La casa de August

Ya estábamos a mediados de enero y aún no habíamos decidido qué trabajo íbamos a hacer para la exposición de ciencias. Supongo que lo iba aplazando porque no me apetecía hacerlo.

—Tío, tenemos que hacerlo —dijo August, por fin.

Y fuimos a su casa después de clase.

Estaba muy nervioso porque no sabía si August les había contado a sus padres lo que para nosotros era el Incidente de Halloween. Resulta que su padre no estaba en casa y su madre tuvo que salir a hacer unos recados. Por los dos segundos que hablé con ella, estoy seguro de que Auggie ni lo había mencionado. Fue supermaja y amable conmigo.

—¡Hala, Auggie!, tienes una adicción muy seria a La guerra de las galaxias —dije cuando entré por primera vez en la habitación de Auggie.

Tenía un montón de repisas llenas de miniaturas de La guerra de las galaxias y un póster enorme de El Imperio contraataca colgado de la pared.

—Ya lo sé, ¿vale? —contestó riéndose.

Se sentó en una silla con ruedas junto a la mesa y yo me dejé caer en un puf en el rincón. Entonces su perro entró en la habitación con sus andares de pato y se dirigió hacia mí.

—¡Era el que salía en tu felicitación navideña! —exclamé, dejando que el perro me oliese la mano.

—Es una perra —me corrigió—. Daisy. Puedes acariciarla. No muerde.

Cuando empecé a acariciarla, se tiró al suelo y se puso patas arriba.

—Quiere que le acaricies la barriga —dijo August.

—Vale. Es la perra más mona que he visto en mi vida —contesté, acariciándole la barriga.

—Lo sé. Es la mejor perra del mundo. ¿A que sí, chica?

En cuanto oyó a Auggie decir eso, la perra se puso a mover la cola y se acercó a él.

—¿Y mi chica? ¿Y mi chica? —dijo Auggie mientras la perra le lamía toda la cara.

—Ojalá tuviese un perro —dije—. Mis padres dicen que nuestro piso es demasiado pequeño. —Me puse a mirar las cosas que tenía en su habitación mientras él encendía el ordenador—. ¡Anda, tienes una Xbox 360! ¿Podemos jugar?

—Tío, hemos venido a hacer el trabajo para la exposición de ciencias.

—¿Tienes el Halo?

—Pues claro que tengo el Halo.

—¿Podemos jugar, por favor?

Auggie se había conectado a la página web de Beecher y estaba bajando por la página de la señora Rubin, donde estaba la lista de trabajos para la exposición de ciencias.

—¿Lo ves desde ahí? —preguntó.

Suspiré y fui a sentarme en un taburete que había a su lado.

—Mola tu iMac —dije.

—¿Qué ordenador tienes tú?

—Tío, si ni siquiera tengo habitación propia, ¿cómo voy a tener ordenador? Mis padres tienen un Dell superantiguo que está prácticamente muerto.

—Vale, ¿qué te parece este? —preguntó, girando la pantalla para que lo viese. Miré rápidamente la pantalla y lo vi todo borroso.

—Hacer un reloj solar —dijo—. Suena guay.

Me eché hacia atrás.

—¿No podemos hacer un volcán?

—Todo el mundo hace un volcán.

—Claro, porque es fácil —dije, acariciando otra vez a Daisy.

—¿Y qué te parece: «Cómo hacer puntas de cristal con sulfato de magnesio»?

—Parece aburrido —contesté—. ¿Y por qué le pusisteis Daisy?

Auggie no apartó la vista de la pantalla.

—Se lo puso mi hermana. Yo quería llamarla Darth. En realidad, su nombre completo es Darth Daisy, pero nunca la hemos llamado así.

—¡Darth Daisy! ¡Qué gracia! ¡Hola, Darth Daisy! —le dije a la perra, que volvió a ponerse patas arriba para que le acariciase la barriga.

—Vale, este sí que sí —dijo August señalando una foto en la pantalla de un montón de patatas con cables asomando—. Cómo construir una pila orgánica con patatas. Este sí que mola. Aquí pone que con ella podrías hacer funcionar una lámpara. Podríamos llamarla la Lámpara Patatil o algo así. ¿Qué te parece?

—Tío, parece demasiado difícil. Ya sabes que las ciencias se me dan fatal.

—Cállate, eso no es verdad.

—¡Claro que sí! En el último control saqué un 3,5. ¡Las ciencias se me dan fatal!

—¡No es verdad! Eso fue solo porque aún estábamos peleados y no te eché una mano. Ahora sí puedo ayudarte. Es un buen trabajo, Jack. Tenemos que hacerlo.

—Vale, lo que tú digas —contesté encogiéndome de hombros.

Entonces llamaron a la puerta. Una adolescente con una melena morena y ondulada asomó la cabeza. No esperaba verme.

—Ah, hola —nos dijo a los dos.

—Hola, Via —contestó August, mirando de nuevo la pantalla del ordenador—. Via, este es Jack. Jack, esta es Via.

—Hola —le dije.

—Hola —respondió, mirándome con detenimiento.

En cuanto Auggie dijo mi nombre supe que a ella sí le había contado todo lo que había dicho yo sobre él. Lo supe por cómo me miró. De hecho, su mirada me hizo pensar que me recordaba de aquel día delante de la heladería de la avenida Amesfort hace unos cuantos años.

—Auggie, tengo un amigo que quiero presentarte, ¿vale? —dijo—. Va a llegar dentro de unos minutos.

—¿Es tu nuevo novio? —se burló August.

Via le pegó una patada a su silla.

—Tú pórtate bien —dijo, y salió de la habitación.

—Tío, tu hermana está muy buena —comenté.

—Ya lo sé.

—Me odia, ¿verdad? ¿Le contaste lo del Incidente de Halloween?

—Sí.

—¿Que sí me odia o que sí le contaste lo de Halloween?

—Las dos cosas.