23 de diciembre de 2013

Archipiélago exterior de Sankt Anna, Suecia

Qué es eso? —La voz de Gabriella apenas era audible entre las ráfagas de la tormenta—. ¿Una linterna?

Klara notó que se le tensaba todo el cuerpo. La adrenalina la recorría de pies a cabeza.

—Parece una linterna, ¿no? —insistió Gabriella—. ¿Podría ser Bosse?

Klara se encogió de hombros.

—No iba a volver hasta mañana. Y me extraña que haya cogido el barco con este tiempo —contestó.

—¿Qué hacemos? —dijo Gabriella.

Klara se volvió para mirarla. Vio su propio pánico reflejado en los ojos de Gabriella.

—No lo sé.

Con una mano agarró el cañón de la escopeta mientras con los dedos de la otra le quitaba el seguro. Respiró hondo. Pasó un minuto. Todo eran dedos trémulos y sienes palpitantes. Todo era espera y músculos tensos, preparados para huir.

Después alguien golpeó la puerta con contundencia. Unos golpes rápidos, pesados. En la ventana centelleaba la luz de una linterna. El haz barría el suelo de la cabaña. En algún lugar se oyó una voz que quedó destrozada por la tormenta y que era imposible de entender. Klara se apoyó en la pared y le indicó con un gesto a Gabriella que se agachara a su lado. Su dedo índice temblaba cuando lo deslizó sobre el gatillo hasta rodearlo. Los golpes en la puerta cesaron. Y cuando por un segundo la tormenta cedió, volvieron a oír la voz.