Invierno de 1916
Los muertos intentan ponerse en contacto con nosotros, Katrine. Quieren hablarnos, quieren que los escuchemos.
¿Qué desean contarnos? Quizá que no deberíamos buscar la muerte demasiado pronto.
En el desván del establo hay una fecha de la Primera Guerra Mundial grabada en la pared: 7 de diciembre de 1916. Después, hay una cruz y el comienzo de un nombre: † GEOR.
MIRJA RAMBE
Alma Ljunggren, la esposa del farero jefe, está sentada al telar en una habitación de la parte trasera del edificio. Detrás de ella, se oye el tictac del reloj de pared. Alma no puede ver el mar desde allí, pero no le importa. No desea ver lo que hacen su marido Georg y el resto de los fareros en la playa.
No se oyen voces en la casa; las demás mujeres están asimismo en la playa. Alma sabe que ella debería estar también alentando a los hombres, pero no se atreve. No tiene fuerzas para darles ningún apoyo, apenas se atreve a respirar.
El reloj de pared sigue con su tictac.
Esa mañana de invierno, un monstruo marino ha sido arrastrado a la orilla en Åludden, están en el tercer año de la Gran Guerra. El monstruo apareció tras una noche de fuerte tormenta de nieve: es negro, con afilados pinchos de acero por todo su cuerpo redondo.
Suecia es neutral en la guerra que asola el continente, pero aun así se ve afectada por ella.
El monstruo de la playa es una mina. Rusa, con toda seguridad, colocada el año anterior para detener el tráfico de minerales por el Báltico. Por supuesto, el país de procedencia no importa; sigue siendo igual de peligrosa.
El tictac de la sala se detiene de pronto.
Alma vuelve la cabeza.
El reloj de pared se ha parado, y el péndulo cuelga inmóvil.
Alma coge unas tijeras de esquilar que hay en un cesto junto al telar, se levanta y sale de la habitación. Se coloca un chal sobre los hombros y se dirige al porche, en la parte delantera del edificio. Aún se niega a mirar hacia la playa.
Las olas levantadas por la tormenta nocturna han debido de soltar la mina de su sujeción en alta mar y la han empujado despacio a tierra. Ahora ha quedado encallada entre la arena del fondo y la nieve enfangada, a solo una decena de metros del faro sur.
El año anterior llegó también a tierra un torpedo alemán, en una playa al norte de Marnäs. Lo explosionaron, y las autoridades marítimas exigen que se haga lo mismo con las minas. Hay que destruir la mina rusa, pero no puede explotar tan cerca del faro. Es necesario remolcarla. Los fareros tendrán que pasarle una amarra alrededor y después retirarla de allí con cuidado.
Georg Ljunggren, el farero jefe, dirige el trabajo en el mar. Se ha colocado a proa de una motora y, desde el porche cubierto, Alma, su mujer, lo oye dar órdenes en la playa; su voz llega hasta la casa.
Cuando abre la puerta, todo se oye aún con mayor claridad.
Alma sale al frío del exterior y cruza el patio, con la nieve recién retirada, hacia el establo, sin mirar la playa.
Allí no hay nadie, pero al abrir la pesada puerta y entrar, las vacas y los caballos se remueven en la penumbra. La tormenta los pone nerviosos.
Sube despacio la escalera hasta el altillo, también desierto.
El heno llega casi hasta el techo, pero hay un estrecho pasillo a lo largo de la pared por el que se puede avanzar por el suelo de madera.
Alma se dirige a la pared del fondo y se detiene. Ha estado allí varias veces durante el último año, pero ahora lee de nuevo los nombres.
A continuación, coge las tijeras de esquilar, apoya la punta contra la viga de madera y empieza a grabar la fecha del día: 7 de diciembre de 1916. Y un nombre.
Los gritos de la playa se callan.
Y arriba, en el altillo del establo, Alma deja caer las tijeras. Junta las manos y reza al Señor.
Åludden permanece silencioso.
Después llega la explosión.
Es como si el aire de alrededor de la casa se comprimiera al mismo tiempo que el estruendo se extiende desde la playa hacia el interior de la isla. La onda expansiva llega un segundo después; rompe varios cristales del establo y le tapona a Alma los oídos. La mujer cierra los ojos y cae de espaldas sobre el heno.
La mina ha explotado antes de tiempo. Ella lo sabe.
Tras unos segundos en suspenso, las vacas comienzan a mugir en el piso de abajo. Luego se oyen voces altas en la pradera de la playa. Se acercan a la casa a toda prisa.
Alma corre escaleras abajo.
Ve que los dos faros siguen en pie, imperturbables. La mina en cambio ha desaparecido, y en su lugar solo queda una agua gris y turbia. No se ve la barca por ninguna parte.
Alma ve a dos mujeres entrar en la casa. Se trata de Ragnhild y Eivor, esposas de los fareros, con la vista aturdida fija en ella.
—¿El farero jefe? —pregunta.
Ragnhild sacude la cabeza con rigidez, y en ese momento Alma ve que tiene el delantal empapado de sangre.
—Mi Albert… estaba delante.
Se le doblan las rodillas. Alma se apresura hacia ella y la sujeta antes de que se desplome.