuerdas de que cuando llegaste a Öland te dije… que quizá podríamos atraer al asesino… para que viera la sandalia de Jens? —preguntó Gerlof.

Julia asintió.

—Pero nunca apareció.

Gerlof contempló cómo el sol se ponía tras los árboles. Le habría gustado ser un niño y poder escuchar las historias de miedo de la hora de las sombras, en lugar de ser un anciano y verse obligado a contarlas él.

—Sin embargo, creo que sí —dijo él—. El asesino vino a nosotros… aunque ninguno de los dos lo vio.