20

Después del robo en la casa parroquial y la huida a través del bosque, los hermanos Serelius estuvieron dos semanas sin dejarse ver por Borgholm. Pero de pronto, una noche aparecieron en la puerta de Henrik, en el peor momento posible.

Porque, a esas alturas, los golpes sordos y rítmicos que este había empezado a oír en el apartamento eran ya insoportables; como un grifo que gotea y no se puede cerrar.

Al principio, estaba seguro de que procedían de la lámpara robada, y después de tres fatigosas noches de repiqueteos y crujidos la guardó en el coche. A la mañana siguiente, condujo dando un rodeo hasta la costa este y dejó la lámpara en el cobertizo.

Pero los golpes continuaron la noche siguiente, esa vez procedentes del recibidor, aunque no siempre de la misma pared: detrás del papel pintado el ruido se desplazaba lentamente.

Si no se trataba de la lámpara, tenía que ser alguna otra cosa que hubiera traído del bosque, o del jodido subterráneo donde se había refugiado.

A no ser que algo se hubiera introducido en el apartamento a través de la güija de los hermanos. Todas las veces que habían estado sentados a la mesa observando cómo se movía el vaso bajo el dedo de Tommy, a Henrik le pareció que había algo invisible en la cocina.

Fuera lo que fuese, lo sacaba de quicio. Todas las noches paseaba de aquí para allá; del dormitorio a la cocina, con miedo a irse a la cama y apagar la luz.

En un ataque de desesperación, había llamado a Camilla, su exnovia. No se hablaban desde hacía varios meses, pero pareció contenta de oírlo. Charlaron durante casi una hora.

Cuando tres días después llamaron a la puerta, Henrik estaba con los nervios de punta, y no le relajó descubrir a Freddy y a Tommy en el descansillo.

Este último llevaba gafas de sol y le temblaban las manos. No sonrió.

—Déjanos pasar.

No se trataba de una reunión amistosa. Henrik quería dinero de los hermanos Serelius, pero estos no tenían: aún no habían vendido ninguna de las mercancías robadas. Sabía que querían ir más al norte de la isla, pero él no estaba dispuesto a acompañarlos.

Sin embargo, no deseaba tratar el tema esa noche, pues tenía visita.

—Ahora no podemos hablar —dijo.

—Sí.

—No.

—¿Quién es? —preguntó Camilla desde el sofá.

Los dos hermanos alargaron el cuello con curiosidad para ver a quién pertenecía la voz.

—Son solo… dos amigos —contestó Henrik por encima del hombro—. De Kalmar. Pero enseguida se marcharán.

Tommy se quitó las gafas de sol y clavó en Henrik una mirada elocuente. Este no tuvo más remedio que salir al descansillo y cerrar la puerta tras sí.

—Felicidades —dijo Tommy—. ¿Es una nueva adquisición o de hace tiempo?

—Es mi exnovia —respondió él en voz baja—. Camilla.

—Joder… ¿y te ha aceptado de nuevo?

—La llamé —explicó Henrik—. Pero fue ella quien quiso verme.

—Qué bien —dijo Tommy sin sonreír—. Y ahora ¿qué vamos a hacer?

—¿Con qué?

—Con nuestra colaboración.

—Se ha terminado —contestó él—. Aparte del dinero.

—No.

—Sí.

Se miraron fijamente. Luego Henrik suspiró.

—No podemos hablar aquí, en el descansillo —dijo en voz baja—. Puede pasar uno.

Al fin, Freddy regresó a la furgoneta y Henrik entró con Tommy a la cocina y cerró la puerta. Bajó la voz:

—Arreglemos esto de una vez y luego os podéis marchar.

Pero el otro estaba más interesado en Camilla, y preguntó con voz alta y clara:

—Entonces, ¿se ha vuelto a mudar aquí? ¿Por eso pareces tan hecho polvo, capullo?

Henrik negó con la cabeza.

—No es eso —dijo—. Duermo mal.

—Seguramente te remuerde la conciencia —se burló Tommy—. Pero el viejo sobrevivirá; lo remendarán de nuevo.

—¿Quién coño le golpeó? —le espetó Henrik—. ¿No lo recuerdas?

—Fuiste tú —replicó Tommy—. Tú lo pateaste.

—¿Yo? ¡Pero si yo estaba detrás de ti, en el recibidor!

—Tú le pisaste la mano al viejo de mierda y se la rompiste, Henke. Si nos pillan, irás a la cárcel.

—¡Nos meterán en el talego a todos, joder! —Lanzó una mirada a la puerta y bajó la voz de nuevo—. Ahora no puedo hablar más.

—Querrás el dinero, ¿no? —preguntó Tommy.

—Tengo dinero —le espetó Henrik—. Tengo un trabajo por las mañanas, joder.

—Pero necesitas más —replicó el otro, y señaló con la cabeza hacia el interior del apartamento—. Sale caro mantenerlas.

Henrik suspiró.

—El dinero no es el problema, sino toda esa mercancía robada que hay en el cobertizo. Tenemos que vender las cosas.

—Las venderemos —contestó Tommy—. Pero primero haremos un viaje más…, el último viaje al norte. A la casa.

—¿Qué casa?

—Esa casa con todos esos cuadros, la que nos indicó Aleister.

—Åludden —dijo Henrik en voz baja.

—Esa, sí. ¿Qué noche vamos?

—Espera un poco, estuve allí el verano pasado. Fui a casi todas partes, y no vi un puto cuadro. Y, además…

—¿Qué?

Henrik no dijo nada más. Recordó las habitaciones de Åludden y sus pasillos llenos de ecos. Le había gustado trabajar para Katrine Westin, la mujer que vivía allí con sus dos hijos pequeños. Pero la casa en sí, ya en agosto le había parecido sombría, a pesar de que la familia Westin había limpiado y empezado a restaurarla de arriba abajo. ¿Cómo estaría ahora, en diciembre?

—Nada —dijo—. Que no vi ningún cuadro.

—Entonces estarán escondidos —replicó Tommy.

Se oyeron unos golpecitos.

Henrik se sobresaltó, pero luego comprendió que alguien llamaba a la puerta de la cocina. Se acercó y abrió.

Era Camilla. Y no parecía nada contenta.

—¿Os falta mucho? Si no es así, me marcho a casa, Henrik.

—Ya hemos terminado —respondió él.

La joven era menuda y delgada, los muchachos le sacaban casi dos cabezas. Tommy esbozó una amable sonrisa y le tendió la mano.

—Hola…, soy Tommy —dijo con una voz suave y cortés que Henrik nunca le había oído con anterioridad.

—Camilla.

Se estrecharon la mano y las hebillas de la chaqueta de Tommy tintinearon. Luego hizo un gesto con la cabeza hacia Henrik y se encaminó a la puerta.

—Entonces quedamos en eso —dijo—. Te llamaré por teléfono.

Cuando Tommy hubo salido, Henrik cerró la puerta y luego fue a sentarse junto a Camilla. Permanecieron en silencio y acabaron la película que estaban viendo cuando aparecieran los hermanos.

—Henrik, ¿quieres que me quede? —preguntó ella media hora más tarde, cuando eran casi las once.

—Si quieres —dijo—. Me encantaría.

Pasada la medianoche, estaban tumbados en el pequeño dormitorio, y Henrik sentía como si de repente hubiera retrocedido un año en el tiempo. Como si todo fuera como debía ser. Era maravilloso que Camilla hubiera regresado, y ahora su única preocupación consistía en librarse de los obstinados Serelius.

Y olvidarse de los golpes.

Aguzó el oído, pero solo oyó la tenue respiración de Camilla, que se había dormido tranquilamente.

Silencio. Ningún ruido en las paredes.

Ahora no quería pensar en eso. Ni en la visita de los hermanos. Ni en Åludden.

Camilla había regresado, pero Henrik no se atrevió a preguntar qué clase de relación tenían en realidad. En todo caso, ya no vivían juntos.

Al día siguiente, por la mañana temprano, él se fue a trabajar a Marnäs y ella se quedó en el apartamento; pero cuando regresó, la casa estaba desierta. No obtuvo respuesta cuando la llamó por teléfono.

Por la noche volvió a dormir solo en la cama, y al apagar la luz comenzaron a oírse los golpes en el recibidor. Procedían del interior de la pared, y eran débiles pero persistentes.

Henrik levantó la cabeza de la almohada.

—¡Silencio, joder! —gritó.

Los golpes cesaron unos minutos, pero luego continuaron.