Öland, septiembre de 1972
—¿Tesoro? Yo no he cogido ningún jodido tesoro —dice el hombre llamado Martin.
—Tú has escondido la caja de hojalata —dice Nils, y da un paso adelante—. Mientras estaba de espaldas.
—¿Qué caja? —pregunta Martin, y saca de nuevo el paquete de cigarrillos.
—A ver, vamos a calmarnos —propone Gunnar tras él—. Al fin y al cabo, estamos en el mismo bando.
Se encuentra demasiado cerca, justo detrás de Nils.
Nils no quiere tenerlo ahí. Echa un rápido vistazo por encima del hombro y vuelve a mirar a Martin.
—Mientes —dice, y da un paso más.
—¿Yo? ¿Quién te ha traído a casa? ¿Eh? —exclama Martin irritado—. Gunnar y yo lo arreglamos todo y te trajimos de vuelta a casa, en mi barco. Si por mí fuera te podrías haber quedado en el quinto infierno.
—Pero no te conozco —replica Nils, y piensa: «Mi tesoro. Mi Stenvik».
—Vaya. —Martin enciende un cigarrillo—. Me importa una mierda a quién conozcas.
—Suelta la pala, Nils —dice Gunnar.
Aún sigue detrás de Nils, y demasiado cerca.
También Martin está muy cerca. De pronto levanta la pala.
Nils sospecha que Martin está pensando en propinarle un golpe con el mango, pero es demasiado tarde. Nils tiene una pala en la mano, y ya la levanta.
La agita sujetando el mango con los dos brazos, con la misma fuerza con la que golpeó con el remo a Lass-Jan hace treinta años.
Le invade la antigua rabia; se le ha agotado la paciencia. Ha esperado demasiado.
—¡Es mío! —grita, y la imagen del hombre que tiene enfrente se vuelve borrosa.
Martín se mueve pero no tiene tiempo para agacharse; la pala cae sobre su hombro izquierdo; el siguiente golpe le da debajo de la oreja.
Martin se tambalea hacia un lado, pierde el equilibrio, y entonces Nils golpea de nuevo, al menos igual de fuerte, en la frente de Martin.
—¡No!
Martin grita, da una vuelta y se desploma encima del mojón.
Nils vuelve a alzar la pala, y ahora apunta al rostro desprotegido.
—¡Para! —exclama Gunnar.
Tendido a los pies de Nils, Martin alza los brazos. La sangre corre por su rostro; espera el golpe de gracia.
Pero Nils no puede golpear.
—¡Para, Nils!
Una mano se ha cerrado sobre el mango. Gunnar sujeta la pala, y tira con tanta fuerza que Nils la suelta.
—¡Ya vale! —dice Gunnar en voz alta—. Esta pelea ha sido totalmente innecesaria. ¿Cómo estás, Martin?
—Me cago en… Dios —susurra Martin con voz llorosa y con los brazos aún alzados para proteger la cabeza—. ¡Hazlo, Gunnar! ¡No esperes más! ¡Hazlo de una vez!
—Es demasiado pronto —responde Gunnar.
—Me voy —dice Nils.
Da un paso atrás, girado hacia Gunnar.
—A la mierda con el plan… hagámoslo ya —dice Martin—. Este cabrón… está loco.
Intenta levantarse lentamente, sangra por la nariz y por la herida que tiene en la frente.
—Alguien se ha llevado el tesoro… vosotros o algún otro —dice Nils, y mira fijamente a Gunnar, sin parpadear—. Así que ya no hay trato que valga. —Respira hondo—. Me voy a casa, a Stenvik.
—De acuerdo… —Gunnar suspira sin mirar a Nils a los ojos—. Nada de tratos, entonces. Será mejor que recojamos esto.
—Quiero irme de aquí —dice Nils.
—No.
—Sí. Me voy.
—Tú no vas a ninguna parte —dice Gunnar, y se acerca a él—. En ningún momento hemos pensado que saldrías de aquí. ¿No lo entiendes? Te quedarás aquí.
—No. Me voy —dice Nils—. Esto no acaba aquí.
—Sí. No puede ser de otra manera… estás muerto.
Gunnar alza lentamente el pesado pico y observa la niebla que lo envuelve, como para asegurarse de que nadie pueda ver lo que sucede.
—No puedes ir a casa, Nils —dice—. Estás muerto. Estás enterrado en el cementerio de Marnäs.