Noviembre

Al día siguiente en el colegio le dije a Savanna que me habían sentado mal los dulces de Halloween, y que por eso me había ido de su fiesta. Me creyó. Había un virus estomacal por ahí suelto, así que la mentira era creíble.

También le dije que estaba colada por otra persona que no era Julian para que me dejase en paz y, con suerte, le dijese a Julian que no estaba interesada. Savanna, claro está, quiso saber quién era, pero le dije que era un secreto.

August no fue al colegio el día después de Halloween. Cuando volvió, noté que le pasaba algo. En la comida empezó a comportarse de un modo muy raro. Apenas dijo una palabra, y no paraba de mirarse el pie cuando le hablaba. Era como si no quisiera mirarme a los ojos.

—Auggie, ¿te pasa algo? ¿Estás enfadado conmigo? —le pregunté por fin.

—No —contestó.

—Siento mucho que no te encontrases bien en Halloween. Estuve buscando a Boba Fett por los pasillos.

—Sí, estuve enfermo.

—¿Pillaste el virus estomacal?

—Sí, supongo.

Abrió un libro y se puso a leer, lo cual me pareció de muy mala educación.

—Estoy ilusionada con el proyecto del Museo Egipcio —dije—. ¿Y tú?

Negó con la cabeza. Tenía la boca llena de comida. Miré para otro lado porque, entre cómo estaba masticando, que casi parecía que estuviese siendo grosero a propósito, y cómo tenía los ojos medio cerrados, me estaba dando muy mal rollo.

—¿A ti qué proyecto te ha tocado? —pregunté.

Se encogió de hombros, se sacó un trozo de papel del bolsillo de los vaqueros y me lo lanzó por encima de la mesa.

En nuestro curso a todo el mundo le habían asignado un objeto egipcio sobre el que hacer un trabajo para el Día del Museo Egipcio, que era en diciembre. Los profesores habían escrito los títulos de los trabajos en trocitos de papel que habían metido en una pecera y luego los alumnos teníamos que sacar los papeles uno por uno.

Desplegué el trozo de papel de Auggie.

—¡Mola! —dije, quizá un poco más emocionada de la cuenta, porque quería que Auggie se animase—. ¡Te ha tocado la pirámide escalonada de Saqqara!

—¡Ya lo sé! —contestó.

—A mí me ha tocado Anubis, el dios de los muertos.

—¿El de la cabeza de perro?

—En realidad es de chacal —lo corregí—. Oye, ¿quieres que hagamos juntos nuestros trabajos después de clase? Podrías venir a mi casa.

August dejó su sándwich y se reclinó en la silla. No me atrevo a describir la mirada que me lanzó.

—Oye, Summer —dijo—. No tienes por qué hacerlo.

—¿A qué te refieres?

—No tienes por qué ser mi amiga. Ya sé que el señor Traseronian habló contigo.

—No sé de qué me estás hablando.

—Lo único que digo es que no tienes que fingir. Ya sé que el señor Traseronian habló con unos cuantos de vosotros antes de que empezase el curso y os dijo que teníais que haceros amigos míos.

—Conmigo no habló, August.

—Claro que sí.

—Claro que no.

—Claro que sí.

—¡Claro que no! ¡Te lo juro por mi vida! —Levanté las manos para que viese que no estaba cruzando los dedos. Inmediatamente me miró los pies, así que me quité las UGG para que viese que no estaba cruzando los dedos de los pies.

—Llevas leotardos —dijo en tono acusador.

—¡Pero se nota que tengo los dedos estirados! —grité.

—Vale, no hace falta que grites.

—No me gusta que me acusen, ¿vale?

—Vale. Lo siento.

—Más te vale.

—¿De verdad no habló contigo?

—¡Auggie!

—Vale, vale. Lo siento mucho.

Habría estado más tiempo enfadada con él, pero entonces me contó algo malo que le había pasado el día de Halloween y ya no pude seguir enfadada con él. En resumen, había oído a Jack hablar mal de él y decir cosas terribles a sus espaldas. Eso explicaba su actitud, y ya sabía por qué había estado «enfermo» y no había ido a clase.

—Prométeme que no se lo contarás a nadie —me pidió.

—Lo prometo —contesté—. ¿Prometes tú que no volverás a tratarme así de mal nunca más?

—Lo prometo —dijo, y entrelazamos los meñiques para jurarlo.