Con fecha miércoles 19 de abril de 2000, cerca de la medianoche, en circunstancias en que realizaba su ronda de vigilancia nocturna por el pabellón E para terroristas del penal de máxima seguridad de Huamanga, el efectivo policial Wilder Orozco Pariona verificó la ausencia del recluso Hernán Durango González, alias camarada Alonso, en su respectiva celda. Alertados los respectivos guardias del penal, el coronel Olazábal convocó a los reclusos a formar fila en el patio del referido pabellón, donde prácticamente se ratificó la tesis del efectivo Orozco en el sentido de que el sindicado por terrorismo había procedido a fugarse de la prisión en horas de la noche.

La guarnición policial del penal, que asegura que la fuga carecía de viabilidad y que no ha encontrado los túneles o medios practicados para el escape del recluso, procedió de inmediato a peinar el área circundante del penal en busca de alguna pista sobre el paradero desconocido del respectivo recluso, prácticamente sin resultados durante las primeras horas de búsqueda.

Aproximadamente en horas de la madrugada del jueves 20, en circunstancias en que una patrulla policial retornaba al penal de máxima seguridad tras el operativo de búsqueda en que no habían capturado al prófugo, las autoridades comisionadas a tal efecto declaran haber vislumbrado una fogata en uno de los cerros adyacentes al perímetro del penal, en la ladera que daba la espalda al inmueble penitenciario, de modo que el fuego no era visible prácticamente desde la prisión. Considerando que la presencia de fuego era poco usual en las proximidades del penal, la patrulla resolvió acercarse con fines de investigación y también de prevención de potenciales siniestros forestales.

Llegados a las faldas del citado cerro, los efectivos policiales manifiestan haberse sorprendido por lo que aparentaba ser una figura humana de considerables proporciones al pie de la fogata. Sin embargo, pese a los reiterados llamados de la patrulla, la supuesta persona no volteó ni dio señales de responder a sus llamados, pareciendo más bien estar detenida y pensativa. Como quiera que la oscuridad no permitía distinguir los rasgos ni la filiación política o delincuencial de la susodicha persona, los miembros de la Benemérita Policía Nacional declaran haber desenfundado sus respectivas armas para proceder a aproximarse en dirección a la persona, que no manifestó ademán de tratar de huir ni sorprenderse por su aparición.

Llegados al pie de la fogata, en circunstancias en que solicitaban a la persona que se pusiese de pie con las manos en la nuca como corresponde al trámite de cacheo de sospechosos por razones de seguridad, los agentes declaran haber descubierto que el objeto en cuestión que habían confundido con una persona carecía de señas de vida, identificándose más bien con un cadáver, cuyas considerables proporciones parecen haberse debido a que estaba apoyado en disposición cruciforme sobre un árbol de dos metros y medio de altura, a cuyas ramas sus extremidades superiores habían sido clavadas por las muñecas.

Asimismo, una de sus extremidades inferiores había sido adjuntada a la parte inferior del tronco con el mismo método, verificándose que la otra no se hallaba en las mismas condiciones por el hecho de ni encontrarse en absoluto en el cuerpo, del que había sido prácticamente arrancada. El occiso presentaba, para más señas, una corona ceñida a su frente consistente en un metro y medio aproximadamente de alambre de púas, enrollado en torno a la cabeza y apretado sobre ella en circunstancias en que atravesaba la piel de todo el perímetro craneal. Un corte en su costado izquierdo, a la altura del corazón, aún sangraba.

Los agentes que efectuaron el hallazgo han requerido cuidados psicológicos con posterioridad a su actuación. No obstante, a primera hora de la mañana, otros efectivos policiales como Wilder Orozco Pariona y el propio coronel Olazábal han reconocido al fenecido como el prófugo Hernán Durango González, alias camarada Alonso, y lamentado el desenlace de su infortunada fuga.