Mis padres no son ricos. Lo digo porque a veces la gente se piensa que todo el mundo que va a un colegio privado es rico, pero eso no vale para nosotros. Papá es profesor y mamá es trabajadora social, o sea que no tienen ese tipo de trabajos en los que la gente gana millones de dólares. Antes teníamos un coche, pero lo vendimos cuando Jamie empezó a ir al parvulario en Beecher. No vivimos en una casa grande ni en uno de esos edificios con portero que hay junto al parque. Vivimos en la última planta de un edificio de cuatro pisos sin ascensor que le alquilamos a una señora mayor que se llama doña Petra, al «otro» lado de Broadway. Es una manera de referirse en clave a la zona de North River Heights donde la gente no quiere aparcar el coche. Jamie y yo compartimos habitación. A veces pillo a mis padres hablando de cosas como: «¿Podemos pasar un año más sin aire acondicionado?» o «A lo mejor este verano puedo tener dos trabajos».
Hoy, durante el recreo, he estado hablando con Julian, Henry y Miles.
—No soporto tener que ir a París estas Navidades. ¡Qué aburrimiento! —dijo Julian, que todo el mundo sabe que es rico.
—Tío, que es París, nada menos —contesté como un idiota.
—Fíate de mí, es un aburrimiento —dijo—. Mi abuela vive en una casa en mitad de ninguna parte. París está como a una hora del pueblo, que es pequeño, pequeño, pequeño. ¡Te juro por Dios que allí nunca pasa nada! Aquello es en plan: «¡Hala, se ha puesto otra mosca en la pared! Mira, hay un perro nuevo durmiendo en la acera. Yupi». —Me eché a reír. A veces, Julian podía ser muy gracioso—. Aunque mis padres están planteándose montar una buena fiesta este año en lugar de ir a París. Eso espero. ¿Y tú qué vas a hacer en vacaciones? —me preguntó Julian.
—Nada en concreto —contesté.
—Qué suerte tienes.
—Espero que vuelva a nevar —dije—. Tengo un trineo nuevo que es increíble. —Iba a contarles lo de Rayo, pero Miles se puso a hablar.
—¡Yo también tengo un trineo nuevo! —dijo—. Mi padre me lo compró en Hammacher Schlemmer. Es tecnología punta.
—¿Cómo va a ser tecnología punta un trineo? —preguntó Julian.
—Le costó unos ochocientos dólares.
—¡Hala!
—Deberíamos ir todos a tirarnos en trineo y hacer una carrera en la colina del Esqueleto —dije.
—Qué cutre —contestó Julian.
—¿Estás de broma? —repuse—. Un niño se partió el cuello allí. Por eso se llama la colina del Esqueleto.
Julian entornó los ojos y me miró como si yo fuese el tío más idiota del mundo.
—Se llama la colina del Esqueleto porque era un antiguo cementerio indio —dijo—. Bueno, ahora deberían llamarla la colina de la Basura, porque aquello está lleno de porquería. La última vez que estuve allí, estaba asqueroso: latas de refresco por todas partes, botellas rotas y yo qué sé qué más —añadió negando con la cabeza.
—Yo dejé allí mi antiguo trineo —dijo Miles—. Era una porquería de trasto… ¡y alguien se lo llevó!
—¡A lo mejor algún vagabundo que quería tirarse en trineo! —contestó Julian riéndose.
—¿Dónde lo dejaste? —pregunté.
—Junto a la roca enorme que hay al pie de la colina. Volví al día siguiente y ya no estaba. ¡No me puedo creer que alguien se lo llevase!
—Os diré lo que podemos hacer —dijo Julian—. La próxima vez que nieve, mi padre podría llevarnos en coche a su campo de golf en Westchester, que mola mucho más que la colina del Esqueleto. Oye, Jack, ¿adónde vas?
Yo ya había echado a andar para alejarme de allí.
—Tengo que sacar un libro de mi taquilla —mentí.
Solo quería alejarme de ellos cuanto antes. No quería que nadie se enterase de que yo era el «vagabundo» que se había llevado el trineo.