Ámsterdam, Países Bajos
Klara puso tres billetes de cien en la mesita de centro.
—Como quieras —dijo—. Pero dejémonos de hostias, ¿te parece?
Blitzie se hizo con los billetes y se los guardó en el bolsillo del pantalón.
—¿De verdad necesitas dinero? —preguntó Klara—. Quiero decir, si tus padres son unos capitalistas asquerosos.
Sonrió con cuidado y miró a Blitzie, que se limitó a fruncir los labios.
—Quieren que crezca como lo que llaman una niña normal —contestó—. Cuarenta euros a la semana. Como si te volvieras normal por eso.
Regresó a los ordenadores del escritorio y pareció perderse en algún foro de opinión. «Esos ordenadores no se los puede haber comprado con cuarenta euros a la semana», pensó Klara. Quizá había distintos niveles de «normalidad».
—Vale —dijo al final Blitzie—. ¿Me lo enseñas?
Klara sacó el ordenador de la funda y se lo entregó. Blitzie soltó un gruñido mientras sus dedos correteaban por el teclado.
—¿Puedes resolverlo? —preguntó Klara.
Blitzie levantó la cabeza y la miró con sus ojos de fumada.
—Yo lo puedo resolver todo, ¿vale? Solo es cuestión de cuánto tiempo se tarda.
—Y ¿cuánto crees que tardará esto?
Klara estaba impaciente, lista para continuar, seguir adelante. Y no sabía cuánto más podría retener esa masa de estrés y tristeza que se estaba expandiendo bajo la superficie.
—¡Dios! Relájate. Voy a ponerme y ya veremos.
Blitzie se quedó callada y estudió a Klara con una expresión nueva en los ojos.
—Tú te llamas Klara, ¿verdad? ¿Eres esa que están buscando por un asesinato en París o algo así? Te has como fugado.
Era una afirmación, no una pregunta. No cabía duda de que Blitzie era un genio, pero estaba lejos de ser predecible. Klara asintió.
—Puede ser.
—Entonces, ¿has matado a alguien?
Klara sintió una repentina llamarada de cólera emergiendo de la angustia y buscando una salida por todo su cuerpo. ¿Qué coño había hecho para tener que estar aquí sentada con una niñata prodigio malcriada y respondiendo a preguntas sobre cosas que ya le estaba costando horrores mantener en el olvido?
—Yo no he matado a nadie —dijo—. No me están buscando por asesinato, no me jodas. Si de verdad te interesa, a mi exnovio… alguien que no sé quién es le ha pegado un tiro en la cabeza. Yo lo estaba cogiendo de la mano.
Klara ni siquiera se dio cuenta de que había alzado la voz, de que las lágrimas habían comenzado a rodar por sus mejillas.
—Lo estaba cogiendo de la mano cuando le dispararon. Se volvió pesado. Me tiró al suelo. Y lo dejé allí. Completamente solo.
No pudo continuar. La voz se le cortó y Klara apartó la cara. No quería estar allí llorando ni pensar en lo que había pasado. Lo único que quería era conseguir la puta clave de acceso y luego continuar, adelante, lejos. No detenerse nunca.
Blitzie dejó el ordenador en el suelo y se sentó a su lado. Uno de sus angulosos brazos se deslizó por los hombros de Klara. Con la otra mano le acarició la mejilla.
—Lo siento —dijo—. Lo siento. No era mi intención. No soy muy buena con los sentimientos. A lo mejor soy autista o algo.
Klara se enjugó las lágrimas, se mesó el pelo corto con ambas manos. Se volvió para mirar a Blitzie.
—Tú no eres autista —dijo—. Solo adolescente. —Respiró hondo—. ¿Podemos dejar de hablar de mí y centrarnos en el ordenador?
Blitzie apartó el brazo y recogió el MacBook. Luego estuvo removiendo el escritorio hasta que encontró una memoria USB con la que pareció contentarse. La conectó en un puerto y reinició el ordenador. Sus dedos delgados volvieron a revolotear sobre el teclado.
—Así —dijo al final—. Ahora solo hay que esperar. Le estoy pasando un programa que he modificado un poco. Encontraremos la contraseña, pero puede tardar un rato. ¿Quieres una cerveza?
Ya iban por la segunda Heineken y el segundo porro y estaban zapeando entre una maratón de la serie Jersey Shore en MTV —que Blitzie aseguraba odiar, pero aun así insistía en ver— y los canales de noticias. Por lo visto disponía de una infinidad de canales. La mañana fue avanzando lentamente hasta convertirse en mediodía.
Los «cerdos capitalistas» que Blitzie tenía por padres dirigían un fondo de inversiones y eran unos adictos a la información, por lo que tenían todos los canales que uno se podía imaginar. Parecía que el asesinato de Mahmoud había caído de todos los noticiarios europeos. Pero cuando Blitzie bajó a la cocina para coger algo de picar, Klara hizo zapping al registro superior de canales por satélite y, para su asombro, encontró el canal de noticias sueco SVT24. Se sentía perezosa y fofa por la marihuana y la cerveza. Pero, en ese momento, estar narcotizada era infinitamente mejor que estar totalmente despierta.
Estaban pasando una noticia cuando Blitzie entró en la habitación con una bandeja de nachos y salsa.
—… y hoy tenemos con nosotros en el estudio a Eva-Karin Boman, parlamentaria socialdemócrata en la Unión Europea. Bienvenida, Eva-Karin.
Klara se quedó boquiabierta y se incorporó en el sofá de Blitzie. Subió el volumen en el enorme televisor e hizo un esfuerzo para concentrarse. La cámara hizo un zoom a la cara maquillada de Eva-Karin. Se la veía estresada.
—En los últimos días hemos seguido de cerca la situación de un doctorando sueco buscado por la Interpol por terrorismo —empezó el presentador con una mirada seria al objetivo de la cámara—. El viernes pasado fue abatido por unos desconocidos en un tiroteo. Iba acompañado por una mujer sueca, Klara Walldéen, que ahora está siendo buscada por la policía francesa.
El presentador hizo una pausa y la cámara amplió el plano para coger también a Eva-Karin.
—Klara Walldéen ha trabajado contigo durante varios años, Eva-Karin. ¿Por qué crees que se está escondiendo?
Ahora la cámara enfocó la cara de Eva-Karin.
—Pues la verdad, Anders, es que no sé qué decirte. Supongo que la reacción normal cuando te ves metido en algo como lo que le ha pasado a Klara debería ser acudir en persona a la policía. Al no hacerlo, y más aún, al optar por mantenerse en el anonimato, no me parece tan extraño que empiecen a surgir preguntas.
—¿A qué tipo de preguntas te refieres?
—Preguntas relacionadas con su vinculación con terroristas reconocidos, por ejemplo. Naturalmente, jamás he tenido ningún motivo para discutir esto con Klara hasta la fecha. Su papel en mi gabinete ha sido como secretaria…
Klara se levantó del sofá. Estaba temblando de pies a cabeza.
—¡Terroristas reconocidos! ¡Secretaria! —gritó a viva voz—. ¿Qué coño quieres decir?
Por lo visto, el entrevistador se estaba preguntando lo mismo.
—El sueco abatido no era un terrorista reconocido, que sepamos.
—Que sepamos —dijo Eva-Karin—. Ni tampoco sabemos a qué redes ha pertenecido ni qué nexos ha tenido Klara con ellas. Todo lo que puedo decir es que si no tiene nada que ocultar la exhorto a que acuda inmediatamente a las autoridades francesas.
Klara apagó la tele y lanzó el mando contra la pared. Las pilas salieron volando en distintas direcciones por el suelo oscuro. No se había esperado gran cosa de Eva-Karin, pero que contactara de forma activa con los noticiarios para mancillarla resultaba excesivo incluso tratándose de ella.
Blitzie ni se había inmutado con la explosión de Klara y se había sentado delante del ordenador sin que ella se diera cuenta.
—Cabrón —murmuró, mientras sus manos volaban por el teclado—. Vamos a tardar semanas en petar el puto código este.
Klara notó que algo caliente y grande le estaba creciendo en la garganta. Una tensión ardiente en las sienes y detrás de las orejas. Como cuando de pequeña se veía desbordada por una injusticia o una tristeza. Echó la cabeza hacia atrás para atajar el llanto. Tardarían varias semanas en encontrar la clave de acceso. ¿Cómo lograría esconderse durante semanas? Los ojos abiertos de Mahmoud, la sangre, la foto de la familia de Cyril y las sombras se abrían paso en la nevada delante del súper de París. Todo daba vueltas en su retina. La arrollaba como una ola violenta. Ya no podía más, no podía soportar la situación. Sollozó fuerte. Las lágrimas rodaban calientes por sus mejillas.
Pero entonces notó la manita huesuda de Blitzie acariciándole el reverso de la mano. Klara hizo un esfuerzo por levantar la cabeza y mirarla a través de un manto turbio de lágrimas. Vio a Blitzie tan pequeñita. Tan preocupada.
—No llores —dijo—. Por favor. Puede que tenga una idea. Pero es complicada.