Advertencia: este chico no es para todos los públicos

Había advertido a mamá sobre la cara de August. Le había descrito cómo era. Lo hice porque sé que no siempre se le da bien fingir, y August iba a ir a mi casa por primera vez. Hasta le envié un mensaje de texto al trabajo para recordárselo. Pero, cuando llegó a casa después de trabajar, noté en la expresión de su cara que no la había preparado lo suficiente. Cuando entró por la puerta y vio su cara, se quedó horrorizada.

—Hola, mamá. Este es Auggie. ¿Puede quedarse a cenar? —pregunté rápidamente.

Mi madre tardó un segundo en reaccionar.

—Hola, Auggie —dijo—. Eh… pues claro, cielo. Siempre que le parezca bien a la madre de Auggie.

—¡Deja de poner esa cara de flipada! —le susurré mientras Auggie llamaba a su madre con el móvil.

Era la misma cara que ponía cuando estaba viendo las noticias y había sucedido algo horrible. Asintió rápidamente con la cabeza, como si no se hubiera dado cuenta de que estaba poniendo una cara rara, y a partir de entonces se comportó amablemente y con normalidad con Auggie.

Pasado un rato, Auggie y yo nos cansamos de hacer nuestros trabajos y nos fuimos al salón. Auggie estaba mirando las fotos que hay en la repisa de la chimenea y vio una foto en la que salíamos papá y yo.

—¿Ese es tu padre? —preguntó.

—Sí.

—No sabía que fueras… ¿cómo se dice?

—Birracial.

—¡Sí! Eso quería decir.

—Sí.

Volvió a mirar la foto.

—¿Tus padres están divorciados? Tu padre nunca va a recogerte al colegio.

—No —dije—. Era sargento de un pelotón. Murió hace unos años.

—¡Vaya! No lo sabía.

—Sí —contesté, y le enseñé una foto de mi padre de uniforme.

—Hala, cuántas medallas.

—Sí, era increíble.

—Vaya, Summer. Lo siento.

—Sí, es un rollo. Lo echo mucho de menos.

—Sí, ya —contestó, y me devolvió la foto.

—¿Alguna vez has conocido a alguien que ha muerto? —pregunté.

—Solo a mi abuela, y no me acuerdo muy bien de ella.

—Qué pena.

Auggie asintió.

—¿Alguna vez te preguntas qué les pasa a las personas cuando mueren? —pregunté.

Se encogió de hombros.

—No mucho. Bueno, supongo que van al cielo. Allí es adonde fue mi abuela.

—Yo lo pienso mucho —reconocí—. Creo que, cuando mueren, sus almas van al cielo, pero solo una temporada. Allí ven a sus amigos y se ponen al día. Pero luego creo que las almas empiezan a pensar en su vida en la Tierra, en si habían sido buenos o malos, o yo qué sé. Y entonces vuelven a nacer en forma de nuevos bebés.

—¿Por qué iban a querer hacer eso?

—Porque así tienen otra oportunidad para hacerlo bien —contesté—. Sus almas tienen una segunda oportunidad.

Pensó en lo que le estaba diciendo e hizo un gesto de confirmación.

—Como cuando haces un examen de recuperación —dijo.

—Exacto.

—Pero cuando vuelven no tienen el mismo aspecto de antes —dijo—. Quiero decir, que cuando vuelven parecen completamente diferentes, ¿no?

—Sí, claro —contesté—. Tu alma sigue siendo la misma, pero todo lo demás es diferente.

—Eso me gusta —dijo, asintiendo una y otra vez—. Eso me gusta mucho, Summer. Eso significa que en mi próxima vida no tendré esta cara.

Al decirlo se señaló la cara e hizo una caída de ojos. Me eché a reír.

—Supongo que no —contesté encogiéndome de hombros.

—¡Oye, a lo mejor hasta soy guapo! —dijo sonriente—. Eso sería increíble, ¿eh? Volvería y sería un tío guapo, supercachas y superalto.

Volví a reírme. Se le daba muy bien bromear sobre sí mismo. Esa es una de las cosas que más me gustan de Auggie.

—Oye, Auggie, ¿puedo preguntarte algo?

—Sí —dijo, como si supiese exactamente lo que quería preguntarle.

Dudé un poco. Llevaba un tiempo queriendo preguntárselo, pero nunca había reunido el valor suficiente para hacerlo.

—¿Qué? —dijo—. ¿Quieres saber qué le pasa a mi cara?

—Sí, supongo. Si no te importa que te lo pregunte.

Se encogió de hombros. Me alivió un montón que no se enfadase ni se pusiese triste.

—No pasa nada —dijo con indiferencia—. Lo principal que tengo es una cosa que se llama «di-sos-to-sis man-di-bu-lo-fa-cial». Por cierto, me costó un montón aprender a pronunciarlo. Pero también tengo otro síndrome que ni siquiera sé pronunciar. Y esas cosas se combinaron para formar una supercosa, algo tan raro que ni siquiera le han puesto nombre. No es que quiera fardar, pero me consideran una especie de milagro médico, ¿sabes? —Y entonces sonrió—. Era una broma —dijo—. Puedes reírte.

Sonreí y negué con la cabeza.

—Eres gracioso, Auggie —dije.

—Sí, ya lo sé —contestó orgulloso—. Soy guay.