19 de diciembre de 2013

Bruselas, Bélgica

Señor Shammosh? ¿Tiene algo que añadir a la cuestión? Me refiero quizá más a la última parte del razonamiento del profesor Lefarque, o sea, sobre los efectos de la continua transgresión y radicalización de los rebeldes en Irak y Afganistán.

El exembajador, sir Benjamin Batton, moderador de la conferencia del International Crisis Group sobre empresas privadas en zonas de guerra, se inclinó sobre la mesa con su particular mirada despierta y afable.

Mahmoud levantó la vista de su libreta y lo miró a los ojos. Una sonrisa jugueteaba en sus labios. Estaba en su salsa. Apenas se acordaba del nerviosismo casi paralizante que había experimentado previamente aquella misma mañana cuando estaba sentado delante de un público de cincuenta personas compuesto por funcionarios con alto poder de decisión y periodistas de distintas categorías.

—Por supuesto —asintió—. Creo que no cabe la menor duda de que los macabros actos de los que hemos tenido constancia, por ejemplo en Abu Ghraib, conducen claramente a la radicalización. Para hablar claro…

Ni siquiera le hacía falta pensar lo que iba a decir. Las palabras se generaban solas y manaban de su boca tranquilas y exactas en un flujo agradable. Tal como solía ocurrir en aquellas contadas ocasiones en las que podía dar una clase en Upsala sobre algo que realmente le gustaba.

Podía ver las cabezas del público que se levantaban para mirarlo con nuevo interés, bostezos que se cortaban y ojos que se despertaban de nuevo, bolígrafos que rebotaban en las libretas para fijar sobre el papel sus puntos de vista. Y todo lo que veía, todo lo que oía, era su propia voz, lo llenaba de energía, de orgullo. Casi se conmovió con su propia profesionalidad y capacidad de entrega. Mahmoud Shammosh, academic superstar.

Cuando sir Benjamin, con la elegancia rutinaria del moderador avezado, utilizó una de las pausas artísticas para proponer que podían continuar la discusión durante el segundo almuerzo que se estaba sirviendo en el vestíbulo, Mahmoud se sintió ofendido. Cierto, podía ver un halo vidrioso cubriendo los ojos de las miradas que poco antes parecían tan interesadas, pero aun así. Era su momento. Su instante de posar bajo el foco. En fin, tendría la oportunidad de seguir hablando durante la comida. Menudo chute para el ego. La investigación no estaba mal, pero esto era la compensación real.

Mientras se levantaba sacó el teléfono y la batería de la mochila. En cuanto lo puso en marcha el aparato vibró en su mano. Dos llamadas perdidas. Un número que no conocía. Mahmoud notó que se le tensaba el cuerpo. El teléfono volvió a sonar y su corazón dio un respingo.

Se disculpó lo más rápido que pudo y se apartó hacia una de las puertas secundarias de la sala, que sospechaba llevaban a los lavabos. Al mismo tiempo que empujaba la puerta descolgó el teléfono. Estaba hecho un nervio. La adrenalina de la exposición se mezclaba con la tensión de lo que pudiera pasar cuando cogiera la llamada. Le venían flashes de la terrible fotografía.

—Mahmoud Shammosh —susurró.

—¿Con qué estaban firmados los correos que has recibido?

La voz al oído de Mahmoud era grave y apagada, como si estuviera filtrada con algo.

Mahmoud se quedó sin saliva.

—Voluntad, coraje y perseverancia —dijo mientras cruzaba la puerta del servicio de caballeros.

Un mingitorio y un lavabo cerrado. Vacío.

—¿Dónde estás?

—En el International Crisis Group, en Avenue Louise —dijo—. ¿Quién eres?

—Sal de ahí lo antes que puedas. Coge el metro de Louise a Arts-loi. Haz el transbordo al metro que lleva a Gare Centrale. Rodea la estación hasta que te hayas quitado las sombras de encima. Retrocede un par de paradas y cambia de metro a Gare du Midi. Estate alerta todo el tiempo, ¿de acuerdo?

Mahmoud se quedó de piedra.

—¿Nos conocemos de Karlsborg o qué? ¿Es por eso por lo que te has puesto en contacto conmigo?

—Vuelve a poner la batería cuando estés en Gare du Midi y llama a este número, te daré nuevas instrucciones.

Mahmoud hizo todo lo que pudo para intentar reconocer la voz. Pero no había por dónde cogerla, nada en qué concentrarse.

—Vale —dijo—. Pero ¿de qué se trata? ¿Qué quieres contarme? ¿Es una broma o qué?

¿De verdad iba a seguir con esto, fuera lo que fuera? ¿Con una información tan inconsistente?

—No es ninguna broma. Sigue mis instrucciones. Necesito tu ayuda. ¿Qué puedes perder?

—Vale —dijo Mahmoud—. Puedo salir de aquí como muy pronto dentro de una hora.

—De acuerdo. Saca la batería y no digas nada de esto. Te lo digo en serio. Es más que probable que te estén siguiendo, y no es ninguna broma.

Con un chasquido la voz desapareció al otro lado. Mahmoud se miró en el espejo que había encima del lavabo. ¿Qué sensación era la que tenía en el pecho? ¿Duda? ¿Nerviosismo?

Expectación, se dijo al final. ¿Qué tenía que perder?