23 de diciembre de 2013

Archipiélago exterior de Sankt Anna, Suecia

El mar empeoró cuando George viró alrededor de la isla tras la que se había resguardado. Las olas se hicieron más altas y ganaron fuerza. George aumentó la velocidad y notó cómo el mar levantaba la lancha. El ruido de las hélices girando un momento al aire libre antes de que la embarcación cayera de nuevo en la siguiente ola. La compacta oscuridad.

George tuvo la vertiginosa sensación de que estaba a punto de perder el control. Con una sacudida desesperada de muñeca puso el motor en punto muerto. El agua rebosaba por encima de la proa. El barco se puso de través y se fue al garete arrastrado por el temporal. Aún peor. El pánico estaba al acecho de cada nuevo ataque de las olas. George empujó la palanca del acelerador, esperó a que surtiera efecto y luego giró el timón en la dirección correcta. O lo que él creía que era la dirección correcta. El barco escoró, pero comenzó a avanzar.

Cuando estaba en la cresta de las olas podía distinguir lo que quizá era el islote en el que estaba Klara. Una luz tenue, apenas discernible, un rescoldo de lo que podía ser una ventana de una cabaña pequeña. A cada ola estaba un poco más cerca. En la oscuridad no podía ver ningún detalle. Solo una masa negra en medio de todo lo demás, igual de negro.

Hasta que lo tuvo justo delante. Metió la marcha atrás tirando de la palanca con todas sus fuerzas. Oyó el casco rascando las rocas. Se percató de que el motor no marcaba ninguna diferencia en el mar. Las olas giraron la lancha y comenzaron a empujarla de lado contra las rocas negras.

—¡Mierda! —gritó George.

El barco golpeaba y temblaba contra las rocas. El ruido de las hélices de acero raspando el granito se abrió paso en la tormenta.

—¡Mierda!

Soltó el timón y se echó al suelo. Fue reptando en el agua helada de la cubierta de proa. Con las manos podía notar cómo las rocas iban rascando y ajando el casco de fibra de vidrio. Era mera cuestión de tiempo que la piedra terminara por atravesar el barco. Tumbado bocabajo y aprovechando la poca altura de la borda, George pasó una pierna por encima, metió el pie en una ola espumosa, notó roca resbaladiza bajo la suela del zapato. Un frío inhumano. A su alrededor solo había agua, espuma y oscuridad negras. El barco estaba siendo arrastrado por la marea y George perdió el agarre con el pie antes de que las olas volvieran a escupirlo contra las rocas.

Una vez más logró poner el pie sobre una piedra traicionera, resbaló, perdió el apoyo, pero aun así dejó caer toda la pierna. Aferrándose con las manos a la borda, sacó el otro pie y lo metió en el agua. Notaba cómo las suelas resbalaban inevitablemente en la roca mojada. La corriente atrapó el barco y comenzó a tirar de él. George sacó el resto del cuerpo y se dejó caer en el agua, empujó el barco para quitárselo de encima. Ruido de olas que chocaban a su alrededor, la tormenta silbando y desgañitándose. Su pie derecho tocó fondo en una parte plana. George se tiró de cara hacia la roca y empezó a arañarla en busca de algún sitio donde aferrarse con sus manos heladas. La piedra le cortaba los dedos.

Pataleó con el pie izquierdo hasta que encontró una grieta al nivel de la superficie del agua. Bocabajo, empujó para subir, subir. Las manos buscaban dónde agarrarse. El barco embistió contra la roca a pocos palmos de distancia. Pudo oír el ruido de las piedras cortando el casco y notaba la espuma del agua cubriéndole las piernas cuando por fin logró cogerse bien al islote y sacar todo el cuerpo del agua. El barco acababa de hacer agua y se retorcía en las olas a la espera de terminar de hundirse.

George se quedó tumbado al pie de un enebro azotado por el viento para recuperar el aliento. Seguía con vida. Pero poco más. Alzó la cabeza, hacia la cabaña.

Solo para sentir de nuevo cómo la brizna de esperanza se extinguía en su interior.

Justo delante, en la nieve, había dos hombres en cuclillas vestidos de negro. Ropa oscura, pasamontañas. En sus manos, fusiles automáticos cuyos cañones lo estaba apuntando.

—George —dijo Josh—. Qué mala pinta tienes.