—Auggie —dijo Via—, ven, deprisa. Mamá tiene que hablar contigo.
—¡No pienso pedir perdón!
—¡No tiene nada que ver contigo! —gritó—. ¡No todo lo que sucede en el mundo tiene que ver contigo, Auggie! Date prisa. Daisy está enferma. Mamá se la va a llevar al veterinario de urgencia. Ven a despedirte de ella.
Aparté las almohadas que tenía sobre la cara y la miré. Entonces vi que estaba llorando.
—¿A qué te refieres con despedirme de ella?
—¡Vamos! —dijo, tendiéndome la mano.
La cogí de la mano y la seguí por el pasillo hasta la cocina. Daisy estaba tumbada de lado en el suelo con las patas estiradas al frente. Jadeaba un montón, como si hubiese estado corriendo por el parque. Mamá estaba arrodillada a su lado, acariciándole la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —pregunté.
—Se ha puesto a gimotear de repente —contestó Via arrodillándose junto a mamá.
Miré a mamá, que también estaba llorando.
—Voy a llevarla al hospital veterinario que hay en el centro —dijo—. El taxi está a punto de llegar para recogerme.
—El veterinario hará que se ponga bien, ¿no? —pregunté.
Mamá me miró.
—Eso espero, cielo —dijo en voz baja—. Pero la verdad es que no lo sé.
—¡Pues claro que sí! —exclamé.
—Daisy vomita mucho últimamente, Auggie. Y es mayor…
—Pero podrán curarla —dije, mirando a Via para que me diese la razón, pero Via no levantó la vista.
A mamá le temblaban los labios.
—Creo que ha llegado el momento de despedirnos de Daisy, Auggie. Lo siento.
—¡No! —grité.
—No queremos que sufra, Auggie —dijo.
Sonó el teléfono. Lo cogió Via.
—Vale, gracias —contestó, y colgó.
—El taxi está ahí fuera —dijo, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—Auggie, ¿puedes abrirme la puerta, cielo? —preguntó mamá mientras cogía a Daisy con mucho cuidado, como si fuese un enorme bebé que se dejase caer.
—Por favor, mamá, no —dije llorando, colocándome entre ella y la puerta.
—Cielo, por favor —contestó mamá—. Pesa mucho.
—¿Y papá? —repuse llorando.
—Irá directamente al hospital —dijo mamá—. Él tampoco quiere que Daisy sufra, Auggie.
Via me apartó de delante de la puerta y se la abrió a mamá.
—Tengo el móvil conectado por si necesitáis cualquier cosa —le dijo mamá a Via—. ¿Puedes taparla con la manta?
Via asintió, pero estaba llorando como una loca.
—Despedíos de Daisy, chicos —dijo mamá con las lágrimas cayéndole a mares por la cara.
—Te quiero, Daisy —dijo Via, y le dio un beso a Daisy en la nariz—. Te quiero mucho.
—Adiós, chica… —le susurré al oído—. Te quiero…
Mamá bajó los escalones que daban a la calle con Daisy en brazos. El taxista había abierto la puerta de atrás y la vimos entrar. Antes de cerrar la puerta, mamá nos miró, allí plantados junto a la entrada, y nos saludó con la mano. Creo que nunca la he visto tan triste.
—¡Te quiero, mamá! —dijo Via.
—¡Yo también, mamá! —añadí yo—. ¡Lo siento, mamá!
Mamá nos lanzó un beso y cerró la puerta. Vimos cómo se iba el taxi y Via cerró la puerta de casa. Me miró durante un segundo y luego me dio un abrazo fortísimo mientras los dos nos hinchábamos a llorar.