19 de diciembre de 2013

Bruselas, Bélgica

El hombre rapado que estaba esperando a George en el vestíbulo de Merchant & Taylor era, como mucho, cinco años mayor que él y tenía un cuerpo atlético que George jamás conseguiría con sus partidos de squash y sus descorazonadas sesiones de gimnasio. A pesar del traje anónimo y la camisa blanca sin corbata parecía más concebido para el agua o las grandes alturas que para recepciones, pasillos y despachos. Era liso y mate, tratado con teflón para velocidades máximas. «Como Matt Damon en las películas de Bourne —pensó George, envidioso—. Lo que debe de entrenar este cabrón».

—¿Señor Brown? —dijo George y alargó la mano.

—Correcto. Puedes llamarme Josh —respondió el hombre y dejó entrever sus dientes blancos de porcelana norteamericana en una rápida sonrisa.

—Yo me llamo George. —Se dieron la mano. El apretón se alargó unos segundos de más. Dos hombres que estaban comparando sus potenciales. George fue el primero en soltar y se llevó al invitado hacia los ascensores.

—¿Reiper te ha explicado la situación? —dijo el otro, más como una constatación que a modo de pregunta.

—Sí. —George apretó el botón—. Tenéis unos papeles que hay que traducir. Por alguna razón, pagaréis el doble de la tarifa normal por esos documentos y acto seguido yo me olvidaré de ellos.

La sonrisa de Josh no era muy distinta de la de Reiper. Altiva, como si estuviera en poder de ciertos conocimientos que lo volvían indispensable. Negó de forma casi imperceptible con la cabeza.

—Del pago no sé nada. Competencia de Reiper. Mi tarea es vigilar que los papeles no abandonen la sala. No es nada personal, pero esto es bastante delicado. Se podría decir así.

Salieron del ascensor. Los zapatos hechos a mano de George taconeaban en el suelo de parqué, que estaba hecho con alguna madera hermosa y, seguramente, en peligro de extinción. Las suelas de goma de Josh apenas emitían sonido alguno.

—Debo pedirte que cierres la puerta con llave —dijo Josh cuando hubieron entrado en el despacho.

—Claro, por supuesto —repuso George y obedeció un tanto dubitativo.

Josh sacó algo parecido a un modelo antiguo de iPod de la funda de portátil azul marino que llevaba colgada al hombro. Con la mirada fija en la pantallita dio una vuelta rápida por la sala. El resultado parecía satisfactorio porque volvió a guardar el aparato y se sentó en una de las butacas de cuero.

George lo observó con ojos un tanto asombrados y sopesó el impulso de preguntar qué estaba haciendo, pero se sintió físicamente en inferioridad y no le apetecía parecer aún más perplejo. Decidió sentarse al escritorio y esperar a que Josh tomara la iniciativa.

—Toma —dijo este y sacó un pequeño portátil y una carpeta verde de su maletín—. Los documentos de la carpeta son los que hay que traducir. Lo harás en este ordenador, en ningún otro sitio. No tiene que ser literal, lo que nos interesa son las líneas generales del texto. Si tenemos dudas nos pondremos en contacto contigo. ¿Te importa si me sirvo un café?

Señaló la máquina que había al lado de la neverita.

George asintió con la cabeza, cogió la carpeta de la mesa y la abrió. No cabía duda de que las hojas del documento habían sido anonimizadas: todas las referencias a nombres estaban tachadas con rotulador negro. En la esquina superior derecha de las primeras páginas, alguien —quizá el propio Josh— se había incluso tomado la molestia de tachar una superficie cuadrada. George hojeó rápidamente la carpeta.

El primer documento estaba redactado por la Säpo, la policía secreta sueca, y consistía en un breve informe personal.

George se detuvo y miró al vacío. La Säpo. El cuadrado tachado de la esquina era sin duda un sello de confidencialidad. El estar sentado con un documento confidencial en las manos le causaba una sensación de vértigo. Aquello era espionaje. Puro y duro.

No había otra explicación posible. La persona que le había entregado aquellos documentos a Reiper y a sus compañeros se había convertido en culpable de espionaje. Incomprensible. George no quería ni pensar qué tipo de delito estaría cometiendo por el mero hecho de tener esos papeles entre los dedos. Al mismo tiempo, le provocaba un sentimiento de embriaguez. La idea de estar cerca de las cuestiones importantes. Los secretos de verdad.

El primer documento era una descripción exhaustiva de lo que parecía ser un chico árabe de un bloque de diez pisos de lo más deprimente situado en el barrio de Tensta, en las afueras de Estocolmo. Había una imagen adjunta de la casa. A George nunca le había entrado en la cabeza que la gente pudiera vivir de aquella manera. Como en un puto barrio soviético.

La persona de la que hablaba el documento era el mayor de tres hermanos. El padre era soltero y había huido de Líbano a Suecia a principios de los años ochenta, después de que la madre muriera en un bombardeo israelí. Todo apuntaba a que el redactor del informe había entrevistado a los profesores del individuo y quizá incluso a sus amigos, y había plasmado el resultado en un sueco burocrático de lo más rechinante. «Resultados de estudio en las condiciones más óptimas». «Se le atribuye gran empeño y fuerza de voluntad para salir de su situación de vida actual». «Motivación singularmente fuerte». «Aptitudes lingüísticas excelentes. Habla y escribe sueco, árabe e inglés con fluidez». «Interesado en política pero no militante».

Un fragmento más largo hablaba de la religión del individuo: «Musulmán secularizado sin fuertes vínculos a elementos radicales ni a la mezquita local», apuntaba la conclusión final.

En el apartado que llevaba por título «Tiempo libre y vida social» el redactor parecía hacer hincapié en que la mayoría de las amistades del individuo pertenecían al ámbito deportivo. Atletismo y baloncesto, principalmente.

Pero los compañeros de equipo eran mencionados como «conocidos» y el individuo era descrito como «introvertido pero, paradójicamente, con aptitudes de liderazgo fuertes y bien desarrolladas». El informe terminaba con el apartado «Valoración global», en el cual el individuo se consideraba «particularmente indicado» para «entrenamiento especial». George no tenía la menor idea de lo que se quería decir con eso. Pero el trabajo que le habían encargado a George no era entender aquella mierda sino traducirla al inglés.

El segundo documento era más extenso, más de treinta páginas, y según la fecha apenas tenía unos días de antigüedad. La primera página llevaba por título «Motivos para vigilancia especial». El texto era breve:

«Informaciones fidedignas de servicios secretos extranjeros ponen de manifiesto que el sujeto mantiene trato con elementos subversivos en Irak y/o Afganistán, ver dossier SÄK/R/00058349».

Las siguientes hojas eran un resumen de la situación actual del individuo. Facultad de Derecho. Expresidente de la Asociación de Política Exterior. Doctorado en la facultad de Derecho. Los cursos que daba. Imágenes de una casa con las ventanas de su piso marcadas en rojo. Baloncesto en el Centro de Salud Estudiantil dos veces a la semana. Una relación de amor de larga duración con Klara Walldéen que terminó unos años atrás. Ese nombre no estaba tachado.

George se levantó de la silla y fue a la cafetera. Metió una cápsula negra y le dio al botón verde.

—Klara Walldéen —dijo entre dientes para sí.

—¿Disculpa? —respondió Josh, y levantó la mirada del móvil desde la butaca en la que estaba, junto a la ventana que daba al parque. George vio las gotas de lluvia golpear contra el vidrio y deslizarse hacia el alféizar. El frío del día anterior se había prolongado y una tormenta de mil demonios parecía acechar a toda Bruselas. El despacho se había vuelto oscuro en un segundo, como si estuviera anocheciendo.

—Klara Walldéen —dijo George otra vez.

George supo de inmediato quién era. Tenía controlados a la mayoría de los suecos en Bruselas. A Klara le había echado un ojo extra. No porque fuera especialmente importante. Su parlamentaria, Boman, era un viejo dragón sociata que se centraba más en cuestiones de política exterior. Nada que despertara un interés especial en George. No, a Klara le tenía puesto un ojo por razones puramente personales. Estaba en el Top 5 de las tías más buenas del Parlamento.

—Trabaja en el Parlamento Europeo —añadió.

—Exacto —replicó Josh tranquilo—. Reiper quiere que le eches un ojo. Hay indicios de que mantiene relación con el terrorista que estamos buscando.

El terrorista. La palabra rebotó como el eco en las paredes del despacho.

—¿Echarle un ojo? ¿Qué quieres decir con eso?

George se sintió incómodo. El terrorista. La Säpo. «Echarle un ojo». La experiencia casi eufórica de estar ante un documento confidencial comenzaba a ceder para dar espacio a una sensación de no pisar tierra firme.

—Nada del otro mundo. Para empezar, tú solo síguela a los eventos sociales. Cosas así. Íbamos a hacerlo nosotros, pero nuestro sueco no es lo bastante bueno, como ya habrás podido comprobar.

George volvió a sentarse y continuó con su trabajo. El resto del documento consistía en «informes de vigilancia». Descripciones escuetas de lo que un individuo había estado haciendo a lo largo del día. «Joder —pensó George—, a algún pobre desgraciado le ha tocado el deplorable trabajo de pasarse días enteros delante de una casa».

Había un par de cosas del informe que lo molestaban. En primer lugar, contenía descripciones exactas e incluso fotografías de dentro del piso y del despacho del individuo. Le resultaba desagradable, humillante, que la Säpo, o quienes fueran, hubiera entrado en el espacio vital de aquella persona.

Además, había extractos de su correo electrónico. Dos mensajes eran de una dirección extraña de Hotmail de alguien que quería citarse con el individuo en Irak y Bruselas. Un e-mail corto había sido enviado a Klara Walldéen. El siguiente había sido enviado hacía unos días y estaba marcado con un círculo, probablemente por Reiper o Josh. George, que por lo general no era un hombre de grandes principios, comenzaba a sentirse mal. Pero él no era sino un simple engranaje más de todo el mecanismo.

—Calculo que tardaré casi toda la tarde —le dijo a Josh y abrió un nuevo documento en el procesador de textos.

—Pues será mejor que empieces cuanto antes —respondió Josh y se reclinó en la butaca con una sonrisita.