La tumba egipcia

El mes siguiente, August y yo quedamos un montón después de clase, o en su casa o en la mía. Los padres de August nos invitaron a mamá y a mí a cenar un par de veces. Una vez los oí hablar por casualidad de organizar una cita a ciegas con mamá y Ben, el tío de August.

El día de la exposición del Museo Egipcio estábamos todos muy emocionados y algo nerviosos. El día de antes había nevado; no tanto como en las vacaciones de Acción de Gracias, pero la nieve, nieve es.

El gimnasio se había convertido en un museo enorme con todos los objetos egipcios expuestos sobre una mesa con un pequeño letrero que explicaba de qué se trataba. Casi todos eran chulísimos, pero tengo que decir que el mío y el de August eran los mejores. Mi escultura de Anubis parecía real, hasta había usado pintura dorada de verdad. August había hecho su pirámide escalonada con terrones de azúcar. Tenía unos cincuenta centímetros de alto y otros cincuenta de ancho, y había pintado con espray los terrones con una pintura que imitaba la arena. Era alucinante.

Todos nos pusimos disfraces egipcios. Algunos se disfrazaron de arqueólogos a lo Indiana Jones. Otros se disfrazaron de faraones. August y yo nos disfrazamos de momias. Teníamos las caras tapadas, menos dos agujeritos para los ojos y un agujerito para la boca.

Cuando llegaron los padres, se pusieron en fila en el pasillo que hay delante del gimnasio. Cuando nos dijeron que podíamos salir a verlos, cada uno llevó a su padre o a su madre de visita por el oscuro gimnasio, alumbrándose con una linterna. August y yo acompañamos juntos a nuestras madres. Nos paramos en cada objeto expuesto, les explicamos qué era, hablamos en susurros y contestamos preguntas. Como estábamos a oscuras, usábamos las linternas para iluminar los objetos mientras hablábamos. A veces, para darle un efecto dramático, nos enfocábamos las barbillas mientras explicábamos algo con todo detalle. Era divertidísimo oír todos aquellos susurros a oscuras y ver todas las luces zigzagueando por la negra sala.

En un momento dado, fui a beber al surtidor de agua. Tuve que apartarme las vendas de momia de la cara.

—Hola, Summer —dijo Jack, que se había acercado hasta donde yo estaba. Iba vestido como el hombre de La momia—. Mola el traje.

—Gracias.

—¿La otra momia es August?

—Sí.

—Eh… Oye, ¿tú sabes por qué está enfadado August conmigo?

—Ajá —contesté.

—¿Puedes decírmelo?

—No.

Jack asintió. Parecía deprimido.

—Le dije que no te lo diría —le expliqué.

—Todo es muy raro —contestó—. No tengo ni idea de por qué se ha enfadado conmigo de repente. Ni idea. ¿No puedes darme una pista por lo menos?

Miré hacia donde estaba August, en la otra punta de la sala. No iba a romper mi promesa de no contarle a nadie lo que él había oído por casualidad el día de Halloween, pero Jack me dio pena.

—El malo de Scream —le susurré al oído, y me fui.