No soy el mejor estudiante del mundo. Sé que hay gente a la que le gusta el colegio, pero no puedo decir que yo sea uno de esos. Me gustan algunas cosas del colegio, como la gimnasia y la clase de informática. Y la comida y el recreo. Pero, en general, podría vivir sin el colegio. Y lo que más odio del colegio son todos los deberes que nos mandan. Como si no tuviésemos ya bastante con tener que sentarnos clase tras clase intentando no dormirnos mientras nos llenan la cabeza de un montón de cosas que probablemente nunca necesitemos saber, como por ejemplo cómo calcular la superficie de un cubo o cuál es la diferencia entre la energía cinética y la energía potencial. ¡Qué más me da! Nunca jamás he oído a mis padres pronunciar la palabra «cinética».
La clase que más odio es la de ciencias. Nos mandan tanto trabajo que no tiene ninguna gracia. Y la profesora, la señora Rubin, es muy estricta… ¡hasta en cómo escribimos el título en la parte superior de la página! Una vez me quitó dos puntos de un trabajo porque no había puesto la fecha en la parte de arriba de la página. Qué locura.
Cuando August y yo aún éramos amigos, me iba bien en ciencias porque él se sentaba a mi lado y siempre me dejaba copiar sus apuntes. Nunca en mi vida he visto una letra tan clara como la de August: escribe recto y hace las letras bien redondeadas. Pero ahora que ya no somos amigos no puedo pedirle que me deje copiar sus apuntes.
Hoy estaba intentando tomar apuntes sobre lo que decía la señora Rubin (mi letra es horrible), cuando de pronto se pone a hablar del trabajo de quinto curso para la exposición de ciencias, y de que todos teníamos que elegir un tema para el trabajo.
Mientras lo decía, yo pensaba: «Acabamos de terminar el dichoso trabajo sobre Egipto ¿y ya tenemos que empezar con otro?». Y mentalmente grité: «¡Oh, noooooo!» como el niño de Solo en casa, con la boca abierta de par en par y las manos en la cara. Esa era justo la cara que estaba poniendo por dentro. Y luego me puse a pensar en esas imágenes de caras de fantasma derretidas que he visto en alguna parte, con la boca abierta y gritando. Y de repente se me pasó una imagen por la cabeza, un recuerdo, y supe qué había querido decir Summer con aquello de «el malo de Scream». Fue muy raro, me di cuenta de repente. En Halloween, alguien del aula de tutoría se había disfrazado del malo de Scream. Recuerdo que lo vi a unas mesas de donde yo estaba. Y luego dejé de verlo.
¡Ay, madre! ¡Era August!
Y me había dado cuenta ahora, en clase de ciencias, mientras hablaba la profesora.
¡Ay, madre!
Había estado hablando de August con Julian. Ay, madre. ¡Ya lo entendía! Fui muy cruel. Ni siquiera sé por qué. Ni siquiera estoy seguro de lo que dije, pero fue algo malo. Solo fue un minuto o dos. Sabía que Julian y los demás pensaban que yo era un tío raro por juntarme con August a todas horas, y me sentía idiota. No sé por qué lo dije. Solo estaba siguiéndoles el rollo. Fui un idiota. Soy idiota. Ay, Dios. ¡August iba a ir disfrazado de Boba Fett! Nunca hubiese dicho lo que dije delante de Boba Fett. Pero el malo de Scream que había sentado a la mesa, mirándonos, era él. La máscara blanca alargada de la que salía sangre de mentira, con la boca abierta de par en par, como si el fantasma estuviera llorando. Era él.
Me entraron ganas de vomitar.