Justin llegó a casa una hora después y me dio un fuerte abrazo.
—Lo siento, Auggie —me dijo.
Nos sentamos todos en el salón sin decir nada. Por algún motivo, Via y yo habíamos reunido todos los juguetes de Daisy, que estaban desperdigados por toda la casa, y los habíamos puesto en un montoncito sobre la mesa baja. Estábamos mirando fijamente ese montoncito.
—Es la mejor perra del mundo —dijo Via.
—Lo sé —contestó Justin, pasándole la mano por la espalda.
—¿Ha empezado a gimotear de repente? —pregunté.
Via asintió con la cabeza.
—Dos segundos después de irte tú de la mesa —contestó—. Mamá iba a seguirte a tu habitación, pero Daisy ha empezado a gimotear.
—¿Cómo? —pregunté.
—Pues gimoteando. No sé —dijo Via.
—¿Como si aullase? —pregunté.
—¡Gimoteando, Auggie! —contestó impaciente—. Se ha puesto a gemir, como si algo le hiciese mucho daño. Y jadeaba como loca. Entonces se ha dejado caer y mamá ha intentado levantarla, pero evidentemente le debía de doler mucho y le ha pegado un mordisco a mamá.
—¿Cómo?
—Cuando mamá ha intentado tocarle la barriga, Daisy le ha mordido en la mano —explicó Via.
—¡Daisy nunca le muerde a nadie! —contesté.
—No era la misma de siempre —añadió Justin—. Está claro que le dolía mucho.
—Papá tenía razón —dijo Via—. No deberíamos haber dejado que empeorase tanto.
—¿Qué quieres decir? —pregunté—. ¿Papá sabía que estaba enferma?
—Auggie, mamá la ha llevado al veterinario unas tres veces en los dos últimos meses. No paraba de vomitar, ¿es que no te has dado cuenta?
—¡Pero no sabía que estuviese enferma!
Via no dijo nada, pero me rodeó los hombros con el brazo y me atrajo hacia ella. Me eché a llorar de nuevo.
—Lo siento, Auggie —me dijo en voz baja—. Lo siento mucho. Todo. ¿Me perdonas? Sabes cuánto te quiero, ¿verdad?
Hice un gesto afirmativo. La pelea de antes apenas tenía ya importancia.
—¿A mamá le ha salido sangre? —pregunté.
—No ha sido más que un mordisco —contestó Via—. Aquí. —Se señaló la parte baja del pulgar para mostrarme exactamente dónde le había mordido Daisy a mamá.
—¿Le ha dolido?
—Mamá está bien, Auggie. Tranquilo.
Mamá y papá llegaron a casa dos horas después. En cuanto abrieron la puerta y no vimos a Daisy supimos que había muerto. Nos sentamos todos en el salón alrededor del montón de juguetes de Daisy. Papá nos contó lo que había pasado en el hospital veterinario. El veterinario le había hecho unas radiografías y le había sacado sangre, y luego había vuelto para decirles que tenía un tumor enorme en el estómago. Le costaba respirar. Mamá y papá no querían que sufriera más, así que papá la cogió en brazos como siempre le gustaba hacer, con las patas hacia arriba, y mamá y él le dieron un beso tras otro de despedida y le susurraron cosas mientras el veterinario le pinchaba en la pata. Un minuto después murió en brazos de papá. Papá dijo que estaba muy tranquila y que no le dolía nada, que parecía como si fuese a quedarse dormida. Mientras hablaba, a papá le tembló un par de veces la voz y tuvo que carraspear.
Nunca he visto llorar a papá, pero esa noche lo vi llorar. Entré en la habitación de mamá y papá buscando a mamá para que me arropase, pero vi a papá sentado en el borde de la cama, quitándose los calcetines. Estaba de espaldas a la puerta, así que no me vio entrar. Al principio pensé que estaba riéndose, porque le temblaban los hombros, pero entonces se llevó las palmas de las manos a los ojos y comprendí que estaba llorando. Eran los sollozos más silenciosos que había oído en mi vida. Parecían un susurro. Iba a acercarme a él, pero entonces pensé que a lo mejor estaba llorando bajito porque no quería que ninguno de nosotros le oyésemos. Salí de la habitación y fui a la de Via. Allí vi a mamá tumbada junto a Via en la cama, y mamá estaba susurrándole algo mientras mi hermana lloraba.
Me fui a la cama y me puse el pijama sin que nadie me lo dijese, encendí la lamparita de noche, apagué la luz y me arrastré hasta la montaña de animales de peluche que había dejado antes sobre la cama. Era como si aquello hubiese sucedido un millón de años antes. Me quité los audífonos, los puse sobre la mesita de noche, me tapé hasta las orejas con las mantas y me imaginé a Daisy acurrucada contra mí, lamiéndome toda la cara con su enorme lengua húmeda como si la mía fuese su cara favorita. Y así me quedé dormido.