23 de diciembre de 2013

Archipiélago exterior de Sankt Anna, Suecia

George cerró los ojos. Descansó la cabeza en la roca, notó la humedad fría en su mejilla helada. La nieve revoloteando a su alrededor. Todo había sido en balde. Ya era demasiado tarde.

—Dios —susurró—. Perdóname. Perdóname. Perdóname.

Vio el rostro de Klara ante sus ojos. Después el pómulo y la nariz destrozados de Kirsten. ¿Por qué no había hecho algo antes? Por el rabillo del ojo vio que Josh se levantaba y se le acercaba. El rifle al hombro. Josh no cometería el mismo error que Kirsten.

—Así que has conseguido salir de la casa —dijo Josh—. Increíble. No creí que fueras capaz. ¿Qué has hecho con Kirsten?

George guardó silencio. Apenas oía la voz de Josh. Ya no le importaba nada. Nada.

—Da igual —continuó Josh—. Ahora no tenemos tiempo para esto. Adiós, George.

El sonido del disparo. Curiosamente amortiguado por la tormenta. Destripado por el viento. Un relámpago ante los ojos de George. Estaba esperando el dolor. La luz, la calma. A que el mundo dejara de existir.

Pero lo único que oía era la tormenta. Lo único que notaba era la nieve en una mejilla y la humedad de la roca en la otra. Desconcertado, abrió los ojos para mirar a Josh. Pero Josh no estaba ahí.

Lo que se encontró fue un cuerpo inerte sobre la piedra. Algo oscuro parecía brotar de su cabeza y empapar la nieve que tenía debajo. Sangre. La otra persona de negro se había tirado en busca de protección detrás de las rocas donde debían de haber estado escondidos cuando George había subido arrastrándose por el suelo. El hombre se había llevado la mano a la oreja y estaba gritando algo. Quizá tuviera contacto por radio con Reiper.

¿Qué había ocurrido? Alguien había disparado. George parpadeó varias veces, se puso a cuatro patas y rodó a un lado. El mundo recobraba la vida a su alrededor.

El otro hombre estaba de espaldas a George oteando el islote por encima del borde de la roca. George tanteó con la mano en el bolsillo del impermeable. Al final logró sacar la pistola. Tenía la mano tan fría que apenas podía mover los dedos y tuvo que obligarlos a coger el silenciador del arma de Kirsten. Se enganchó al forro del bolsillo y George dio un tirón tan fuerte que lo sacó fuera y lo hizo trizas. Las manos le respondían con torpeza, la pistola cayó al suelo pero consiguió pescarla antes de que resbalara hasta el agua. La sentía grande y pesada en sus manos. Irreal. Todo le parecía inverosímil.

En la oscuridad George solo podía intuir al otro hombre, a pesar de que no estaba a más de diez metros de distancia. ¿Quién era? ¿Chuck? ¿Sean? No eran sus nombres verdaderos. El hombre pareció volver la cabeza, igual de inseguro que George de lo que había pasado. La pistola pesaba una barbaridad en las finas manos de George. Tenía los dedos completamente congelados cuando, tumbado boca abajo, apuntó con ella a la oscura silueta. Apartó todos los pensamientos de culpa, de consecuencia. Se concentró en sobrevivir. Solo eso. Y apretó el gatillo.

Una, dos, tres balas escupió la pistola. Apenas audibles en la tormenta. El hombre soltó un grito, se desplomó detrás de la piedra, detrás del matorral. Palabras que se repartían en letras por el ruido del temporal. Gruñidos y juramentos.

Temblando de frío y por el shock, George subió la roca a rastras, dibujando un gran arco para rodear la piedra donde el hombre había buscado resguardo. En dirección a la cabaña.