Hay cosas que no puedes explicar. Que ni siquiera puedes intentar explicar. Que no sabes por dónde empezar. Si abrieses la boca, todas tus frases se enredarían en un nudo gigante. Cualquier palabra que utilizases te saldría mal.
—Jack, este es un asunto muy serio —me dijo el señor Traseronian. Estaba en su despacho, sentado en una silla frente a su mesa y mirando un dibujo de una calabaza colgado de la pared, detrás de él—. ¡Una cosa así es motivo de expulsión, Jack! Sé que eres un buen chico y no quiero que te pase a ti, pero tienes que explicarte.
—Esto no es propio de ti, Jack —dijo mamá. Había acudido del trabajo en cuanto la llamaron. Se notaba que no acababa de decidirse entre estar muy enfadada y muy sorprendida.
—Creía que Julian y tú erais amigos —añadió el señor Traseronian.
—No somos amigos —contesté con los brazos cruzados.
—Pero pegarle un puñetazo en la boca, Jack —dijo mamá levantando la voz—. ¿En qué estabas pensando? —Miró al señor Traseronian—. La verdad es que nunca le había pegado a nadie. Él no es así.
—A Julian le sangraba la boca, Jack —dijo el señor Traseronian—. Y se le ha caído una muela, ¿lo sabías?
—Solo era una muela de leche —contesté.
—¡Jack! —exclamó mamá, negando con la cabeza.
—¡Lo ha dicho la enfermera Molly!
—¡Eso no tiene nada que ver! —gritó mamá.
—Solo quiero saber por qué —me pidió el señor Traseronian, levantando los hombros.
—Eso solo empeorará las cosas —contesté, y solté un suspiro.
—Dímelo, Jack.
Me encogí de hombros, pero no dije nada. No podía. Si le hubiese contado que Julian había llamado monstruo a August, le habría preguntado a Julian y él le habría dicho que yo también había hablado mal de August, y todos sabrían la verdad.
—¡Jack! —dijo mamá.
Me eché a llorar.
—Lo siento…
El señor Traseronian arqueó las cejas y asintió, pero no dijo nada. Se sopló en las manos, como si tuviera frío.
—Jack —dijo—. No sé qué decir. A ver, le has pegado un puñetazo a un niño. Según las normas, te mereces la expulsión automática. Y ni siquiera estás intentando explicarte.
A esas alturas ya estaba llorando a moco tendido. Cuando mi madre me abrazó, empecé a berrear.
—Vamos a… eh… —dijo el señor Traseronian quitándose las gafas para limpiarlas—. Vamos a hacer una cosa, Jack. La semana que viene empiezan las vacaciones de Navidad. Se me ocurre que podrías quedarte en casa el resto de la semana y después de las vacaciones podrías volver y empezar de cero. Borrón y cuenta nueva, como suele decirse.
—¿Estoy expulsado? —pregunté gimoteando.
—Bueno, en teoría sí, pero solo durante un par de días —contestó, encogiéndose de hombros—. Te diré lo que vamos a hacer. Mientras estés en casa, dedícate a pensar en lo que ha pasado. Y si quieres escribirme una carta explicándome lo que ha pasado y otra a Julian pidiéndole disculpas, esto no figurará en tu expediente. Vete a casa y háblalo con tus padres. Puede que mañana lo entiendas todo un poco mejor.
—Parece un buen plan, señor Traseronian —dijo mamá asintiendo—. Gracias.
—Ya verás como todo se arregla —contestó el señor Traseronian echando a andar hacia la puerta, que estaba cerrada—. Sé que eres un buen chico, Jack. Y sé que a veces incluso los buenos chicos hacen tonterías. —Abrió la puerta.
—Gracias por ser tan comprensivo —dijo mamá, estrechándole la mano junto a la puerta.
—De nada. —Se inclinó hacia delante y le comentó algo en voz baja que no pude oír.
—Lo sé, gracias —contestó mamá, confirmándolo con un gesto.
—Bueno, chico —me dijo, poniéndome las manos sobre los hombros—. Piensa en lo que has hecho, ¿vale? Y pásatelo bien durante las vacaciones. ¡Feliz Janucá! ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Kwanzaa![3]
Me limpié la nariz con la manga y salí por la puerta.
—Dale las gracias al señor Traseronian —dijo mamá, dándome una palmadita en el hombro.
Me paré y me di medi a vuelta, pero fui incapaz de mirarlo a la cara.
—Gracias, señor Traseronian —dije.
—Adiós, Jack —contestó.
Y salí por la puerta.