Por qué cambié de opinión

—¿A quién más ha llamado el señor Traseronian? —le pregunté a mamá esa noche—. ¿Te lo ha dicho?

—Ha nombrado a Julian y a Charlotte.

—¡Julian! —dije—. Uf. ¿Y por qué Julian?

—¡Antes eras amigo suyo!

—Mamá, eso fue en la guardería. Julian es el tío más falso del mundo. Y siempre está intentando caer bien.

—Bueno —contestó mamá—, por lo menos Julian ha accedido a ayudar a ese niño. Eso hay que reconocérselo.

No dije nada porque mamá tenía razón.

—¿Y Charlotte? —pregunté—. ¿También va a hacerlo?

—Sí —dijo mamá.

—Claro, cómo no. Charlotte es una santita —contesté.

—¡Jack! —exclamó mamá—. Últimamente pareces tener problemas con todo el mundo.

—Es solo que… —comencé a decir—. Mamá, no tienes ni idea de la pinta que tiene ese niño.

—Puedo imaginármelo.

—¡No, no puedes! Nunca lo has visto. Yo sí.

—Puede que ni siquiera sea quien tú crees que es.

—Confía en mí. Es él. Y te digo una cosa: está muy, muy mal. Está deforme, mamá. Tiene los ojos más o menos por aquí. —Me señalé las mejillas—. Y no tiene orejas. Y su boca parece…

Jamie había entrado en la cocina para coger un cartón de zumo de la nevera.

—Puedes preguntárselo a Jamie —dije—. ¿Verdad, Jamie? ¿Te acuerdas de aquel niño que vimos en el parque, después de clase, el año pasado? ¿Ese niño que se llama August? ¡El de la cara rara!

—¡Oh, sí! —exclamó Jamie, con los ojos como platos—. ¡Por su culpa tuve una pesadilla! ¿Te acuerdas, mamá, de la pesadilla con zombis que tuve el año pasado?

—Pensaba que era por haber visto una película de miedo —contestó mamá.

—¡No! —dijo Jamie—. ¡Fue por haber visto a ese niño! Cuando lo vi, grité: «¡Ahhh!» y eché a correr…

—Un momento —lo interrumpió mamá, poniéndose seria—. ¿Te pusiste a correr en sus propias narices?

—¡No pude evitarlo! —se quejó Jamie.

—¡Claro que podrías haberlo evitado! —le reprendió mamá—. Chicos, tengo que deciros que estoy muy decepcionada por lo que estoy oyendo. —Tenía la cara de estar hablando muy en serio—. No es más que un niño… ¡igual que tú! ¿Te imaginas cómo se sentiría al ver cómo te alejabas corriendo de él, Jamie, gritando?

—No fue un grito —replicó Jamie—. Fue más bien un: «¡Ahhh!». —Se puso las manos en las mejillas y empezó a correr por la cocina.

—¡Jamie! —dijo mamá muy enfadada—. Sinceramente, pensaba que mis dos hijos eran más comprensivos.

—¿Qué es comprensivo? —preguntó Jamie, que iba a empezar segundo curso.

—Sabes perfectamente lo que quiero decir por comprensivo, Jamie —contestó mamá.

—Pero es que es muy feo, mamá —dijo Jamie.

—¡Oye! —gritó mamá—. ¡No me gusta esa palabra! Jamie, coge tu cartón de zumo. Quiero hablar con Jack a solas.

—Oye, Jack —dijo mamá en cuanto Jamie se fue, y supe que estaba a punto de soltarme un sermón.

—Vale, lo haré —contesté, y eso la sorprendió mucho.

—Ah, ¿sí?

—¡Sí!

—Entonces, ¿puedo llamar al señor Traseronian?

—¡Sí! ¡Mamá, te he dicho que sí!

Mamá sonrió.

—Sabía que podía contar contigo. Bien hecho. Estoy muy orgullosa de ti, Jackie —dijo, y me revolvió el pelo.

Por eso cambié de opinión. No fue para no tener que aguantar el sermón de mamá. Y no fue para proteger al tal August de Julian, que sabía que se comportaría como un imbécil. Fue porque, cuando oí a Jamie contar que había salido corriendo y gritando al ver a August, de pronto me sentí fatal. Siempre existirán niños como Julian que se comporten como imbéciles. Pero si un niño pequeño como Jamie, que normalmente es bastante simpático, puede llegar a ser así de cruel, un chaval como August no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir en un colegio de secundaria.