A la hora de cenar ya parecían haber hecho las paces. Papá tenía que quedarse a trabajar hasta tarde. Daisy estaba durmiendo. Había vomitado mucho durante el día y mamá pidió hora para llevarla al veterinario a la mañana siguiente.
Estábamos los tres sentados sin que nadie dijese nada.
—¿Vamos a ver a Justin actuar en una obra de teatro? —dije por fin.
Via no contestó, pero se quedó mirando su plato.
—¿Sabes qué, Auggie? —contestó mamá en voz baja—, no me había dado cuenta de qué obra era, y es una que no va a resultarle interesante a alguien de tu edad.
—O sea, que no estoy invitado —dije, mirando a Via.
—Yo no he dicho eso —contestó mamá—. Lo que pasa es que no creo que fueras a disfrutarla.
—Te aburrirías como una ostra —dijo Via, como acusándome de algo.
—¿Vais a ir papá y tú? —pregunté.
—Irá papá —dijo mamá—. Yo me quedaré en casa contigo.
—¿Cómo? —gritó Via—. Genial, así que vas a castigarme por haber sido sincera no yendo a ver la obra.
—Para empezar, eras tú quien no quería que fuésemos, ¿recuerdas? —contestó mamá.
—¡Pero ahora que sabes por qué, claro que quiero que vayáis! —dijo Via.
—Bueno, pues tengo que tener en cuenta los sentimientos de todos, Via —repuso mamá.
—¿De qué estáis hablando? —grité.
—¡De nada! —me soltaron las dos al mismo tiempo.
—De algo del instituto de Via que no tiene nada que ver contigo —dijo mamá.
—Mentira —contesté.
—¿Cómo dices? —replicó mamá, escandalizada. Hasta Via parecía sorprendida.
—¡Digo que es mentira! —grité—. ¡Es mentira! —le grité a Via mientras me levantaba—. ¡Sois las dos unas mentirosas! ¡Me mentís a la cara como si fuese idiota!
—¡Siéntate, Auggie! —dijo mamá, agarrándome del brazo.
Me libré de ella y señalé a Via.
—¿Crees que no sé lo que pasa? —grité—. ¡Que no quieres que tus nuevos amigos del instituto se enteren de que tu hermano es un monstruo!
—¡Auggie! —gritó mamá—. ¡Eso no es verdad!
—¡Deja de mentirme, mamá! —chillé—. ¡Deja de tratarme como a un bebé! ¡No soy retrasado! ¡Sé lo que pasa!
Eché a correr por el pasillo hasta llegar a mi habitación y cerré la puerta con tanta fuerza que oí caer unos trocitos de pared dentro del marco. Luego me dejé caer sobre la cama y me tapé con las mantas. Me tapé mi cara asquerosa con las almohadas y amontoné todos mis peluches sobre las almohadas, como si estuviese dentro de una cueva. Si pudiese pasearme por ahí con una almohada sobre la cara a todas horas, lo haría.
Ni siquiera sabía por qué me había enfadado tanto. Al empezar la cena no estaba enfadado. Ni siquiera estaba triste. Pero de pronto exploté. Sabía que Via no quería que fuese a su estúpida obra de teatro. Y sabía por qué.
Pensé que mamá me seguiría hasta mi habitación enseguida, pero no lo hizo. Quería que me encontrase dentro de mi cueva hecha de animales de peluche, así que esperé un poco más, pero pasados diez minutos aún no había ido a buscarme. Estaba muy sorprendido. Siempre va a ver cómo estoy cuando me meto en mi habitación molesto por algo.
Me imaginé a mamá y a Via hablando de mí en la cocina. Supuse que Via se sentiría fatal. Me imaginé a mamá asumiendo toda la culpa. Y papá también se enfadaría con ella cuando volviese a casa.
Hice un agujero a través del montón de almohadas y animales de peluche y miré el reloj que hay colgado de la pared. Había pasado media hora y mamá aún no había acudido a mi habitación. Escuché atentamente para ver si oía algo en las otras habitaciones. ¿Aún estarían cenando? ¿Qué estaba pasando?
Por fin, se abrió la puerta. Era Via. Ni siquiera se molestó en acercarse a mi cama, y no entró suavemente como me había imaginado, sino bruscamente.