Nieve

La primera nevada del invierno cayó el penúltimo día de clase antes de las vacaciones de Acción de Gracias. El colegio cerró, así que teníamos un día más de vacaciones. Me alegré mucho, porque estaba superasqueado con lo de August y solo quería tener tiempo para calmarme sin tener que verlo a diario. Además, despertarme por la mañana y ver que ha nevado durante la noche es una de las cosas que más me gustan. Me encanta la sensación de abrir los ojos por la mañana y, sin saber por qué, todo parece diferente. Entonces caes en la cuenta: todo está en silencio. No se oyen los cláxones de los coches. No circulan autobuses por la calle. Te acercas corriendo a la ventana y ves que fuera todo está cubierto de blanco: las aceras, los árboles, los coches aparcados, los cristales de la ventana. Y cuando eso pasa un día de clase y te enteras de que han cerrado el colegio… bueno, creo que cuando me haga mayor voy a seguir pensando que esa es la mejor sensación del mundo. Y nunca voy a ser uno de esos adultos que sacan el paraguas cuando nieva. Nunca.

El colegio de papá también había cerrado, así que nos llevó a Jamie y a mí a tirarnos en trineo por la colina del Esqueleto en el parque. Dicen que un niño se partió el cuello bajando por esa colina hace unos años, pero no sé si es verdad o si no es más que una leyenda urbana. De vuelta a casa, vi un trineo de madera hecho polvo apoyado contra el monumento indio de piedra. Papá dijo que lo dejase, que no era más que basura, pero algo me dijo que podría ser el mejor trineo del mundo. Papá me dejó arrastrarlo hasta casa y me pasé el resto del día arreglándolo. Pegué los listones rotos y los envolví en cinta adhesiva superfuerte para que aguantasen más. Luego lo pinté con espray blanco con la pintura que había comprado para la Esfinge de Alabastro que estaba haciendo para el trabajo del Museo Egipcio. Cuando se secó, pinté RAYO en letras doradas en mitad de la pieza de madera y dibujé un rayo sobre las letras. Parecía el trabajo de un profesional. Papá dijo: «¡Caray, Jackie! ¡Tenías razón con lo del trineo».

Al día siguiente volvimos a la colina del Esqueleto con Rayo. Era el trineo más rápido que he montado nunca, muchísimo más rápido que los trineos de plástico que habíamos usado antes. Y como en la calle hacía más calor, la nieve se había vuelto más crujiente y blanda: de la que es buena para hacer bolas de nieve. Jamie y yo nos pasamos la tarde turnándonos con Rayo. Estuvimos en el parque hasta que se nos congelaron los dedos y los labios se nos pusieron un poco azules. Papá casi tuvo que llevarnos a casa a rastras.

El fin de semana la nieve había empezado a volverse gris y amarilla, y entonces llovió y casi toda la nieve se quedó medio derretida. El lunes, cuando volvimos al colegio, ya no quedaba.

El primer día de colegio fue lluvioso y asqueroso. Un día triste. Y yo me sentía como el día.

Saludé a August con la cabeza cuando lo vi. Estábamos delante de las taquillas. Él me devolvió el saludo.

Quería contarle lo de Rayo, pero no le dije nada.