Es hora de que le dedique este libro a quienes, además de mi ángel Tomás y de Nuestro Señor, hicieron posible el milagro de que yo fuese escritora: mis lectoras. Entonces, a mis queridas lectoras; a las que me escriben a mi casilla de e-mail y a las que no se animan; a las que me tratan con confianza y a las que lo hacen con timidez; a las que creen que soy yo la que contesta los mensajes y a las que no lo creen; a las que me cuentan sus historias personales y a las que sólo escriben para saludarme; a las que se escandalizan con mis escenas eróticas y a las que nunca les parecen suficientes; a las que tienen quince años y a las que tienen noventa y cinco; a las que sus esposos las incentivan para que me lean, vaya a saber por qué, y a las que sus esposos les recriminan que, por leer mis libros, se pasan tres días pidiendo comida a domicilio; a las que recomiendan y regalan mis novelas; a las que me preguntan para cuándo la próxima cuando acabo de publicar la última; a las que viajan kilómetros para acompañarme en una presentación (esto es algo que siempre me emociona y sorprende) y a las que hacen horas de cola para saludarme y pedirme que les dedique mis libros; a las que buscan los rostros de mis personajes para hacer las películas porque, al igual que yo, sueñan con ver mis historias en la pantalla chica o en la grande, no importa cuál. A todas y cada una de ellas, cualquiera que sea su naturaleza y disposición. Ellas siempre me alientan a seguir escribiendo.
A la memoria de Félix della Paolera, con admiración y respeto.
Era un maestro genial.
Y, por supuesto, te dedico este libro a vos también, Tomás, tesoro mío…