De pie junto al teléfono, Tietjens había comprendido enseguida que al otro lado de la línea había una madre que rogaba con infinita diplomacia por su hija. De eso no había duda. ¿Cómo iba a seguir… albergando intenciones acerca de la hija de esa voz…? Pero las tenía. No podía. Pero lo hacía. No podía. Pero lo hacía… Se puede apartar con ruegos a la Naturaleza… tamen usque recur… [203] Antes de medianoche, la tendría entre sus brazos. El corte de pelo le alargaba la cara. Estaba mucho más atractiva. Menos directa, más refinada. ¡Melancólica! ¡Anhelante! Le daban ganas de consolarla.
No podía responderle a la madre en tono sentimental. Quería a Valentine Wannop lo bastante para llevársela consigo. Ésa era la abrumadora respuesta a las sofisticaciones de la señora Wannop, tan propias de una escritora avanzada de una generación pasada. Lo era entonces, y todavía más hoy, ahora, cuando se podía estar de pie. ¡Aun así, no podía abrumar a una dama anciana, distinguida e inexacta! Eso no se hace.
Se refugió en la enumeración de los hechos. La señora Wannop cedió un poco y preguntó:
—¿No hay ninguna salida legal? La señorita Wanostrocht me ha contado que tu mujer…
Tietjens respondió:
—No puedo divorciarme de mi mujer. Es la madre de mi hijo. No puedo vivir con ella, pero tampoco puedo divorciarme.
La señora Wannop volvió a tomárselo como un agravio y retomó su argumentación. Dijo que conocía las circunstancias y que si su conciencia…, etcétera, etcétera. Creía, no obstante, que las cosas debían arreglarse del modo más discreto posible. Él siguió mirando al suelo y escuchando de manera mecánica. Leyó que nuestra cliente, la señora Tietjens de Groby en Cleveland nos ha pedido que le informemos de que, después de lo sucedido en el campamento base en Francia, considera inútil que usted y ella lleven una vida común en el futuro… Ya había considerado los hechos muchas veces. El tiempo que había estado de permiso, Campion se había instalado en Groby. No creía que Sylvia se hubiese convertido en su amante. Era extremadamente improbable. ¡Impensable! Había ido a Groby con el beneplácito de Tietjens para sondear sus perspectivas como candidato por aquella circunscripción. Es decir, diez meses antes, Tietjens le había dicho al general que podía instalarse en Groby como había hecho tantos años. Pero en la trinchera de comunicaciones no le había contado que hubiera estado en Groby. Había dicho específicamente «Londres».
Eso podía ser la conciencia culpable del adúltero, aunque era mucho más probable que no quisiera que Tietjens supiese que había estado bajo la influencia de Sylvia. Había arremetido contra Tietjens de un modo nada razonable para un comandante en jefe que estuviese dirigiéndose al jefe de un batallón. Por supuesto, también era posible que le hubiera irritado estar en las trincheras y tener que esperar en un área que debió de parecerle que estaba siendo bombardeada de verdad. Tal vez hubiese estallado para aliviar su nerviosismo. Pero era más probable que Sylvia le hubiera calentado la cabeza hasta hacerle pensar que Tietjens era tan malvado que no debería permitírsele mancillar la superficie de la tierra. Y menos una trinchera bajo el mando del general Campion.
Después Campion había retirado cortésmente sus palabras…, con una especie de desaprobación distante y altanera. Incluso había dicho que Tietjens se había hecho merecedor de una medalla, pero que sólo podía conceder un número limitado de condecoraciones e imaginaba que Tietjens preferiría que se le concediese a alguien a quien le fuera a ser de más provecho. Además, no quería recomendar para una medalla a alguien tan próximo a él. Lo dijo en presencia de varios miembros de su Estado Mayor… Levin y otros. Y luego añadió pomposamente que iba a destinar a Tietjens en un trabajo muy delicado y de mucha responsabilidad. El gobierno de Su Majestad le había pedido que pusiera a todos los prisioneros enemigos entre el cuartel general y el mar a cargo de un oficial de lealtad probada y elevada posición social en vista de las quejas del enemigo en La Haya sobre el supuesto maltrato a los prisioneros. Así que Tietjens había perdido toda oportunidad de distinguirse, de cobrar la paga de jefe del batallón, de mostrarse alegre e incluso ecuánime. Y a toda prueba tangible de que había salvado dos vidas bajo el fuego, si es que aquel torpe baño en el barro podía llamarse salvar vidas bajo el fuego. Sylvia podría seguir calumniándole hasta el día del Juicio sin que él pudiera alegar nada, salvo el hecho ignominioso de haber sido carcelero. ¡Muy inteligente el viejo general! ¡Su admirable padrino!
A Tietjens le sorprendió oírse decir que si hubiese tenido alguna prueba de que Campion había cometido adulterio con Sylvia lo habría matado. ¡Le habría retado a duelo y lo habría matado…! Eso, por supuesto, era absurdo. Uno no mata a un general comandante en jefe de un ejército. Y menos si es buen general. Su forma de reorganizar el ejército había sido eficiente y marcial, y su manera de asumir el mando en los combates subsiguientes impecable y admirable. De hecho, había sido la apoteosis del militar de carrera. Eso ya había sido beneficioso para el país. También había contribuido, mediante su acción política, a imponerle al gobierno el mando único. Cuando fue a Groby había hecho saber a todo el mundo que estaba dispuesto a luchar por el mando único en nombre de la circunscripción de Cleveland… durante su ausencia en Francia. ¡Sylvia, sin duda, haría campaña por él!
Eso, y la llegada de grandes contingentes de tropas americanas, había hecho que Downing Street diera su brazo a torcer. Se hizo impensable evacuar el frente occidental. Aquellos canallas de los pasillos se habían quedado sin argumentos. Campion era bueno —¡impecable!— en su oficio. Era digno de su país. Pero si Tietjens hubiese tenido pruebas de que había cometido adulterio con su mujer, le habría desafiado. Del modo apropiado. Según la tradición dieciochesca de los soldados. El viejo no habría podido negarse. También era de costumbres dieciochescas.
La señora Wannop le estaba informando de que se había enterado por una tal señorita Wanostrocht de que Valentine había ido a verle. Al principio, había estado de acuerdo en que era apropiado que Valentine le cuidase si estaba loco y desvalido. Pero la tal señorita Wanostrocht le había asegurado que había oído decir a lady Macmaster que Tietjens y su hija tenían una liaison desde hacía años. Y…, la voz de la señora Wannop dudó… Al parecer, Valentine le había anunciado a la señorita Wanostrocht su intención de irse a vivir con Tietjens. «Maritalmente», así lo había expresado la señorita Wanostrocht.
Fue lo último que entendió de lo que le decía la señora Wannop. La gente hablaría. Sobre él. Era su destino. Y el de ella. Sus identidades le interesaban a la señora Wannop, como novelista. Los novelistas viven del cotilleo. Pero a él le era indiferente.
La palabra «¡maritalmente!» brotó del teléfono como una luz azul. La chica de la cara refinada, con el pelo corto que destacaba su refinamiento… ¡Esa chica suspiraba por él tanto como él por ella! La espera había refinado su rostro. Debía consolarla…
Era consciente de que, desde hacía un buen rato, se oía el murmullo continuo de una voz en el piso de abajo. Siempre la misma voz. ¿A quién habría encontrado Valentine para hablar o escuchar tanto tiempo? El bueno de Macmaster fue el único que se le ocurrió. Macmaster no le haría daño. Sintió que su ser estaba unido al de ella por una especie de corriente. Siempre había sentido que su ser estaba unido al de ella por una corriente. ¡Así que aquél era el día!
¡La guerra lo había convertido en un hombre! Lo había curtido y endurecido. No había otra manera de verlo. Le había hecho llegar a un punto en que no estaba dispuesto a soportar nada insoportable. ¡Al menos de sus iguales! A Campion lo consideraba su igual, y a muy pocos más, claro. Y estaba dispuesto a tomar lo que quisiera… Sólo Dios sabía lo que había sido antes. ¿Un hijo menor? ¿Un eterno segundo al mando? Quién sabía. Pero hoy el mundo había cambiado. El feudalismo había concluido, sus últimos vestigios habían desaparecido. No había sitio para él. Iba a hacerse un sitio a toda costa… Ahora se podía estar de pie en lo alto de una colina, ¡por lo que ella y él podrían meterse en algún agujero!
Dijo:
—¡Oh!, no estoy desvalido, aunque esta mañana estaba sin un penique. Así que salí corriendo a venderle un bargueño a sir John Robertson. El hombre me había ofrecido ciento cuarenta libras por él antes de la guerra. Hoy sólo me ha pagado cuarenta…, por mi carácter inmoral. —Sylvia tenía totalmente dominado al viejo coleccionista. Prosiguió—: El armisticio ha llegado demasiado pronto. Estaba decidido a pasarlo con Valentine. Contaba con recibir un cheque mañana. Por unos libros que he vendido. Y sir John se iba al campo. Yo me había puesto un viejo traje de paisano y no tenía sombrero de civil. —Se oyó una reverberación que llegaba desde la puerta principal. Dijo en tono serio—: Señora Wannop… Si Valentine y yo podemos…, pero ¡un día es un día…! Si no podemos encontrar un agujero donde meternos… He oído hablar de una tienda de antigüedades cerca de Bath. A los vendedores de muebles antiguos no se les exige que lleven una vida regular. ¡Seríamos muy felices! También me han recomendado que solicite un viceconsulado. Creo que en Toulon. Soy muy capaz de trabajar.
Todos los departamentos gubernamentales, abarrotados por supuesto de no combatientes, estaban deseando trasladar a los que habían servido en el ejército a cualquier otro departamento. El Departamento de Estadística lo trasladaría…
Abajo se oyeron muchas voces. No podía dejar a Valentine sola entre tantas voces. Dijo:
—¡Tengo que irme! —La voz de la señora Wannop respondió:
—Sí, vete. Estoy muy cansada.
Bajó despacio por las escaleras con aire despistado. Sonrió. Exclamó:
—Subid, muchachos. ¡Tengo un poco de aguardiente para vosotros! —Tenía un aspecto regio. Una especie de omnipotencia. Esquivaron a Valentine y fueron hacia las escaleras. Todos corrieron arriba, incluso el hombre del bastón. El manco le estrechó la mano con la mano izquierda al pasar. Estaban entusiasmados… Los días de fiesta los oficiales de Su Majestad pueden vociferar y correr entusiasmados escaleras arriba cuando se alude al whisky. ¡Y con más razón en un día como hoy! Se quedaron solos en el vestíbulo, los dos a la misma altura. Él la miró a los ojos. Sonrió. Nunca le había sonreído antes. Siempre habían sido tan serios. Dijo—: ¡Habrá que celebrarlo! Pero no estoy loco. ¡Ni desvalido! —Se había ido corriendo para conseguir dinero para celebrarlo. Tenía pensado pasar a recogerla. Y celebrar el día juntos.
Ella quiso decirle: «Estoy a tus pies. ¡Me abrazo a tus rodillas!». Pero le dijo:
—¡Supongo que es apropiado que celebremos el día juntos!
Su madre los había unido. Pues se miraron un buen rato. ¿Qué le había pasado a sus ojos? Era como si los hubiesen empapado de un fluido calmante: ahora podían mirarse. Se acabó el que uno mirase y el otro apartase la mirada por turnos. Su madre había hablado por ellos. ¡Tal vez ellos no lo hubiesen hecho nunca! Mientras hablaba se habían convencido de que su unión duraba ya muchos años… Era cálido, sus corazones latían despacio. Ya habían vivido juntos muchos años. Estaban tranquilos en una cueva. El rojo pompeya los rodeaba, las escaleras susurraban. Ahora estarían solos. ¡Para siempre!
Sabía que él quería decirle: «¡Te tengo entre mis brazos. Mis labios se han posado sobre tu frente. Tus pechos se aplastan contra el mío!».
Preguntó:
—¿A quién tienes en el comedor? ¡Eso antes era el comedor!
La invadió un profundo temor. Dijo:
—A un hombre llamado McKechnie. ¡No vayas!
Él fue hacia el peligro, con aire despistado. Tendría que haberle tirado de la manga, pero la mujer del César debe ser tan valiente como él. No obstante, se le adelantó. En otra ocasión, él se le había adelantado a ella en el torniquete de una cerca. En una de esas puertas que, en Kent, los enamorados aprovechan para besarse. Dijo:
—¡El capitán Tietjens está aquí! —No sabía si era capitán o mayor. Unos lo llamaban de un modo y otros de otro.
McKechnie parecía quejoso, pero no homicida. Gruñó:
—¡Ese cerdo inmundo de mi tío, que es tan amigo suyo, ha hecho que me expulsen del ejército!
Tietjens dijo:
—¡Déjese de historias! Sabe perfectamente que le han desmovilizado y que van a enviarlo a trabajar para el gobierno en Asia Menor. ¡Venga a celebrar el día con nosotros! —McKechnie tenía un sobre sucio en la mano. Tietjens dijo—: Ah, sí. El soneto. Puede usted traducirlo bajo la supervisión de Valentine. ¡Es la mejor latinista de Inglaterra! —Añadió—: Capitán McKechnie: ¡la señorita Wannop!
McKechnie le dio la mano.
—No es justo —gruñó—. Si es tan buena latinista…
—¡Tendrá que afeitarse antes de venir con nosotros! —dijo Tietjens.
Los tres subieron juntos las escaleras, pero ellos estaban solos. Estaban en su viaje de luna de miel… ¡La partida de la novia…! No debería pensar en eso. Tal vez fuese una blasfemia. ¡Una se va en un cupé reluciente con lacayos con tricornio!
Había reorganizado la habitación. La había reorganizado por completo. Se había llevado el cubo y el lavabo de lona verde; la cama de campaña —había tres oficiales sentados en ella— estaba ahora contra la pared. Esa delicadeza era típica de él. No quería que aquella gente pensara que dormía allí con él… ¿Por qué no? Aranjuez y la chica de aspecto hostil estaban sentados en unos cojines de lona verde sobre el estrado. Las botellas se apiñaban contra otras en la mesa de lona verde. Todos tenían vasos en la mano. En total había cinco oficiales de Su Majestad. ¿De dónde habían salido? También había tres sillas de caoba con asientos tapizados de tela verde. Asientos muy gruesos. Había unos vasos en la repisa de la chimenea. La chica delgada y hostil sostenía de forma muy peculiar un vaso de color rojo oscuro.
Todos se pusieron en pie y exclamaron: «¡McKechnie! ¡El bueno de McKechnie! ¡Hurra, McKechnie! ¡McKechnie!», abriendo mucho la boca y gritando con todas sus fuerzas. Era evidente.
Ella sintió un leve pinchazo de celos.
McKechnie apartó la cara. Dijo:
—¡Los compadres! ¡Los viejos compadres! —Tenía lágrimas en los ojos.
Un oficial vociferante saltó de la cama de campaña —¡su lecho nupcial!—. ¿Le gustaba ver a tres oficiales sentados en su lecho nupcial? ¡Menuda Alceste! ¡Dio un sorbo de dulce oporto! ¡Se lo había dado el mayor amable, moreno y manco! El oficial vociferante le dio una violenta palmada a Tietjens en la espalda. Gritó:
—Me he buscado una chica… ¡Es un bombón, señor!
Sus celos se calmaron. Tenía los párpados fríos. Hacía un instante estaban húmedos, ¡y la humedad se había enfriado! ¡Era la sal, claro…! ¡Ella formaba parte de aquella unidad! Estaba unida a él… en las raciones y la disciplina. Así que estaba unida a ella. ¡Oh, qué día tan dichoso…! Había una canción con esa letra. Nunca había imaginado verlo. No había imaginado…
El pequeño Aranjuez se le acercó. Sus ojos eran suaves, igual que los de un ciervo, su voz y sus manos acariciadoras… No, ¡sólo tenía un ojo! ¡Qué terrible! Dijo:
—Es usted la amiga del mayor… ¡Compuso un soneto en dos minutos y medio! —Quería decir que Tietjens le había salvado la vida.
Ella respondió:
—¡Es increíble! ¿Y por qué?
Él exclamó:
—¡Todo se le da bien! ¡Todo…! Debería haber sido…
Un oficial de aspecto elegante con monóculo entró en la habitación… Claro, habían dejado abierta la puerta principal. Dijo en tono exquisito:
—¡Vaya, mayor! ¡Hola, Monty…! ¡Y los compadres! —Fue hacia la repisa de la chimenea a coger un vaso. Todos gritaron:
—¡Hola, pies de pato!… ¡Hola, cara de duro!
Él cogió el vaso con delicadeza y brindó:
—Por la esperanza… ¡Y la sala de oficiales!
Aranjuez dijo:
—Nuestro único VC… —Ella volvió a sentir una punzada de celos. Luego Aranjuez añadió—: Digo… que él… —¡Buen chico! ¡Muy buen chico! ¡Y su hermano…! ¿Dónde estaba su hermano? ¡Tal vez no volvieran a llevarse bien! El mundo rugía a su alrededor. ¡Ellos también hacían lo que podían por armar un poco de ruido allí, la marea inundaba el silencio! La chica delgada vestida de negro los miraba sentada desde el estrado. Tenía la falda recogida. Aranjuez levantó las manos como si fuese a ponerlas sobre sus pechos. ¿En un gesto de súplica…? Rogándole que olvidara su horrible órbita vacía. Dijo—: ¿No es maravilloso…? ¿No es maravilloso que Nancy se casara conmigo…? Nos llevaremos tan bien…
La chica delgada la miró. Pareció recogerse aún más la falda, aunque no se movió… Era porque Valentine era la amante de Tietjens… En la National Gallery hay un cuadro titulado La amante de Ticiano… Tal vez todos pensaran que… La chica le sonrió con una sonrisa forzada. El día del armisticio… Valentine era inaceptable, salvo los días de fiesta y de júbilo nacional…
Sintió… cierta desnudez a su izquierda. Sin duda, Tietjens se había ido. Había llevado a McKechnie a afeitarse. El hombre del monóculo miró a su alrededor con aire crítico. Se fijó en ella y se le acercó. Se plantó delante con las piernas separadas y dijo:
—¡Eh, hola! No esperaba verla aquí. Nos conocimos en casa de los Prinsep. Era usted simpatizante de los alemanes, ¿no? —Luego añadió—: ¿Qué, tal Aranjuez? ¿Mejor?
Era como una ballena hablándole a un camarón, ¡pero aún más como un tío hablando con su sobrino favorito! Aranjuez se ruborizó de satisfacción. Se cohibía en presencia de una eminencia imponente. Y para él ella también lo era. ¡La mujer de su… héroe!
El VC tenía ganas de hablar de política. Siempre las tenía. Lo había visto dos veces en las veladas de unos amigos llamados Prinsep. No lo había reconocido por el monóculo, debía habérselo puesto junto con la condecoración. Te dejaba sin aliento: como una gota de sangre iluminada por la luz.
Dijo:
—¡Dicen que es usted la anfitriona en nombre de Tietjens! ¿Quién iba a decirlo? Usted es pro alemana…, y él un tory convencido. El señor de Groby…, ¿no es así? —Añadió—: ¿Conoce usted Groby? —Bizqueó y recorrió la habitación con el monóculo—. Esto parece un comedor de oficiales… Sólo falta la Vie Parisienne y el Pink Un… Supongo que se habrá llevado sus cosas a Groby. Ahora se irá a vivir a Groby. ¡La guerra ha terminado! —Dijo—: Pero usted y un viejo tory como Tietjens en la misma habitación… Por Dios, la guerra ha terminado… El león tumbado con el cordero no es… —Exclamó—: ¡Oh, diantres! ¡Diantres, diantres, diantres…! No quería decir… No llore usted, mi querida señorita Wannop. Siempre he tenido la mejor opinión de usted. No irá a pensar que…
Ella respondió:
—En realidad estoy llorando por Groby… De todos modos es un día para llorar… ¡Es usted buena persona!
Él exclamó:
—¡Gracias, gracias! ¡Beba un poco más de oporto! El viejo Tietjens sí que es un buen tipo. ¡Muy buen oficial! —Añadió—: ¡Tiene que beber mucho más oporto!
De todos los tipos que, durante años, se habían indignado con ella por oponerse a que no se pudiese estar de pie, él había sido el más estúpido, siempre atónito, ultrajado y mascullando: «¿Y qué hay de la patria y el rey?». ¡Y ahora le parecía cariñoso como un hermano!
Todos estaban gritando:
¡El viejo Tietjens! ¡Él sí que era buen tipo! ¡Whisky de antes de la guerra! ¡Sólo él podría haberlo conseguido! No había nadie como el bueno de Tietjens. Estaba en la puerta, relajado, benévolo. De uniforme. Así era mejor. Un oficial, aullando como un piel roja enfurecido, le propinó una fuerte palmada en la espalda. Avanzó sonriente y tambaleante hasta el centro de la habitación. Un oficial la empujó amablemente hacia él. Estaban juntos. Rodeados de un círculo de caqui. Unos se pusieron a gritar y a dar brincos cogiéndose de la mano. Otros alzaban las botellas y rompían los vasos en el suelo. Los gitanos rompen los vasos en las bodas. La cama estaba contra la pared. Ella no quería que estuviese contra la pared. La habían rozado los…
Empezaron a dar vueltas a su alrededor y a gritar a una voz:
¡Aquí! Pum. Pum. ¡Aquí! ¡Pum. Pum!
Eso es, eso es, aquí…
¡Al menos no estaban allí! Sino haciendo cabriolas. El mundo entero gritaba y hacía cabriolas. Eran el centro de otros círculos inconcebiblemente ruidosos. El hombre del monóculo se había puesto media corona en el otro ojo. Tenía buena intención. Un hermano. Un hermano con la VC. Todo quedaba en la familia.
Tietjens estaba alargando los brazos. Era incomprensible. Le puso en la cintura la mano derecha y la izquierda en su derecha. Estaba asustada. Asombrada. ¡Cómo iba a…! Se estaba balanceando lentamente. ¡El elefante! ¡Estaban bailando! Aranjuez se agarró de la chica alta como un muchacho a un poste telegráfico. El oficial que había dicho que se había buscado un bombón…, ¡bueno, lo había hecho! Lo había llevado consigo. Llevaba guantes blancos de algodón y un sombrero con flores. Decía: «¡Oh, vamos…!». Había uno que tenía una voz preciosa. Era mejor que un gramófono. Mejor…
Les petites marionettes, font! font! font…
En un elefante. Un elefante como un saco de harina. Se iba en un…