Oír con claridad

¿Cómo puedo describir lo que oí cuando el médico encendió los audífonos? ¿O lo que no oí? Es muy difícil decirlo con palabras. Digamos que el mar ya no vivía dentro de mi cabeza. Se había ido. Podía oír sonidos que eran como luces brillantes en mi cerebro. Era como cuando estás en una habitación donde una de las bombillas del techo está fundida, pero no te das cuenta de lo oscuro que está hasta que alguien cambia la bombilla y de repente, ¡hala, cuánta claridad! No sé si hay alguna palabra que signifique lo mismo que «claridad» en términos de audición, pero ojalá la hubiese, porque ahora oía con claridad.

—¿Cómo suena, Auggie? —me preguntó el médico—. ¿Me oyes bien, amigo?

Lo miré y sonreí, pero no dije nada.

—Cielo, ¿oyes algo diferente? —preguntó mamá.

—No hace falta que grites, mamá —contesté asintiendo felizmente.

—¿Oyes mejor? —preguntó el médico.

—Ya no oigo ese ruido —contesté—. En mis oídos hay silencio.

—Ya no oyes el ruido blanco —dijo, confirmándolo. Me miró y me guiñó un ojo—. Ya te he dicho que te gustaría lo que ibas a oír, August —añadió, y se puso a hacer más ajustes en el audífono izquierdo.

—¿Suena muy diferente, cielo? —preguntó mamá.

—Sí —contesté—. Suena… más ligero.

—Eso es porque ahora tienes un oído biónico, amigo —dijo el médico del oído mientras hacía ajustes en el audífono derecho—. Toca esto. —Me puso la mano detrás del audífono—. ¿Lo notas? Es el volumen. Tendrás que encontrar el volumen que mejor te vaya. Ahora lo probamos. Bueno, ¿qué te parece? —Cogió un espejito y me hizo mirar en el espejo grande cómo quedaban los audífonos por detrás. Mi pelo tapaba casi toda la cinta. Lo único que asomaba era el tubo.

—¿Te parecen bien tus nuevos audífonos biónicos de Lobot? —preguntó el médico, mirándome en el espejo.

—Sí —contesté—. Gracias.

—Muchas gracias, doctor James —dijo mamá.

El primer día que acudí a clase con los audífonos, pensé que la gente se reiría de mí, pero nadie se rió. Summer se alegró de que pudiese oír mejor y Jack dijo que parecía un agente del FBI. Nada más. El señor Browne me preguntó en clase de lengua, pero no en plan: «¿Qué es eso que llevas en la cabeza?».

—Si alguna vez necesitas que repita algo, Auggie, dímelo, ¿vale? —dijo.

Visto ahora, no sé por qué me ponía tan nervioso este tema. Es curioso: a veces te preocupas un montón por algo que al final resulta no ser nada.