El instituto

Este curso apenas he visto a Via, y cuando me cruzaba con ella, la situación era muy incómoda. Era como si me estuviese juzgando. Sabía que no le gustaba mi nuevo aspecto. Sabía que no le gustaba mi grupo de amigos. A mí tampoco me gustaban los suyos. No llegamos a discutir; simplemente nos fuimos alejando. Con Eva hablábamos mal de Via: que si es una mojigata, que si esto, que si lo otro. Sabíamos que estábamos siendo crueles, pero era más fácil olvidarla convenciéndonos de que era ella la que nos había hecho algo malo. La verdad es que Via no había cambiado en absoluto: éramos nosotras las que habíamos cambiado. Nosotras nos habíamos convertido en otras personas, mientras que ella seguía siendo la misma de siempre. Eso me molestaba muchísimo y no sabía por qué.

De vez en cuando miraba para ver dónde se sentaba en el comedor, o comprobaba la lista de optativas para ver en cuáles se había matriculado. Pero, menos unos cuantos saludos con la cabeza en los pasillos y algún «hola» ocasional, no volvimos a hablar.

Me fijé en Justin a mitad de curso, más o menos. Antes no me había fijado en él; bueno, sabía que era un tío flacucho y guapito con gafas de culo de vaso y el pelo largo que iba a todas partes con su violín. Un buen día lo vi a las puertas del instituto con el brazo por encima de los hombros de Via. «¡Vaya, Via tiene novio!», le dije a Eva, burlándome un poco. No sé por qué me extrañó que tuviese novio. De las tres, era la más guapa: tenía los ojos azules y el pelo largo y ondulado. Pero parecía que no le interesaban los chicos. Se comportaba como si fuese demasiado lista para esas cosas.

Yo también tenía novio: un tío llamado Zack. Cuando le dije que iba a matricularme en la optativa de teatro, negó con la cabeza y me dijo: «Ten cuidado, no vayas a convertirte en una flipada del teatro». No es el tío más comprensivo del mundo, pero es muy guapo. Y es de los más populares del instituto. Es una estrella de las competiciones deportivas.

Al principio no tenía pensado elegir teatro. Entonces vi el nombre de Via en la hoja de solicitud y escribí mi nombre en la lista. Ni siquiera sé por qué. Logramos evitarnos durante casi todo el semestre, como si no nos conociéramos. Un día llegué a clase de teatro antes de tiempo y Davenport me pidió que hiciese más copias de la obra que tenía pensado que representásemos para la función de primavera: El hombre elefante. Había oído hablar de ella, pero no sabía de qué iba, así que me puse a hojearla mientras esperaba a que se quedase libre la fotocopiadora. Trataba de un hombre que vivió hace más de cien años llamado John Merrick, alguien terriblemente deforme.

—No podemos representar esta obra, señor D —le dije nada más volver a clase. Y le expliqué por qué—: Mi hermano pequeño tiene un defecto de nacimiento y tiene la cara deformada, así que esta obra me afectaría demasiado.

Pareció molesto y poco comprensivo, pero le dije que mis padres tendrían un buen problema con el instituto por aquella obra. Al final acabó cambiándola por Nuestra ciudad.

Creo que me presenté al papel de Emily Gibbs porque sabía que Via también iría a por él. Lo que no se me pasó por la cabeza fue que el papel sería mío.