Bruselas, Bélgica
Buen trabajo, soldado —dijo Reiper—. ¡Has completado tu misión de forma brillante!
Con un brazo por encima de los hombros de George, Reiper lo llevó al salón inglés del que George había salido apenas doce horas antes.
Soldado. Ese tono de infravaloración. George no era un soldado. Era un general, o por lo menos un asistente, un consejero de generales. Los efectos del consumo de cocaína de la mañana ya habían perecido. De no haber sido por eso, le habría dicho a Reiper lo que pensaba de él y le habría pedido que él y su puto Digital Solutions se fueran al infierno, un sitio que seguro les era familiar. Pero en ese momento solo estaba de bajón. Agotado por la falta de sueño de la noche y el chute de adrenalina de la mañana. Muerto de miedo por Reiper y su pandilla y los contactos y recursos a los que sin duda tenían acceso. Así que no dijo nada, se limitó a asentir en silencio.
—Siéntate, por favor, George —añadió Reiper—. Has tenido una mañana productiva. ¿Café?
George quería estirarse. Frotarse los ojos. Quitarse los zapatos y la americana y acurrucarse en el sofá para dormir. Eso era lo que realmente quería hacer. O mejor aún: ponerse de pie, estrecharle la mano a Reiper y darle las gracias. Meterse en el Audi con Avicii a volumen agradable y volver a su piso iluminado, limpio, ordenado y elegante. Pegarse una ducha para despojarse de los últimos restos y recuerdos de Digital Solutions y luego meterse bajo las sábanas lisas de su cama de Hästen.
—¿Café? Claro —dijo en vez de todo eso.
—Bien —continuó Reiper—. Análisis de la situación. Parece que la tecnología funciona, por lo que podemos ver desde aquí. Excelente. Pero explícame cómo lo has hecho.
—Al principio, nada fuera de lo previsto. Hice lo que Josh me había dicho. Pero Klara llegó antes de lo que esperaba, así que al final fue todo muy ajustado.
Sintió un escalofrío al recordar cómo se había escabullido al despacho de Boman.
—Vale —dijo Reiper.
Frunció la frente. La cicatriz brilló en su mejilla. Los ojos de reptil miraban a George como si fueran ciegos.
—¿Te ha visto?
—No —contestó George—. Me colé en el despacho de Boman. No hay ninguna posibilidad de que me haya visto. Estaba hablando por teléfono y yo salí sin que se diera cuenta. Estoy seguro.
Le parecía importante, decisivo, explicarle a Reiper que no había sido descubierto, que había completado la misión sin ningún fallo. No quería ni pensar en el castigo que podía conllevar el fracaso. Reiper no dijo nada, parecía sopesar lo que George le había dicho. Este sorbió el café instantáneo. Estaba asqueroso. Al mismo tiempo que dejaba la taza en la mesita de centro se abrió la puerta del salón. Una chica guapa de la edad de George, pelo rubio recogido en una coleta, asomó la cabeza. Reiper se volvió hacia ella.
—Kirsten —dijo—. ¿Alguna novedad?
—Creo que tenemos contacto —respondió la chica.
—¿Mail? —preguntó Reiper.
—Teléfono. Creemos que es Shammosh, pero solo oímos a Klara. Está hablando con él en este momento.
Reiper se volvió hacia George.
—Date prisa, te necesitamos otra vez.
Reiper comenzó a caminar en dirección a la puerta mientras agitaba impaciente la mano para que George lo siguiera. Salieron al pasillo y continuaron hasta una salita más pequeña junto a lo que debía de ser la cocina. A lo mejor era una antigua vivienda de servicio, porque no era más grande que un vestidor generoso. Al fondo de la habitación, bajo una ventanita que daba al jardín, había una mesa con dos ordenadores de mesa y un portátil. Josh estaba sentado en una silla con unos auriculares puestos. Le hizo un gesto a George invitándolo a sentarse y le pasó otros auriculares. En una de las pantallas se estaba visualizando un archivo de sonido.
—Sáltate los detalles —dijo Josh—. Concéntrate en dónde está Shammosh y dónde se van a ver. Del resto nos ocupamos después.
George asintió con la cabeza.
Treinta segundos más tarde oyó el chasquido de cuando Klara colgó el teléfono. Se quitó uno de los auriculares y se volvió hacia Reiper.
—A ver, solo la oigo a ella, no al otro. Pero es ese tal Shammosh, eso está claro. Y ella queda con él —dijo.
Un par de minutos más tarde George se quitó los auriculares y se rascó el pelo. Era la tercera vez que escuchaba la conversación entre Klara y Mahmoud.
—No, aquí no hay nada. Ella pregunta dónde se van a encontrar y él contesta. Ella no repite el sitio. Solo la oigo a ella. A él no.
Josh asintió en silencio. Estaban solos en la habitación. Reiper y la chica habían desaparecido por la puerta en cuanto George les había hecho la primera traducción de la conversación.
—Puedes acostarte un rato si quieres —dijo Josh—. Reiper ya te hará saber cuándo te necesita otra vez.
—¿Te refieres a que me puedo ir a casa? —preguntó George.
Notó que le volvía la esperanza. Si tan solo pudiera volver a su piso. Ducharse. Dormir. Quizá cuando se despertara, toda esta locura habría desaparecido.
—No te pases, no te irás a ninguna parte. Puedes echarte en el sofá del salón.
Josh volvió a clavar la mirada en las pantallas y negó ligeramente con la cabeza.