La Lámpara Patatil fue todo un éxito en la exposición de ciencias. A Jack y a mí nos pusieron un sobresaliente. Era el primer sobresaliente que Jack había sacado en todo el curso, así que estaba flipado.
Todos los trabajos de la exposición de ciencias estaban puestos sobre mesas en el gimnasio. Era el mismo montaje que para el Museo Egipcio en diciembre, solo que esta vez sobre las mesas había volcanes y dioramas moleculares en lugar de pirámides y faraones. Y en lugar de ser nosotros quienes les enseñábamos los trabajos de los demás a nuestros padres, teníamos que quedarnos plantados junto a nuestras mesas mientras todos los padres se paseaban por la sala de mesa en mesa.
Hagamos cuentas: sesenta alumnos en todo el curso equivalen a sesenta pares de padres, eso sin contar a los abuelos. O sea, un mínimo de ciento veinte pares de ojos mirándome a mí. Unos ojos que no están tan acostumbrados a mí como los de sus hijos. Es como la aguja de una brújula, que siempre apunta al norte mires a donde mires. Todos esos ojos son como brújulas, y para ellos yo soy como el polo Norte.
Por eso siguen sin gustarme los actos del colegio a los que acuden los padres. No los odio tanto como cuando empezó el curso. Como por ejemplo la fiesta de las donaciones en Acción de Gracias: creo que esa fue la peor. Fue la primera vez que tuve que enfrentarme a todos los padres a la vez. Luego pasó lo del Museo Egipcio, pero ese no estuvo mal, porque me disfracé de momia y nadie se fijó en mí. Luego dimos el concierto de Navidad, que fue horrible porque tuve que cantar en el coro. No solo soy un negado cantando, sino que me sentí como si estuviera en un escaparate. La exposición de arte no fue tan mal, pero aun así estuve incómodo. Colgaron nuestros cuadros en los pasillos por todo el colegio y los padres fueron a verlos. Era como empezar el colegio de cero y tener que cruzarme con adultos desprevenidos por las escaleras.
En fin, no es que me importe que la gente reaccione al verme. Ya lo he dicho un millón de veces: ya estoy acostumbrado. No dejo que me afecte. Es como cuando sales a la calle y está chispeando. Cuando chispea no te pones las botas de agua. Ni siquiera abres el paraguas. Caminas bajo la lluvia y apenas te das cuenta de que se te está mojando el pelo.
Pero cuando se trata de un gimnasio lleno de padres, las gotas de agua se convierten en un huracán. Todos los ojos se estrellan contra ti como una pared de agua.
Mamá y papá estuvieron un buen rato al lado de mi mesa junto a los padres de Jack. Es curioso, los padres acaban formando los mismos grupos que sus hijos. Por ejemplo, mis padres, los padres de Jack y la madre de Summer se llevan muy bien. Veo que los padres de Julian se juntan con los de Henry y los de Miles. Si hasta los padres de los dos Max se juntan. Qué gracia.
Luego, cuando volvíamos a casa, se lo conté a mamá y papá y les pareció una observación muy curiosa.
—Debe de ser verdad eso de cada oveja con su pareja —dijo mamá.