La obra fue increíble. No quiero contar el final, pero es la clase de final que hace que a las personas del público se les queden los ojos llorosos. Mamá perdió los papeles cuando Via, que interpretaba a Emily, dijo:
—¡Adiós, adiós, mundo! Adiós, Grover’s Corners… Mamá y papá. Adiós a los relojes que hacen tictac y a los girasoles de mamá. Y a la comida y el café. Y a los vestidos recién planchados y a los baños calientes… y a dormir y despertarme. ¡Ay, Tierra, eres demasiado maravillosa para que nadie te comprenda!
Via estaba llorando de verdad mientras lo decía. Lágrimas de verdad. Veía cómo le caían por las mejillas. Fue increíble.
Cuando bajó el telón, todo el público comenzó a aplaudir. Luego los actores fueron saliendo uno por uno. Via y Justin fueron los últimos en salir y, cuando aparecieron, todo el público se puso en pie.
—¡Bravo! —gritó papá usando sus manos como altavoz.
—¿Por qué se han levantado todos? —pregunté.
—Todos se han puesto en pie para aplaudir —dijo mamá levantándose.
Yo también me levanté y aplaudí, y seguí aplaudiendo hasta que me dolieron las manos. Por un segundo imaginé lo que molaría ser Via y Justin en ese momento, con toda aquella gente en pie ovacionándolos. Debería haber una norma que dijese que todo el mundo debería recibir una ovación del público puesto en pie al menos una vez en su vida.
Al final, después de no sé cuántos minutos, la fila de actores dio un paso atrás y el telón bajó delante de sus narices. Pararon los aplausos, subió la intensidad de las luces y el público empezó a levantarse para marcharse.
Mamá, papá y yo intentamos avanzar hasta la parte de atrás del escenario. Había un montón de gente felicitando a los intérpretes, rodeándolos, dándoles palmaditas en la espalda. Vimos a Via y a Justin en medio del gentío, sonriendo a todo el mundo, riéndose y hablando.
—¡Via! —gritó papá, saludándola con la mano mientras se abría paso a través de la gente. Cuando estuvo lo bastante cerca, la abrazó y la levantó un poco del suelo—. ¡Has estado increíble, cielo!
—¡Ay, Dios mío, Via! —exclamó mamá, que gritaba de la emoción—. ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! —Abrazó a Via con tanta fuerza que pensé que iba a ahogarla, pero Via no paraba de reírse.
—¡Has estado espectacular! —dijo papá.
—¡Espectacular! —repitió mamá, asintiendo y negando con la cabeza al mismo tiempo.
—Y tú, Justin —dijo papá, estrechándole la mano y dándole un abrazo al mismo tiempo—, has estado fantástico.
—¡Fantástico! —repitió mamá. La pobre tenía los nervios a flor de piel y apenas podía hablar.
—¡Qué impresión me he llevado al verte ahí arriba, Via! —dijo papá.
—¡Mamá ni siquiera te ha reconocido al principio! —añadí.
—¡No te he reconocido! —dijo mamá, tapándose la boca con la mano.
—Miranda se ha puesto enferma justo antes de que empezase la representación —contestó Via sin aliento—. Ni siquiera ha dado tiempo a anunciarlo.
Hay que reconocer que Via estaba bastante rara, porque llevaba un montón de maquillaje y nunca antes la había visto así.
—¿Y la has sustituido en el último momento? —preguntó papá—. ¡Vaya!
—Ha estado increíble, ¿verdad? —dijo Justin abrazando a Via.
—Toda la sala se ha emocionado un montón —contestó papá.
—¿Miranda se encuentra bien? —pregunté, pero nadie me oyó.
En ese momento, un hombre que creo que era su profesor se acercó a Justin y Via sin dejar de aplaudir.
—¡Bravo, bravo! ¡Olivia y Justin! —Le dio un beso a Via en cada mejilla.
—He metido la pata en un par de frases —dijo Via, negando con la cabeza.
—Pero has sabido salir del paso —contestó el hombre, sonriendo de oreja a oreja.
—Señor Davenport, le presento a mis padres —dijo Via.
—¡Deben de estar muy orgullosos de su hija! —exclamó, estrechándoles las manos.
—¡Por supuesto!
—Y este es mi hermano pequeño, August —dijo Via.
El profesor estuvo a punto de decir algo, pero se quedó helado al mirarme.
—Señor D —dijo Justin, tirándole del brazo—. Venga, le presentaré a mi madre.
Via estaba a punto de decirme algo, pero alguien apareció y se puso a hablar con ella. Antes de darme cuenta, estaba solo entre toda aquella gente. Bueno, sabía dónde estaban mamá y papá, pero había tanta gente a nuestro alrededor que no paraba de empujarme, de hacerme girar, de mirarme de ese modo tan característico, que empecé a sentirme mal. No sé si fue porque tenía calor o qué, pero empecé a marearme. Veía borrosas las caras de la gente y oía sus voces a un volumen tan alto que casi me dolían los oídos. Intenté bajar el volumen en mis auriculares de Lobot, pero me confundí y lo subí, y eso me asustó aún más. Luego miré hacia arriba y no vi ni a mamá, ni a papá, ni a Via.
—¿Via? —grité. Empecé a avanzar entre la gente para buscar a mamá—. ¡Mamá! —No veía nada aparte de las barrigas y las corbatas de la gente—. ¡Mamá!
De pronto alguien me agarró por detrás.
—¡Vaya, mira quién está aquí! —dijo alguien cuya voz me resultó familiar y que me abrazó con fuerza.
Al principio pensé que era Via, pero, cuando me giré, me llevé una sorpresa.
—¡Hola, Comandante Tom! —dijo.
—¡Miranda! —contesté, y la abracé con todas mis fuerzas.